Contramiradas
Carmen Campoy, Asociación de Trasplantados de Pulmón: «¿Cómo se despide una madre de su hijo?»
La presidenta del colectivo relata en la entrevista la angustia, el dolor y la superación de la pérdida
A José le diagnosticaron neumonía lipoidea con 15 años. Desde ese momento su vida pendía de una máquina de oxígeno. Un día de marzo de 2013, a Carmen Campoy se le abrió la tierra bajo los pies. Su hijo necesitaba un trasplante de pulmón . José le preguntó al doctor a bocajarro: «¿Tengo alguna opción más?». Y el médico no se anduvo con rodeos: «Ninguna». Fue entonces cuando se pusieron en manos de la unidad de trasplantes del hospital Reina Sofía de Córdoba.
A los dos años, recibieron la primera llamada. Había un órgano disponible . Cogieron el coche desde Almería y pusieron rumbo a Córdoba. «Sentíamos una alegría enorme», recuerda Carmen Campoy al otro lado del teléfono. Pero a mitad de camino les comunicaron que el trasplante no era viable. Una semana más tarde volvió a sonar el teléfono. Y, cuando José estaba a punto de entrar en quirófano, el equipo médico comprobó que el pulmón del donante tampoco era apto.
Poco después, tuvo una grave recaída . Los médicos diagnosticaron que su estado era crítico. «Y empezó el infierno», afirma la madre. La familia se trasladó al hospital Reina Sofía. A los 15 días, el doctor Ángel Salvatierra se plantó ante los padres de José con no muy buenas noticias. «Nunca se me olvidarán sus palabras: ‘No podemos hacer nada por José’ ». A Carmen Campoy se le cayó el mundo encima. «No podía permitir que a mi hijo no se le diera una oportunidad. Pedí una reunión con el equipo de trasplantes. Me lo habían quitado de la lista de espera porque estaba muy mal. Pesaba 37 kilos, tenía un ‘bypass’ en la cabeza y el oxígeno a 15. El doctor Salvatierra me dijo que si entraba en quirófano sería una muerte segura».
Aquel fue un día dramático. Y Carmen se aferraba a la vida de su hijo como a una tabla en medio del océano. «No podía aceptar que me dijeran que tenía que verlo morir». Entonces les pidió que prepararan una canalización para llevar a José a otra unidad de trasplantes. El equipo médico lo desaconsejó. Moriría en el traslado. Carmen cogió la mano del doctor Baquero y le dijo: «¿Usted de verdad quiere que yo me vaya de aquí sin luchar por mi hijo?» . Y el médico, con dos lágrimas en las mejillas, afirmó: «Vamos a luchar por él».
El 25 de enero de 2017 lo volvieron a poner en lista de espera. Su salud era ya agónica. A la semana lo activaron como código 0. Máxima prioridad . Y llegó el día. La operación duró siete horas. Siete terribles horas. «Cuando terminó el trasplante, me llamaron. Se me acercó el doctor y me tocó la carita. Dije para mí: se acabó». Eran las tres y media del mediodía. «Estuve con él los últimos picos del corazón. El doctor Dueñas me dijo que podía despedirme de él. Yo le dije: ‘¿Cómo se despide una madre de un hijo?’ No quise ver los últimos segundos y me salí. A las doce de la noche falleció ».
¿Del dolor también se aprende?
Muchísimo.
¿Por ejemplo?
Mi hijo me enseñó mucho. Se aprende a conocer a grandes personas . Y la labor de nuestros profesionales, que pensamos que son simplemente médicos, y puedo asegurar que no. Son totalmente humanos. Se aprende a valorar la vida. Que no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita. A dejar a un lado la hipocresía y las maldades . Y que siempre hay que tener una sonrisa y no victimizarte. Tengo momentos muy duros. Y muchas veces me quiero morir. Pero hay que seguir para adelante. La fuerza de mi hijo es mi constancia.
¿Y se aprende a convivir con la ausencia?
No. Está veinticuatro horas en tu cabeza. Cuando tu hijo te falta, la felicidad completa no la tienes . No se aprende a vivir con ello. Nunca.
