Rafael González - LA CERA QUE ARDE
El cogote
Hay que cubrirse la espalda porque nunca sabe uno por dónde puede llegar el flamenquín asesino
Lo más normal que peligre en Córdoba no es la titularidad de un templo, sino la espalda o el cogote. Lo de la titularidad es el entretenimiento, la distracción, la pose, el ataque y el contraataque de salón, porque no hay nada que no arregle un buen plato de jamón y gambas blancas, y al final solo quedan los titulares tristes en las hemerotecas olvidadas. La espalda ya es otra cosa, amigo. Hay que cubrírselas porque nunca sabe uno por dónde puede llegar el flamenquín asesino. Silencioso y con doble de queso, que es un flamenquín con más corte de san Jacobo que de excelencia culinaria cordobesa. No hay que confundir la espalda con la chepa: la chepa es la de los cordobeses cargados de consecuencias de los que lanzan peroles nucleares para mantener a la casta de colocados y por colocar. El status quo, que además de un grupo de rock, es una manera de ser y permanecer.
He hecho la matización no solo para los cordobeses post-Logse, sino para los ediles que no conocen la historia del rock. Tenemos ediles más de indie, pop español blandito y algún dinosaurio de los Javaloyas. El resto no ha escuchado música en su vida o han ido a un concierto de Alejandro Sanz -de gañote, por supuesto, y así nos va-. Por eso la ciudad se diseña sin sombras. Y es aquí donde entra el cogote, el sufrido cogote cordobés que soporta el sol del sur, que es un sol que quema menos oficialmente que el sol sevillano pero que produce daños colaterales y ampollas. Tenemos, por ejemplo, El Arenal. El status quo diseñó la operación Finacom que quedó triste y olvidada en las páginas de un periódico y quedó un recinto ferial mortal para los cogotes y un estadio en permanente mutación donde además de insolación puedes fallecer por pulmonía.
Los árboles del Arenal son árboles cordobeses del periodo democrático que están diseñados para la alergia y para que los perritos los usen de lavabo. Ir a la feria y poner nuestro cogote en manos de Dios es uno solo. Y así llevamos varios años y diferentes generaciones de cordobeses que sobreviven al cambio climático y a la política urbanística, además de al área de parques y jardines, que cuando se ponen a podar hay que pararles los pies a la altura del Amazonas. Si quieren ver cómo los niños se desmayan, vayan en unos días a la Plaza de Andalucía y disfruten del espectáculo de cogotes colorados sin fronteras. Y va a ocurrir sin duda en la plaza de San Agustín. Salvo que esa no ha quedado diseñada para que los niños jueguen como antaño, porque además se pueden clavar un asiento de diseño en la clavícula. Es una plaza sin árboles, o con algo que lo parecen pero que no sé muy bien cómo definir. Lo que sí tengo claro es que cuando pase por ella, llevaré protector en el cogote, no vaya a ser que me desmaye tanta belleza arquitectónica de diseño y el sol de esta primavera que ha llegado sin irse. Por la espalda ya no me preocupo: no me caben más quemaduras.