PRETÉRITO IMPERFECTO
La ciudad impuesta
Hay una Córdoba que todos llevamos dentro: personal e intransferible. Que no se gobierna
![Plaza de Cañero](https://s1.abcstatics.com/media/andalucia/2017/12/17/s/canero-cordoba-plaza-kFeD--1240x698@abc.jpg)
Hay una Córdoba que todos llevamos dentro. Que pintamos a brochazos de colores aprendidos de chicos, pero perfilamos con detalles, luces y sombras de mayores. Sus contrastes son nuestros quebrantos. Y en sus esquinas están siempre nuestros sueños esperando. Es nuestra ciudad intransferible, individual, libre, favorita e impresionista . Repleta de lugares comunes o de rincones secretos. La de todos en suma crea a la Córdoba más verdadera e irreconocible a su vez. La más atractiva, me atrevo a pensar. Es la ciudad de nombres propios y predicados placenteros. De sujetos corrientes e historias extraordinariamente vulgares. Es nuestra evocación sentimental la que cuida con mimo de este paisaje urbano y la que añade a los actores de su paisanaje. Sin que nadie nos escriba el guión. Sin que ningún mequetrefe nos haga pedagogía enfangada de venganza e ira . Sin que ningún político mediocre se ampare en la ley que a diario se pasa por el forro para dictar sentencia condenatoria a la memoria de mi propia ciudad . O juegue a hacer política oportunista. Es la ciudad que habita en cada uno.
El afán por despojar al vecino, al ciudadano, al residente o al visitante de cualquier arma de valía propia cunde como un virus enfermizo en quienes no consienten que la gente hable, piense, viva y aspire a tener una ciudad, una Córdoba en este caso, y un dietario diferentes al de ellos y su respetable prisma. Es el veneno del sectarismo rancio el que inflama su sistema circulatorio dificultando a la postre el riego cerebral.
Que sepan desde este preciso momento que me voy a encargar de pasear con mis hijos por el barrio de Cañero nombrándolo así mil y una veces para que disfruten de sus casitas bajas y blancas ensartadas de naranjos, de olores a olla, de palabras llanas y de vecinos que como nosotros, no vamos a renunciar a llamarlo de esa manera . Porque los cordobeses que allí viven han configurado durante décadas su propia imagen, su propio barrio, su concepto y memoria de Cañero. Y puede que ni sepan que fue el padre del rejoneo contemporáneo, o que cedió el terreno para construir las primeras casas o que la historiografía podría debatir con más rigor si participó o no unos días en aquella guerra fratricida . Ese nombre ya ha trascendido a todo. A la historia, a la maldita revancha de la que algunos se alimentan en lugar de mirar hacia delante, y por supuesto, a la clase dirigente. Y me voy a sentar en su plaza de pueblo sabio, mirando a la iglesia donde siguen yendo a comulgar comunistas de toda la vida , para que vean lo orgullosas que se sienten esas personas de vivir allí.
O vamos a seguir paseando, comprando, conversando o tomándonos una cerveza en Cruz Conde , la arteria comercial que toda ciudad porta en su pechera a gala -como Larios, Sierpes, Portal del Ángel o Preciados-, y a la que se acude para ver y ser visto. O simplemente para cogerle el pulso a la colmena ociosa, laboriosa y reflexiva . Y qué decir tiene que jugaremos en los columpios de Vallellano, veremos pasar a los ciclistas o los manifestantes; los caballos y los atletas. Iremos a Tráfico a pagar la dichosa multa, a buscar «El Vagón» o a sentarnos en sus jardines melancólicos y tapizados de otoño.
En ambos casos, lo que Cruz Conde o Vallellano suponen para los cordobeses (o hicieron por su ciudad) está muy por encima de las historias personales que dieron lugar a esas letras mayúsculas en el callejero. Decía Mirabeu que «más importa dar a los hombres buenas costumbres que leyes y tribunales». Y la mejor costumbre que puede dictar un político que sirva y quiera a su ciudad es dejar que sus vecinos sigan viviendo en los hábitos en los que han amasado sus vidas y entendido su mapa urbano. Cualquier intento de imponer una ciudad fracasará siempre . No se pueden gobernar los sentimientos.