Arqueología

El colosal yacimiento íbero de Cabra, a punto de ver la luz tras años de investigaciones

Los investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid ultiman los trabajos en el yacimiento del Cerro de la Merced de Córdoba como paso previo a su apertura al público

Arqueólogos en el Cerro de la Merced de Cabra, esta misma semana Rafael Carmona

Félix Ruiz Cardador

Verano de trabajo en el Cerro de la Merced , en Cabra. Un estío inusual por las medidas de prevencion excepcionales, propias del momento, pero con la agitación clásica que adquieren los yacimientos arqueológicos cuando suben las temperaturas y comienza la temporada de excavaciones. Se accede a dicha colina, situada a cinco kilómetros de la vieja «Igabrum» romana y en las primeras inclinaciones de las Sierras Subbéticas , por una cómoda escalinata de metal, instalada por el Ayuntamiento y que ya permite hacerse una idea de lo que será la futura visita guiada.

Arriba, en lo alto, quien recibe es Fernando Quesada , catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, un científico que en tierras cordobesas ha encontrado desde 1985 un fértil campo de trabajo. Coordina Quesada no sólo esta intervención sino otras que se están realizando con gran éxito en zonas cercanas como el Cerro de la Horca de Montemayor , donde apareció un carro íbero en 2018, o el Cerro de la Cruz de Almedinilla , donde descubrieron la historia trágica de un poblado íbero arrasado en dramáticas circunstancias. No se queda a la zaga este Cerro de la Merced, que luce en su cénit los restos de un fenomenal complejo aristocrático íbero, una especie de «búnker» oficial de la época con bloques ciclópeos y monumentalidad sorprendente en mitad del centenario olivar.

El origen de esta intervención en La Merced se remonta a una década atrás, cuando el director del Museo Arqueológico de Cabra, Antonio Moreno , solicitó al equipo de la Universidad Autónoma que se trasladase al lugar para estudiar los restos que allí se veían y que de forma histórica se vinculaban con un torre de vigilancia. La primera sorpresa llegó sin embargo, según explica Quesada, cuando se percataron de que poco se podía vigilar desde allí , pues la visibilidad «es mala y solo se domina el entorno inmediato, como mucho el paso hacia el puerto del Mojón».

Concluyeron que una atalaya en este punto no tenía mucho sentido, «pues ni aislada ni en red con otras es visible». En cambio, al invertir el punto de vista se percataron de que el Cerro de la Merced se hace visible desde lejos por su peculiar forma redondeada que destaca en el entorno y que hoy se aprecia aún más gracias a la cubierta protectora que, financiada por el Ayuntamiento egabrense, se ha colocado sobre los restos. «Cualquier construcción masiva situada en su cima resaltaría sobre el horizonte para los campesinos del entorno o para los viajeros que recorrieran el camino que pasaba junto a este paraje», explica Quesada. Las excavaciones comenzaron en 2012 y con la pretensión modesta de encontrar una pequeña atalaya o recinto fortificado de época ibérica tardía o romana (siglos II-I a.C.), quizá lo que Plinio llamara «torres de Aníbal». La realidad, sin embargo, era más compleja.

Los orígenes

Según explica el catedrático de la Autónoma, la primera ocupación histórica de la que hay vestigios en el Cerro de la Merced se remonta al Neolítico , con restos también de la Edad del Bronce. «No sabemos qué ocurrió luego, pero mucho después, en algún momento entre el siglo V y el IV a.C. se edificó allí un primer edificio ibérico, quizá un santuario », señala.

Tal edificio, que llaman A, era un cuadrado de unos 14 metros de lado con una sola entrada al Este, que daba acceso a un amplio patio y tres estancias al fondo. «Por su orientación, su fachada era iluminada cada mañana por los primeros rayos del sol que se alza sobre la sierra, desde el actual puerto del Mojón», explica el arqueólogo durante el recorrido por el campo de trabajo.

Los ceranos olivares vistos desde el Cerro de la Merced Rafael Carmona

Nada queda completo de aquellas construcciones, pero reutilizados en los muros del palacio aristocrático posterior han aparecido numerosos bloques de piedra tallada , de formas muy singulares. Entre ellos, al menos tres grandes sillares en forma de cornisa de gola «egipcia» y sobre todo un sillar con decoración en relieve, que incluye un friso de ovas y palmetas enlazadas. «Los motivos tienen profundas raíces mediterráneas, griegas y fenicias , interpretadas por el gusto local», explica Quesada, que señala que «análisis químicos han demostrado que el sillar estaba policromado».

