ASÍ FUE 2020 CÓRDOBA

Carmen Ramirez, comerciante: «seguiré luchando pero el cierre me ha dado un bajón»

El Covid le ha puesto la vida patas arriba. A ella la obligó a cerrar definitivamente su tienda en la calle Céspedes

Carmen Ramírez en la calle Céspedes donde tenía su negocio VALERIO MERINO

Baltasar López

Carmen Ramírez es una cordobesa de 55 años a la que, como a otros muchos paisanos, el Covid le ha puesto la vida patas arriba. A ella la obligó a cerrar definitivamente su tienda en la calle Céspedes , en pleno corazón de la Judería. El comercio ha sido uno de los sectores especialmente castigados por la pandemia. Baste indicar que al acabar noviembre esta área de actividad, en su rama minorista, suma 3.988 parados en la capital. Son 655 más que hace un año (+19,6%).No es la primera vez que esta mujer, que lleva «casi toda la vida» vendiendo cara al público -estudió técnico administrativo y sus primeros trabajos fueron en el Reina Sofía y en un despacho para arquitectos, pero lo suyo, confiesa, no era meterse en el «agujero» de una oficina-, se topa con una recesión.

La anterior la obligó a echar la persiana en 2010 a su inmobiliaria «Kasa Karmen». «Voy de crisis en crisis. No me dejan hacer un colchón», dice con una socarronería con la que amortiguar los varapalos.Tras tener que dejar de vender pisos, halló empleo en el comercio y a principios de 2018 entró como dependienta en una tienda de la calle Céspedes, de la que se convirtió en propietaria a finales de ese ejercicio -experiencia tenía, pues, previamente a la inmobiliaria, ya había llevado con su marido la pastelería «Horno San Lorenzo»-. Aquel comercio de la Judería iba bien, rememora Ramírez, pero a su anterior propietario «no le interesaba» seguir con él. «Tenía otros negocios», profundiza. Y ella pensó: «Para qué se lo llevara otro... Llegué a un acuerdo con él y me lo quedé». Su establecimiento, que se llamaba «Karmen», comercializaba piezas de plata y ropa, pero, advierte, no una cualquiera.

«Vendíamos camisas de caballero exclusivas, de la marca española “Puro Arte”. Las chaquetas íbamos a Madrid a por ellas. Nos diseñaban las camisetas para nosotros...», rememora. Y su negocio, cuya clientela correspondía en «un 90% a turistas», iba «muy bien» hasta que en aquellos días de marzo, que ya nadie olvidara, la pandemia empezó a asolar Córdoba, como al resto de la nación.El alquiler, el gran obstáculoLa epidemia llevó al Gobierno central a cerrar en aquellas fechas todos los comercios del país. Al principio, confiesa, «creíamos que sería cosa de un mes». «Hasta que ves los camiones llenos de ataúdes [en alusión a las víctimas de la epidemia] y le vas viendo la cola al gato. Cuando observas que la cuenta corriente se va poniendo a cero, te echas a llorar». «Yo había ganado con la tienda, pero no me había hecho rica.

El producto exclusivo que vendíamos nosotros tiene su margen. Pero no te ofrece el beneficio que dan otros productos», explica, para añadir que, si venían mal dadas, «te hace sobrevivir dos o tres meses, más no». Y eso es lo que pudo resistir su establecimiento.Porque en abril, cuenta echando la vista atrás, «dije: “A ver si podemos aguantar un poquito más”». Pero en mayo, sin llegar ni a volver a subir la persiana, decidió echarla definitivamente. «No se podía aguantar. Eran muchísimos gastos, sin ningún ingreso y sin verle la punta a la situación, porque a aquello no se le apreciaba arreglo ninguno», argumenta. Y se para en el principal obstáculo que se topó: el abono del alquiler del local donde estaba su comercio, del que prefiere no dar la cantidad, aunque sí una pista: «En la Judería, eran una locura. El mío incluido». «Intenté negociar con el propietario porque no podía pagarlo, pero fue imposible», rememora.

Hoy, dicho local lo ocupa la ampliación de un restaurante.Y el Covid, profundiza, llegó en un momento muy complicado para estas tiendas que viven del turista: tras la temporada baja y con «lo poco que tenía» invertido en mercancía para afrontar el periodo álgido de llegada de viajeros a Córdoba. «Judería arranca cuando pasa San José», explica gráficamente. Lamenta, además, que, aunque «pedí todas las ayudas posibles, si bien las que había entonces eran pocas», se las «denegaron». «No han ayudado ni a los comerciantes ni a los hosteleros», denuncia con la mirada puesta en las Administraciones.Asegura que la decisión de dejar atrás su negocio fue «muy dura, porque mi casa dependía de eso, y somos cuatro». Cuenta que en ella viven también su madre, su marido y el pequeño de sus cuatro hijos.

