El Norte del Sur
La ciudad y los perros
La calle era antes el principio de una aventura, ahora es una isla desierta sin robinsones
![Un calle vacía del centro de Córdoba](https://s2.abcstatics.com/media/andalucia/2020/03/23/s/calles-vacias-cordoba-keKF--1248x698@abc.jpg)
Denver, Colorado . Agosto de 2015. Nuestros amigos nos invitan y nosotros vamos. Entre la cantidad de cosas que nos llaman la atención hay una a la que no paro de darle vueltas desde que empezó todo esto del confinamiento: si ellos, los anfitriones, van al supermercado tienen mucho cuidado de limpiar la barra del carrito con toallitas húmedas antes de poner las manos en ella, y cuando acaban la compra y vuelven al coche lo primero que hacen antes de arrancar es lavárselas con el gel de un bote que nunca falta en el salpicadero; y si el sábado o el domingo hay tiempo de pasar un rato en un parque de atracciones cada miembro de la familia, desde el niño de cinco años al abuelo de setenta, lleva en su mochila una bolsa de plástico sellada en casa que tiene dentro un vaso de metal, y que le entregan al camarero con guantes del puesto de hamburguesas al aire libre para le echen en él, y en ningún otro recipiente sin garantías higiénicas, la coca cola o la cerveza previa muestra del carné de identidad para acreditar que uno es mayor de edad por más que tenga canas y vaya con bastón. De regreso a la casita con jardín no tienen inconveniente alguno en darles besos en el hocico a los dos perros que le sacan punta a un bate de béisbol: son unos miembros más de la familia a resguardo de cualquier sospecha de contaminación exterior. Lo que hace cinco años me parecía absurdo, ridículo, fruto de una sociedad obsesionada con la asepsia y desconfiada por lo común con todo lo que procede de afuera es hoy la realidad de nuestros aciagos días.
Me confieso sobrecogido con la calle, con la de aquí y de ahora: desde San Cayetano a San Miguel me he cruzado con dos personas, dos, una tarde soleada de marzo a las cuatro y cuarto. Me han dado ganas de aplaudirle a la gente que está encerrada en sus pisos. Me he sentido orgulloso de mis vecinos por su disciplina ejemplar , por su sacrificio doméstico. Es duro y más que va a serlo. Miento: también he visto a un caniche y a su dueño. Con el decreto de alarma en la mano le puede caer una multa a un padre que suba con su hijo a que le dé el aire en la azotea comunitaria, pero un pitbull tiene derecho a merodear entre los semáforos, a lamerlos si le place y luego volver con su propietario al piso después chupar también las paredes del ascensor o las esquinas del descansillo. Me van a matar.
Antes, la calle era un lugar maravilloso . Un sitio en el que pasaban cosas. Un encuentro que no esperabas, una charla breve en una esquina, una caricia espontánea te podían alegrar el día y a veces te los guardabas para toda la vida. Poner un pie ahí fuera era el principio de una aventura. Ahora es una isla desierta y sin robinsones. Perros aparte (me van a matar). Andar se ha convertido en un privilegio. Que te dé el sol depende de si tienes balcón. El dinero no sirve para casi nada. Vives entre cuatro paredes y te preguntas cuánto tiempo pasará hasta que todo vuelva a parecerse a lo de antes.
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