Francisco J. Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO

Castillejo

No hay nada como un entierro para calibrar la estela de un hombre y sus confines sociales

@abccordoba

El poder tiene esquinas donde acecha el olvido, la antesala de la soledad, la mayor orfandad del ser humano al que la faz de su influjo nubla la realidad. Puede que Miguel Castillejo , «El Cura», como se le conocía por doquier y en mayúsculas, ofreciera su cara más interesante en los últimos años de su vida. La menos conocida, la más literaria. La persona y no el personaje. Digna de los clásicos. Alejado de su cordón de seguridad, de su cúspide de barro, de su intrahistoria, de su leyenda, de sus estratagemas, de su boato y de la alfombra humana que toda megalomanía pisa. Encerrado en su fundación, tras su rostro de mecenas bondadoso, y entre las paredes del edificio que le prestó Sandokán , coleccionaba la verdad de los hechos en un interminable montículo de documentos, cartas, estudios y archivadores ubicados en un extenso y custodiado palomar del palacete de Las Doblas que tuve la ocasión de contemplar y tocar con el más codicioso deseo de atrapar, pero que no fue correspondido, de forma cortés, por su dueño.

En el centro del triángulo casi invencible que conformó durante décadas la personalidad del personaje, y cuyos vértices sumaban a un sacerdote, un banquero y un portento intelectual, se halló al final el hombre que no podía entender cómo toda aquella soflama aduladora e interesada le daba la espalda. Su intención mesiánica y su particular concepción del liderazgo habían sido trajinadas por el pragmático lazarillo que alimentaba al ciego y escondía para sí la mitad de la migaja pellizcada.

No hay nada en esta Andalucía bendita como un entierro para calibrar la estela de un hombre y sus confines sociales. Y el de don Miguel el pasado jueves en la Catedral de Córdoba retrató a la misma sociedad cordobesa que sucumbía al aliento con él mismo en esas extremas horas. Aquella belle époque que acariciaba el lomo con dentelladas cínicas. Aquellas burbujas políticas, sociales, empresariales, culturales, deportivas.... Aquellos instrumentos informativos. Aquel faraonismo cateto, aquel comunismo neocom, aquel socialismo bancario y editor, aquella derecha resbalosa, aquella progresía rancia, aquel pesebrismo astuto... Aquellos «sobrecogedores» de la paloma. Aquellos préstamos electorales. Aquellos políticos que entraban en el garaje de Ronda de los Tejares a la vez que los teletipos echaban humo desde Sevilla. Aquellas asambleas a la búlgara...

La agenda de la oficialidad cordobesa prefirió este jueves —salvo excepciones— ponerse la falsa moña de jazmines en el ojal antes que el luto atrevido de la coherencia, pasando por alto sus hemerotecas o sus prólogos de tinta viperina. Optó por cantarle bajito a la hipocresía sufriendo una interesada amnesia con trienios en bolitas de alcanfor. La «hojana» tornó desprecio. En la conciencia de cada uno y de cada una —valga el lenguaje de género— quede para siempre.

El personaje fue el que fue. Más instrumento que fin. Para bien o para mal. Por eso calificarlo de «anomalía», como se ha escrito casi a hurtadillas, es un contrasentido. No hubo un presidente de caja de ahorros en España diferente al patrón de Castillejo , salvo por sus dotes mentales, el color purpurado y la falla ética que dejó en quienes no asumían un Evangelio entre cuentas de crédito, tarjetas VIP y listas de morosos. En todo caso, singularidad. ¿O acaso los clientes de Cajasur buscaban homilías al ingresar su pensión o intereses en su cuenta corriente...? Todos los presidentes de cajas de ahorros de España generaron capilarismo social subvencionado, agujeros contables, maquillaje financiero, servidumbres políticas, proyectos imposibles, burbujas del ladrillo, beneficios propios y estética naíf. Y han acabado como todos sabemos ya. Castillejo subió al pujilato con el régimen andaluz y con su Iglesia. Y como el oso herido y acorralado, lanzó sus zarpas hasta el último instante en el que el imparable banquero empezó a ser cura de pueblo rodeado de papeles y preguntas.

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