VERSO SUELTO

Un caracol no hace primavera

Un temporal de agua gélida que nadie dirá que es raro en estas fechas ha vaciado las terrazas

Una pareja de turistas pasean junto a una terraza vacía por la lluvia A. CARMONA
Luis Miranda

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Como si el cielo quisiera dar un golpe en la mesa ante la impaciencia de los seres humanos , las nubes han pintado los días de gris desabrido para decir que todavía no es primavera . El viento del invierno, que muchas veces se queda con todo el derecho del mundo en los días que son suyos, ha llenado de hojas caídas y de polvo las terrazas y ha congelado los caracoles hasta nuevo aviso . Córdoba se levantó hace unos días como si ya pudiese dejar el abrigo en el armario y caminar a cuerpo gentil por la tarde dulce que parece que no quiere irse, y al cabo de pocos días ha chocado con la realidad de un temporal de invierno que ha vaciado las calles con un cubo de lluvia gélida y destemplada de la que nadie podrá decir que es rara por estas fechas.

Un poco antes de que las borrascas encadenadas hayan venido a borrar del cielo los presagios de la primavera, en Córdoba , a finales de febrero , se habían llenado las terrazas de caracoles . Hace unas décadas , cuando la gente todavía sabía esperar el momento en que llegaban las cosas sin más ansiedad que unas ganas que se olvidaban con los afanes de cada día, los caracoles eran cosa de la primavera bien entrada . Si la primera luna llena caía baja y tardía, todavía había tiempo para tomarse algún vaso el Viernes de Dolores, por supuesto que en su caldo picante de guindillas como el fuego y aromático de hierbabuena arrancada de una maceta del patio del restaurante. Eran sobre todo un plato para los días de cruces, para saborear una tarde de patios cuando todavía no eran recursos con que entretener a los turistas para que otros se llenasen los bolsillos, para las tardes de mayo en que apetece sentarse al aire a cualquier hora porque sí que sobra el jersey.

Vio el hombre que aquel ritual era bueno y no se dio cuenta de que si lo era se debía en parte a su carácter estacional y efímero , que el momento en que el palillo de dientes busca la carne viscosa del molusco se tiene que dar cuando todavía se guarda en la memoria el perfume, no tan próximo, de los azahares. Que el tintineo de las conchas en el vaso hasta que queda lleno de vacío, como testimonio del humilde banquete, debe ser con la luz justa de los días que ya han crecido. Que para que estén ricos de verdad, si uno los toma al volver de misa la casulla del cura tiene que ser blanca de Pascua y no morada de Cuaresma.

Pero si los seres humanos han perdido la sabiduría de saber esperar era una tontería no aprovecharlo . Quien no comprende que la Semana Santa es especial porque sólo se da una vez al año, y es la culminación de un tiempo que se alcanzan sin ninguna prisa porque todos los días de espera están cargados de sentido por sí mismos, se pondrá a igualar en octubre y no soñará más que con momentos en que haya pasos en la calle (más pasos que imágenes) aunque no venga a cuento. Quien viva preso de las nostalgias de la Navidad se lanzará a comer polvorones por Todos los Santos y la Nochebuena no será más que un trago amargo y hastiado de las decepciones que se lleva quien pone la felicidad en los regalos, el espumillón y las guirnaldas. Se pueden poner caracoles en febrero , criados quién sabe cómo y con salsas alienígenas de roquefort o carbonara, pero siempre habrá un cielo colérico y en el fondo compadecido de la candidez de los hombres que les diga que por mucho que sorban no adelantarán la primavera .

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Un caracol no hace primavera

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