APUNTES AL MARGEN

La ciudad y las empresas

La iniciativa privada se tiene que sentir cómoda en Córdoba en vez de recibir sospechas y parones

Naves en el polígono industrial de La Torrecilla VALERIO MERINO

RAFAEL RUIZ

Mal vamos si hay que explicar lo obvio . Pero, venga, hagámoslo una vez más. Una empresa no puede hacer lo que le dé la gana en una ciudad al igual que una ciudad no puede hacer lo que le dé la gana con una empresa. Los sitios compiten, como las empresas, en una economía abierta donde no existe ninguna obligación de implantarse en sitio alguno si no es rentable. Pero que estén en una ciudad concreta genera empleo y eso es bueno o muy bueno. Sobre todo, cuando se tienen unas cifras de desempleo de las que provocan ardores. Cuando cada vez que sale la EPA nos echamos las manos a la cabeza. Ay, por Dios. Qué pena de Córdoba y todo eso.

Si hay que insistir, se insiste. En una situación tan particular como ésta, hay que elegir. O mantequilla o cañones, que decían los tratados de economía. Y si la ciudad ha pasado una crisis tremebunda pero resulta que el dinero empieza a moverse, los frenos no pueden estar dentro, financiados con dinero público. No deben encontrarse en esos resortes administrativos que pueden hacer que un tipo, un consejo de administración, se aburra y se lleve su dinero a otra parte. La peor empresa de Córdoba es la que no llega a abrir. La que decide que en Málaga, Cádiz o Lisboa tendrá mejor atención, más público, mejores perspectivas. Menos barreras o esperas para realizar su actividad y para ganar dinero, que es lo que tiene que hacer una sociedad mercantil.

El problema de las licencias no es, en sí mismo, el problema de las licencias. Es el de una ciudad que no acaba de darse cuenta de que no es posible tratar como sospechoso a todo aquel que intenta gastarse su pasta en una actividad económica legal . Yo tampoco estoy de acuerdo con que se permita todo, con la desregulación brutal que acaba donde acaba. Pero la presunción de culpabilidad es terriblemente mala. Y lamentablemente aquí son más, y mejor colocados en la estructura política, los que creen de esta manera. Los que, ante cualquier iniciativa, lanzan primero la sospecha . Los dispuestos a cortar antes de facilitar, los que consideran que el que llega con dinero -poco o mucho- tiene que ser condecorado con la prevención.

La ciudad no acaba de darse cuenta de que no se puede sospechar del que intenta ganarse su pasta en una actividad legal

En los últimos tiempos, se ha impuesto en la política el discurso de «lo público» . Ante cualquier circunstancia que acabe en controversia, siempre llega alguien que te recuerda que «lo público» es la caña. Con cierta superioridad moral, ya sabe, del señor que nos pone el café por la mañana, de la dama que fabrica el pan o el que tiene un pequeño negocio de cualquier sector. Por supuestísimo, cien, cien mil veces mejor, que esos caballeros acaudalados que se dedican a explotar a sus congéneres. Llevo años escuchando a representantes públicos defiendo lo ídem pero pocas veces he tenido la ocasión de defender con tanto ardor la iniciativa privada , el empleo de quien no depende de los presupuestos públicos en cualquiera de sus modalidades. Pues bien, uno de cada cuatro empleos en España los ocupan funcionarios. Tres de cada cuatro proceden de la estricta, maligna y extractiva empresa privada. Suele ocurrir que los representantes de las instituciones pertenecen, en su mayor parte, al segmento funcionarial, bien de carrera bien en su nueva modalidad: la del partido político . Que no han tenido un trabajo normal ni en sueños, dicho sea generalizando mucho.

Pues bien, le doy una noticia a los de la teología de «lo público». Lo estatal y lo privado no son elementos antagónicos sino complementarios. De hecho, no existe financiación del oasis institucional sin los malignos empresarios, los autónomos y los salarios que abonan por el esfuerzo de sus trabajadores. No es posible tampoco, por cierto, sin las plusvalías que se reciben de las inversiones , ya sea una cafetería o un hotel de cinco estrellas. Así, podrán crearse todos los chiringuitos que procedan de ayuda al emprendedor, de incentivos y similares. Pero lo primero es no tardar la misma vida en tener una licencia porque hay una pelea interna en determinados departamentos del Ayuntamiento. Lo segundo, normas claras y que se cumplan para todos por igual. Sin volantazos ni ocurrencias de quien no se juega nunca nada porque depende, oh, de lo público. Que mola tanto.

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