Carmen Campoy nació en Adra (Almería) pero ya lleva viviendo en El Ejido 26 años. Allí es copropietaria de una explotación agraria bajo invernadero , el auténtico motor económico de la provincia. Desde el fallecimiento de su hijo, es delegada y utillera del equipo de fútbol sala de El Ejido , que acaba de subir de categoría. «Me encanta. Somos una gran familia», declara Carmen Campoy. «Viajo con ellos y vivo los partidos con mucha intensidad. Cuando los chicos me necesitan, los ayudo en lo que puedo. Me ven como a una madre o a una hermana. El equipo me aporta mucho», asegura por teléfono. De hecho, su agenda diaria está condicionada por los entrenamientos y la gestión rutinaria del club. Es presidenta de la Asociación de Trasplantados de Pulmón de Andalucía , con sede en Córdoba, desde diciembre de 2019, a cuya representación dedica parte de sus esfuerzos. Y es madre de otro hijo, que acaba de cumplir 15 años de edad.
Si le digo doctor Ángel Salvatierra, ¿usted qué dice?
Como su nombre indica, es un ángel. En situaciones tan difíciles, ¡cómo te puede reconfortar! Le debo mucho. A mí me ha tratado como a una hija. Me ha dado ese beso de caricia y el día que me dio la mala noticia se encerró a llorar. Tiene una humanidad que te reconforta. ¿Cómo lo hace? No lo sé . Es un ser fuera de lo normal. Lo he sentido como un padre. Y eso me lo llevo.
¿Qué se dejó usted en el hospital Reina Sofía?
Me traje lo peor pero me he dejado mucho bueno . Gente que me apoyó desde el primer momento. Unos profesionales que están ahí y me llaman por teléfono. Cuando voy a Córdoba me siento bien y cuando vuelvo me vengo llorando. Mi hijo nació aquí en Almería pero su alma se quedó allí. Y Córdoba es una ciudad acogedora y preciosa. ¡Cuántas cosas he vivido con pacientes y familiares! Y del equipo de mis enfermeras y mis doctores me he traído lo mejor.
Los amigos de su hijo se tatuaron un pulmón en su cuerpo en homenaje suyo. ¿Hay algún símbolo más hermoso de la amistad?
La doctora me decía: «¡Qué calidad humana para que tenga esos amigos!». José ha sido muy querido. Y yo me siento muy querida por ellos. Ahora se sienten en el deber de protegerme. Hicieron vivir a mi hijo. Nunca se alejaron de él desde que fue diagnosticado hasta que se fue.
Preside usted la Asociación de Trasplantados del Pulmón desde diciembre de 2019. ¿Por compromiso o por terapia?
Por todo. Por mi experiencia, podía aportar mucho. De hecho, he ayudado a muchas familias y pacientes . Sé lo que se pasa. Y quiero que mi Asociación se mantenga buena, sin ánimo de lucro y que se dé un apoyo psicosocial a quien lo necesite. Te enfrentas a algo tan duro que no sabes cómo reaccionar. Me llena. Cada vez que puedo ayudar a una familia es una satisfacción enorme.
Sanidad pública, ¿divino tesoro?
Totalmente. Siempre he acudido a la sanidad pública . Tenemos unos grandes profesionales en Andalucía. Y tenemos la mejor sanidad que pueda existir.
España es líder mundial de trasplantes. ¿Sabe por qué?
Porque somos un país solidario. Somos altruistas . Llevamos ya 27 años líderes.
¿La compasión nos hace humanos?
Mi persona siempre ha sido compasiva con los demás. Me quedé sin padre tan pequeñita que siempre me ha gustado ponerme en el lugar del otro.
Ha escrito la historia de su hijo. ¿Para liberar su angustia?
No. Se lo debía a mi hijo . Ha sido un niño que no ha querido ser nunca protagonista de nada. A pesar de su enfermedad, ha vivido como ha querido: ha reído, ha salido con sus amigos acompañado de su máquina de oxígeno, ha ido a la playa, se ha sacado su carné de conducir. Yo quería que la gente supiera que José no era simplemente un niño con una máquina de oxígeno. Que esa fuerza que tenía pudiera llegar a personas que estaban pasando por una enfermedad y vieran que siempre hay que luchar. Tenía ganas de vivir y eso puede ayudar a muchas personas. Yo se lo debía por eso.
¿Qué le pide al consejero de Sanidad?
Que nunca dejen estas enfermedades raras en el «ladito» guardadas. Al menos, que se interesen. Que tengan herramientas nuestros profesionales para que puedan hacer su trabajo. No culpo a nadie. Pero hay cosas que se quedan en el camino. Y la salud es lo más importantes que tenemos.
¿La alegría sobrevive en su diccionario?
Sí. Tengo momentos de bajón, pero siempre voy con mi sonrisa. Es algo que forma parte de mí.
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