«Desde casa, algo vendo; vendo camisas»

Cuando se le pregunta por la situación económica en la que la ha dejado el Covid, emite un pequeño resoplido: «Buf. Estoy de decir: "Socorro”. Ahora, inventando. Desde casa, vendo algunas camisas. Algo vendo ». Ha tenido como alivio que cerró sin tener deudas. Pero el golpe de la crisis no sólo se mide en euros. Tiene su vertiente anímica. Y lo evidencia de un modo claro. Cuando se le pide que señale qué negocio le dolió más cerrar, si la inmobiliaria o su tienda en la calle Céspedes, en ambos casos por sendas crisis económicas, ni pestañea: «El comercio, y ganaba más con el otro». Pasa a argumentar que «con la tienda yo estaba en mi salsa». «Entraba y me iba feliz de allí y eso me lo ha quitado totalmente coronavirus», se duele y confiesa: «Cuando hablo de esto, me vengo abajo. Es que yo he amado mi trabajo y lo he sufrido mucho». «Porque he estado en la tienda de lunes a domingo de nueve de la mañana a diez de la noche, tuviera bodas o cumpleaños. Porque llevaba sola la tienda. Y no me ha costado trabajo, porque he estado en lo que me gusta, el trato con el público. Me ha dolido más, porque he luchado tanto y he echado tanto sudor en esa tienda», insiste.

Después de que todo eso saltara por los aires por algo totalmente ajeno a ella, admite que «he echado muchas lágrimas, pero muchas, muchas, de impotencia». Admite que no le apetece salir. Cuenta que, por ejemplo, a primeros de diciembre fue la primera vez que regresó a la Judería desde que cerró su negocio. «Me negaba totalmente a ir. Cuando luchas mucho por una cosa... Ha sido un palo muy grande, un palo muy, muy, grande el que nos ha dado este bichito de la leche. Es muy triste», asegura. Y confiesa que, al ver sus calles, tradicionalmente bulliciosas, vacías y con la gran mayoría de sus negocios cerrados, «lloré». «Estaba todo tan solitario que daba miedo andar por la Mezquita y eran las dos de la tarde. Era patético», asegura Ramírez, que califica 2020 como «un año de pesadilla».

«No he visto mejor anuncio que el de que “le den a 2020”», comenta, aludiendo al spot de sidra «El Gaitero». Pero, aunque el palo haya sido duro, esta comerciante ya mira a 2021 con esperanza: «Esto me ha pegado un bajón, pero tengo ganas de seguir luchando». Ya se ha levantado profesionalmente en otras ocasiones y está dispuesta a hacerlo otra vez. Además, sostiene con ese humor con el que pone al mal tiempo buena cara que, con 55 años, a ella no la van a contratar: «Con esa edad, no te quieren ni para echarle de comer a los perros. Ya puedes saber lo que sepas. O me pongo por mi cuenta o no como». Y lo que ella desea es volver «a montar un comercio» en la Judería. «Soy masoquista. Tengo, seguro, que volver a abrir mi negocio y volver a ganar dinero , sea en Céspedes, Deanes...», dice y explica que lo hará «con la misma idea» que tenía en aquel que se vio obligada a abandonar hace medio año. Añade el matiz de introducir otra perspectiva, para trabajar «con menos corazón y más cabeza».

«Tengo tres o cuatro locales vistos, pero vamos a ver por dónde salen los alquileres. No les vas a pagar lo que pedían antes», explica, para añadir ese factor de incertidumbre en el que aún tiene sumergido el virus al mundo y que también sobrevuela su próximo proyecto empresarial. « El dinero para el negocio se busca , pero no tenemos ni idea de cómo va a salir esto del virus. Yo creo que en enero vendrá la ola más fuerte», reflexiona. Y luego baja al detalle de las dudas que todavía se ciernen sobre el regreso de los turistas, vitales para el comercio que ella quiere impulsar. «Desconocemos cuándo la gente se va a fiar para venir, cuándo se convencerán de que se pueden mover por todos los sitios», argumenta.

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