El monumento fue eventualmente desmontado, y parte de sus sillares decorados fueron retallados y reutilizados en el llamado edificio B, que forró, cubrió y monumentalizó el santuario preexistente entre mediados del s. IV y mediados del III a.C. «Se recrecieron y fortalecieron los muros exteriores, que alcanzaron un formidable espesor de hasta cuatro metros, con apariencia ciclópea y un masivo zócalo exterior de bloques de piedra carniola del entorno inmediato», explica el catedrático.

Detalle de los grandes sillares de piedra Rafael Carmona

El espacio interior se subdividió en nuevas estancias de menor tamaño y se levantó un segundo piso y azotea . Este edificio monumental, de casi veinte metros de lado, «se integró hábilmente en el terreno del cerro», explica Quesada. A su alrededor se creó una terraza que en su lado sur tenía unos diez metros de ancho, «contenida por otro muro ciclópeo similar al del edificio». Entre ese muro de terraza y la entrada al complejo se levantó además una escalinata de losas de piedra de más de un metro y medio de largo, que ascendía en dirección al recinto principal y donde esta misma semana ha aparecido un descansillo previo al acceso. El complejo de la Merced ha proporcionado una serie de materiales normalmente asociados a los estratos superiores de la sociedad ibérica , aunque no objetos de lujo, ya que, según explica Quesada, «fue saqueado antes de ser demolido». El Cerro de la Merced, según explica el investigador a razón de estos datos, « no era desde luego una mera guarnición militar , y no solo porque no está realmente fortificado». Es decir, que son muchas las pruebas de producción y almacenamiento artesanal, y de la producción y procesamiento inicial de alimentos.

En este último grupo, se han descubierto numerosos molinos rotatorios . Dos de ellos estaban in situ y probablemente en uso en el momento de abandono. Otro completo estaba posiblemente en el piso superior, mientras que restos de al menos dos más han aparecido fragmentados y dispersos. «Esto es muy superior a la necesidad de una unidad familiar o de una pequeña guarnición de una decena de hombres», explica Quesada. Igualmente hay pruebas del almacenamiento de productos a cierta escala en las estancias de la planta inferior: grandes tinajas o ánforas iberopúnicas, un lote de ánforas grecoitálicas importadas, grandes lebrillos para alimentos sólidos… «También hay abundantes trazas de actividad textil y restos de actividad doméstica de cocina», explica el catedrático.

«Hay abundantes trazas de actividad textil y restos de actividad doméstica de cocina»

Fernando Quesada

Catedrático de la UAM

No les caben dudas a los especialistas de que este complejo aristocrático fue construido con voluntad de impresionar y hacer ostentación de poder, de alcance comarcal, ni de que fue demolido con minuciosidad hacia época de Aníbal o en las primeras etapas de la conquista romana, a principios del s. II a.C. «Los derrumbes de los alzados de sillarejo, e incluso el desmonte de las esquinas del gran zócalo ciclópeo, indican un trabajo cuidadoso y definitivo», explica Quesada.

Luego, durante unas décadas, restó una ocupación ibérica residual entre las ruinas, a modo de «okupas» según explica el catedrático, reutilizando algunos elementos, hasta que el lugar fue abandonado dentro del s. II a.C. La fascinante historia del Cerro de la Merced no termina ahí sin embargo, pues en época emiral islámica vivió una nueva y modesta ocupación, quizá controlando el paso entre Cabra y Priego, pero esta atalaya no perduró mucho.

Ruinas imponentes

Quesada señala que «las ruinas eran tan imponentes que a mediados del siglo XVII buscadores de tesoros excavaron buscando riquezas probablemente inexistentes». El hallazgo en una de las zanjas que practicaron los expoliadores de una pequeña moneda de vellón con distintos resellos de época de Felipe IV , el último de 1658, permite fechar este saqueo a gran escala. «Es probable que en la memoria histórica de la comarca egabrense el ‘Cerro de las Tinajas’ perdurara la idea del viejo asentamiento islámico , y los muros visibles en superficie, alguno imponente sin duda, indicaban a los buscadores de tesoros que el lugar era prometedor», explica el catedrático.

El arqueólogo contextualiza este saqueo en la expulsión de los moriscos, que desató en el XVII grandes excavaciones clandestinas . Expolios menores siguieron produciéndose en los siglos siguientes, hasta que el empeño del arqueólogo local dio pie que el equipo de la Autónoma se desplazase a la zona hace ya casi una década y se decidiese por incluirlo en su hoja de ruta. Ahora, interpretado ya el complejo, sólo quedan las últimas labores para que el Ayuntamiento de Cabra , que adquirió en su día este paraje, pueda abrir al público un viejo palacio íbero que recuerda el vigor de una civilización previa a los brillos de Hispania y de Al Ándalus pero que está en el sustrato de esta tierra y de sus gentes.

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