Francisco J. Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO
Charnegos
Hoy me acuerdo de ellos, muchos con el alma y la familia partida y que no quieren renunciar a lo que son y sienten
Noche plácida en el Bajo Ampurdán . Masía aislada. Ambiente rural y doméstico. Vergel de huerta, aire limpio. Buenas viandas. Pero las palabras se orillan en una conversación retenida, aunque cortés, si bien estancada en dos idiomas sin mucha intención de mestizaje o entendimiento. Verbo coartado. De repente irrumpe la chispa y el ingenio. El duende grácil y mohoso, que no la guasa. Sobre la alargada mesa rupestre un individuo que frisa los 55 años eleva el tono para contar un chiste sobre las «miserias» y la parquedad del andaluz tontorrón y vago, con la enorme pirueta de obviar el origen de quienes asisten como invitados y el suyo propio. Borrando -de eso da pleno testimonio su hazaña- en unos segundos la estela de su familia emigrante que le dio la oportunidad de estar donde aposentaba en ese justo momento su sesera hueca, su elevada bajeza moral y su servilismo a la causa. Las carcajadas histriónicas de aquel charnego al acabar el chascarrillo se toparon con un rudo muro de silencio sepulcral que apuntó en la dirección donde escuchábamos atónitos. No sin antes advertir que mi hijo, algo circunspecto, había dejado de jugar al balón en una maravillosa pradera porque su compañero de pataleo, de la misma edad, enrolados por las hilosas ramas de una misma genealogía, «no le entendía» en pleno juego.
La lúcida bravuconería de este cordobés independentista llamado Eduardo Reyes que nos ha llamado esta semana «gilipollas», con perdón, en un mitin con Oriol Junquera, me ha traído a la memoria ese pasaje real. Una mota de polvo en medio del desierto. Nada representativa, pero que hoy cobra todo el sentido del mundo. Al menos Eduardito, curtido en las nuevas cloacas radicalistas , ha logrado agrandar un poco más su galopante majadería.
Si hay dos bioindicadores rotundos para testar la profunda ruptura social que vive Cataluña, enrolada, además, en una peligrosa « batasunización » de las calles y la convivencia, esos son los charnegos y la educación envenenada. Los primeros, sin ningún tono peyorativo -como sí le han dado algunos catalanes durante décadas tanto en el trato físico como en el psíquico-, sino el que tiene..., porque están sufriendo como el que más esta locura política antidemocrática e incívica . Bisagras de sentimientos duplicados que han de verse en el precipicio de la elección inmisericorde. Miles y miles de andaluces. Miles y miles de cordobeses repartidos por capitales, ciudades y pueblos en una encrucijada que ha llevado la tensión y la distancia a la misma mesa del salón de papá y mamá. Quienes no renuncian a la tierra de sus entrañas, pero tampoco a la que les dio la oportunidad de encontrar una vida digna y criar a sus hijos , aunque ya apenas tenga que ver con la que se toparon al dejar en el andén la maleta de cartón.
Y puede que hasta en este delirante choque diario al que asistimos, nos topemos con la paradoja de dos andaluces, cara a cara, apostados en dos bandos. Uno que aviva el golpe al Estado español. Otro, el que defiende el orden constitucional . Y puede que con la misma historia personal a sus espaldas. Y puede que con la misma Andalucía como telón de fondo. Sometidos a la destrucción de una farsa hiriente que dejará huella. Atrapados en una emboscada.
Hoy me quiero acordar de todos nuestros charnegos. No de los que calcan el patrón de este insignificante «gilipollas» ni del cínico chistoso que ya cubrió su cupo humorístico para los restos. Sino de aquellos que en su interior tienen el alma y la familia partida , y que no renuncian a lo que son y se sienten: andaluces, catalanes y españoles. Los he visto desde muy pequeño volver con añoranza a las calles de sus pueblos blancos; aún más si cabe, conforme pasan los años, y aquella pátina de vanidad se les ha ido cayendo cuando observan que el tópico andaluz se descascarilla con facilidad y les absorbe.