Francisco J. Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO
El circo de Capitulares
Ambrosio no gobierna, no se moja, no está...; se limita a ponerle el sello a las líneas que marcó Ganemos
HACE algo más de cinco años, ABC llenó el Centro y el entorno de la plaza de toros de Los Califas con una exposición inédita. «Córdoba y los toros, en el Archivo de ABC». La respuesta de los cordobeses y visitantes que por aquellas fechas disfrutaban del Mayo festivo fue rotunda. La apertura contó con el apadrinamiento del «V Califa del Toreo», Manuel Benítez «El Cordobés», quién ya, en el estrépito y la sabiduría de sus palabras, vaticinaba algo de lo que vendría después. Una cabecera centenaria como ésta, silabario del «siglo de los toros» en España, mostraba instantáneas irrepetibles de la estirpe torera cordobesa procedente de su valiosísimo fondo. Fue un acto colectivo de fe, como toda pasión. Como decía Tierno Galván, a quien muchos de los que hoy dicen defender las siglas del PSOE no han querido leer, «la afición a los toros implica la participación en una creencia, de ahí que la afición sea en cierto sentido un culto». En el catálogo que compiló las fotografías exhibidas, el entonces alcalde de Córdoba, Andrés Ocaña (IU), decía: «Estamos ante un nuevo ejemplo de cuánto el mundo de la tauromaquia representa en nuestra tierra y en nuestras tradiciones». Ese documento abría con una frase de Lorca: «Toros. La fiesta más culta que hay en el mundo».
La alcaldesa de Córdoba, María Isabel Ambrosio, ha decidido con su voto de calidad, con el pañuelo verde, echar a los corrales una fiesta que es santo y seña de la ciudad que dice gobernar. Un gesto litúrgico y revelador. Simbólico por la carga de profundidad del paso dado en perfecta armonía con la lista de agravios que atesora en poco tiempo hacia sus vecinos. Jamás un político pisó tantos charcos y callos en tan poco tiempo. Sintomático por la tendencia que empuja este atropello a la libertad de las personas. Elocuente por la cruda realidad que asienta las posaderas en el Ayuntamiento. Era normal que prohibieran los circos ambulantes si ya tienen uno permanente en Capitulares y, además, público.
La moción de la marca de Podemos demuestra quién manda realmente y cuál es su pedigrí totalitario que pretende anular la libertad individual estigmatizando el pensamiento a golpe de ordenanza o reglamento. Un señor de Santander que haya seguido las noticias en los últimos meses respondería sin titubeos a la pregunta de quién gobierna Córdoba, que la fuerza morada de Pablo Iglesias. Cada polémica abierta desde el pasado junio es el férreo cumplimiento del acuerdo de investidura. Ambrosio no gobierna, no decide, no se moja, no está... Se limita a tramitar y ponerle el sello a las líneas que le marcó Ganemos a modo de guripa funcionarial. Y lo peor es que empieza a tomarnos por tontos negando que ha votado lo que ha votado, que ha firmado lo que ha firmado o que ha dicho y hecho lo que ha ratificado y ha fraguado.
Piensa la regidora socialista que todo vale con tal de salvar unas ordenanzas y presupuestos municipales que muestran, además, su clamorosa debilidad y falta de ideas -espera que las musas y las comisiones se las proporcionen-, y nuevamente se equivoca. Se ha convertido en rehén de las boutades que alimentan al electorado de izquierda radical, fidelizan a esa clientela y cabrean a la gran mayoría de cordobeses, entre los que se incluyen socialistas y comunistas tradicionales -no las secuelas de los Pedro García y compañía- de esa Córdoba sociológica que inventó Anguita, y donde el conservadurismo anidó en la izquierda en consonancia con la derecha y el beneplácito de una influyente Iglesia Católica (de ahí que el sistema durase treinta años). Se puede hacer política en el presupuesto y las ordenanzas, pero no con los sentimientos, las afinidades, las costumbres y la manera que tiene la gente de vivir y disfrutar de su ciudad en libertad.
Aún creyendo que las constantes meteduras de pata sean una estrategia de ruido, un circo, lo preocupante es que tras la cortina de humo no hay nada.