Francisco J. Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO
La canícula
La canícula nunca se va en Córdoba. La caída de las hojas del calendario es sólo un señuelo
![Un hito de temperatura en Córdoba](https://s2.abcstatics.com/media/andalucia/2016/07/31/s/CALOR-CORDOBA-TERMOMETRO-kmFF--620x349@abc.jpg)
La canícula reina en Córdoba desde hace días . Hasta los pokémon duermen la siesta y asoman la cola por la Ribera o el Vial sólo cuando el termómetro se deja querer. El asfalto lagrimea y cruje el granito rosa, forraje de la otra ciudad milenaria que habita intramuros. Su piel blanca encalada resiste el abrasador tentáculo soleado que pretende intimidarla. Los turistas parecen hombres y mujeres de acero en medio de una maratón interminable de resistencia donde la desorientación empieza a hacer mella. Las avenidas se insinúan más empinadas y sólo el murmullo del agua en una fuente da pistas sobre la vitalidad durmiente de la urbe fantasma.
La canícula salta del estado meteorológico al mental y se expande con su rigor infranqueable para inutilizar cualquier intento neuronal de actividad. Ser cordobés, como rezaba en la contra del periódico días atrás, es, hoy por hoy, cosa de valientes. Y a pesar de su fragancia inhóspita, de su velo sahariano, de sus torres achaparradas que cuentan grados centígrados de forma apocalíptica, o de sus chicharras cantaoras por seguiriyas que adelantan la «tragedia» que está por llegar..., aún encierra Córdoba un encanto insuperable, exótico, místico y singular... Como el de esos caseríos que habitan picos imposibles, la soledad humana en medio de una isla volcánica o el último rincón del mundo en el que la naturaleza nos desafía desvalidos. Y aunque algunos «cobardes» huyen por tierra, mar y aire al crepúsculo de la semana, los hay indómitos al desaliento.
La canícula nos gobierna. Su disciplinado martilleo le pone fronteras al inocente deseo de aire fresco. Vivir a cuarenta grados es sobrevivir al mismo día que se repite todos y cada uno de ellos. Un «déjà vu» que te amuerma y preanestesia. Crees haber saludado a la misma persona en el mismo lugar y a la misma hora.
Como Bill Murray en aquella famosa película de la marmota en la que todo empezaba tirando al suelo de su habitación el mismo despertador a la misma hora. Es como si el tiempo estuviera hechizado. Y cuando llegas a la barra de un bar, donde siguen desayunando las mismas caras, los mismos cafés con los mismos jeringos, lees las mismas noticias, con los mismos protagonistas y los mismos asuntos de la planicie informativa que presentan sonrisas enigmáticas que no saben si ríen o si lloran sin lágrimas.
Ves a Pedro García en el Alcázar de los Reyes Cristianos , donde había un espectáculo de luz y sonido que amenizaba las pocas horas de resuello del turista y que se apagó un día como hoy de hace un año. Miras a la alcaldesa subida con un consejero de la Junta en el «metrotrén de cercanías» convertido en una especie de «tren de la bruja» que recorre el mismo círculo a ninguna parte entre escobazos que alientan la sensación de absurdo. Lees las palabras de los promotores del parque comercial de Rabanales 21 , atrapado en las mismas arenas movedizas de un día como hoy de un año cualquiera. El mismo lamento, la misma pena.
Y piensas entonces en aquella ciudad deportiva para centenares y centenares de chicos cordobeses con la elástica blanquiverde, producto de la imaginación. En el mismo lugar, en el mismo intercambio de golpes dialécticos... Las mismas bravuconadas de unos y otros. E incluso repasas dos y tres veces las mismas declaraciones de dirigentes que ya no es que vivan en el mismo día, sino que jamás han sido capaces de prolongarse en otro, encapsulados en su realidad. O te vuelven a golpear las cifras del paro, de los hoteles que faltan, de los equipamientos que no se harán...
La canícula nunca se va en Córdoba . La caída de las hojas del calendario sólo es un señuelo. Un efectivo placebo que nos regala la sensación de que ya no atravesamos el mismo día, aunque, en verdad, seguimos en él. Porque ser cordobés, hoy por hoy, es cosa de valientes.