PERDONEN LAS MOLESTIAS

Ese chándal

El cordobés José Luis Aneri declara a petición propia e inculpa a altos cargos públicos en fraudes

El empresario José Luis Aneri ARCHIVO
Aristóteles Moreno

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LA primera vez que detuvieron a José Luis Aneri llevaba puesto un chándal de la selección española. No nos malinterpreten. No tenemos nada contra la selección española. Por mucho que Lopetegui y el señor Florentino se hayan empeñado en dinamitarla a dos días del Mundial. Pero no nos distraigamos. Los agentes aporrearon la puerta de su casa en Madrid para detenerlo por fraude masivo en los cursos de formación y el señor Aneri les abrió con el uniforme reglamentario. Es decir.

Aneri es natural de Fernán Núñez. Un pueblo de larga tradición agrícola. Podría haber sido jornalero y dedicarse a varear olivos o fumigar viñas. Pero no. Eligió esta otra profesión que tanto se ha prodigado en la España de nuestros días. Ustedes ya saben: aprovechar los pliegues del sistema para esquilmar los recursos públicos de todos. El juez cifra en 15 millones de euros el montante distraído. Quizás 20. Empresas fantasmas, facturas falsas, alumnos invisibles, blanqueo de dinero. En fin. El vademécum del estafador de guante blanco, que por la mañana ejerce de señor honorable y por la tarde se dedica a sus cosas.

Los cursos de formación han sido un instrumento clave para sacar del agujero a decenas de miles de personas varadas en la incapacidad y la frustración. De eso no cabe la menor duda. Pero también se han convertido en el estanque donde han pescado los oportunistas. Sindicatos, patronal y algunos empresarios sin escrúpulos. Falsos empresarios, queremos decir. El señor Aneri se inscribe en este último apartado.

El suyo es un caso paradigmático. Y desolador. Ante la policía llegó a confesar que parte de sus ingresos fraudulentos terminaban en la caja registradora de restaurantes VIP, locales de copas y otros lujos inconfesables. «Me ponía hasta el culo», reveló a una revista hoy desaparecida. Se refería a la cocaína. La droga de carteristas y rufianes. No hay nada más releer el sumario de los EREs de Andalucía para certificarlo.

El lunes pasado declaró a petición propia y apuntó con su dedo acusador a altos cargos de la Comunidad Autónoma de Madrid. Incluida la consejera de Empleo. Según confesó, conocían la trama urdida para expoliar dinero público a cuenta de los cursos de formación. Y, por lo visto, no hicieron nada para impedirlo. Pero dijo más. El señor Aneri afirmó que la fiscalía le había ofrecido en 2014 un pacto para exculpar a los altos responsables de la administración pública de todo el entramado delictivo. A cambio, sostuvo el ciudadano de Fernán Núñez, le premiarían con beneficios penitenciarios.

De ser cierta, la revelación del señor Aneri es grave. Muy grave. Porque siembra sombras de sospecha sobre un brazo crucial de la judicatura. La fiscalía tiene el mandato constitucional de velar por el cumplimiento de la ley. No de exonerar a según quiénes de supuestos actos delictivos. Por eso es conveniente poner en remojo las acusaciones de un tipo sometido a un proceso penal con un largo horizonte entre barrotes. Pongámoslas en remojo, entonces. De acuerdo. Pero en el barreño.

El señor Aneri pudo haber entregado su vida y su talento al cultivo de hortalizas. O a la siembra de trigo. Pero tiró por la calle de enmedio, como hacen decenas de tiburones que nos dan el almuerzo un día sí y otro también. Su primera incursión empresarial fue organizar un curso de corte de jamón en Córdoba. Como bautizo no está mal. Lo que vino después ha sido una escalada endiablada hasta las más altas cotas de la miseria. Por mucho chándal de la selección española que se ponga para recibir a los agentes de la policía.

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