Rafael Aguilar - El norte del sur
El tic del clic
La Bienal da fe que la fotografía es, más que un arte, una forma de vivir
ES algo parecido a una enfermedad crónica, a un tic que a uno le persigue de por vida sin que pueda sobreponerse a él: ir por la calle y mirar de un modo diferente al que mira el resto de la gente, calcular la distancia no en metros sino en las magnitudes exactas de la longitud de foco; si está nublado al salir de casa pensar que lo más urgente no es dar media vuelta para coger un paraguas o un impermeable por si acaso rompe a llover sino ajustar el diafragma, la obturación de la máquina. A alguno de ellos le he escuchado decir alguna vez que por más que se empeñe, que por más que su familia se lo ruegue y que por más que deje la cámara en el cuarto de estar cuando se encuentra de vacaciones no hay manera de pasear por una ciudad extranjera o por un paisaje sugerente sin que los ojos adquieran la cualidad de un objetivo de 35 milímetros , como si la réflex estuviera incorporada a su cerebro. A veces no hay más mundo que el que es capaz de encerrar el encuadre ni el que queda inmortalizado en la toma perfecta. Los demás ven solo lo que está a la vista, no saben lo que se pierden, mientras que ellos han aprendido a anticiparse al momento exacto en el que es preciso pulsar el botón de disparo, a saber esperar con la audacia de un francotirador emboscado a que se produzca la conjunción más cercana a la perfección entre la luz, la escena y la fracción de segundo que merece ser registrada.
Fotógrafos : cazadores de instantes capaces de dejar el texto más brillante en una simple anécdota si la imagen que traen de regreso de la calle es de las que están llamadas a pasar a la Historia. Así, con mayúsculas. No, no es ninguna exageración. La Bienal de la Fotografía que acaba de inaugurarse en Córdoba da fe de todo cuanto el periodismo y la sociedad en general les deben a quienes se dedican a ese oficio.El relato de la Guerra Civil española no sería el mismo sin la foto, impostada o no que a estas alturas ya da un poco igual, del miliciano de Robert Capa , del mismo modo que la Segunda Guerra Mundial no se entiende sin las imágenes tomadas desde una lancha en las playas de Normandía o sin la de los infantes de marina norteamericanos alzando su enseña en el promontorio de un islote del Pacífico.
La tecnología pone ahora al alcance de cualquiera la ensoñación de que la tarjeta SD de su móvil de última generación guarda un tesoro equiparable al de la maleta mexicana expuesta en las salas de Vimcorsa.Ellos, los profesionales, se compadecen con ternura de quienes se las dan de reporteros de acción porque una aplicación del teléfono hace maravillas con filtros de colores: sonríen mientras se ajustan las tirantas que soportan el peso de los aparatos con los que se ganan la vida, empuñan el cuerpo de la Nikon o de la Canon, afinan el ojo y aguardan sin prisa a echarse a la espalda la fotografía de su vida.