Crónicas de Pegoland
La calor
Nos la damos de sobrados pero la verdad es otra: esto no hay quien lo aguante
Sin ser aficionado a la meteorología —los politólogos de la ciencia, afirmo— ni por supuesto estudioso del asunto (si llueve, pues qué le vamos a hacer, llueve), creo que estar en mi pleno derecho de afirmar que estoy del calor hasta la patilla derecha de las gafas. Inclusive, de la izquierda. A lo mejor es lo de cumplir años, que hoy me piro de vacaciones dejándoles a ustedes en grata compañía o incluso el factor mascarilla, que aporta sus poquitos grados de exceso a la respiración.Pero lo de este año es fuera de lo común, abominable, inhuman o. Alcalde, carajo, haz algo que para eso te pagamos la nómina.
Decimos en el Twitter que no es para tanto para darnos aires y para reírnos de esos pobres castellano-leoneses a los que le da una alferesía cuando se ponen a treinta y cinco grados de nada. Si el caso es el de un servidor, que creció en el municipio de la península ibérica con mayores máximas, la noble ciudad de Montoro, acabáramos. Sacamos la sonrisilla sarcástica para reírnos del último pobre mesetario al que ponen en la tele a contar lo de la ola de calor y decimos eso de «bah, ni idea tienes de esto, payo» . Cuando la verdad verdadera, la brutal y terrible realidad, es que lo de este año —todos los años son este año, en realidad— es inenarrable, terrible, un horror verdadero. Que aquí no hay quien esté. Huyan.
A lo mejor el calor no mata el coronavirus pero al resto no está dejando tiesos. Son cifras del Gobierno, contrastables por tanto por los verificadores, que las altas temperaturas son el principal factor natural que causa muertes. Entre 2000 y 2019, 209 personas murieron en España por problemas de salud ligados al calor extremo. No matan tanto, ni de lejos, las inundaciones, el frío, los rayos, los terremotos. Por si quieren el dato, 2018 fue el año de la serie en el que más personas murieron por calor en España, un total de 42.
Córdoba será todo lo bonita que ustedes quieran pero es muy desagradable en determinadas épocas del año, vamos a decir las cosas como son. Esos cuarenta y tantos en todo el lomo subiendo la Espartería —que es el premio de la montaña del Centro— a las cuatro de la tarde no tienen nombre. Esos amaneceres con el bigote untado en sudor no dan tregua. Esas noches de paseo donde parece que se esté nadando en una piscina de caldo del cocido. Esas madrugadas a la parrilla donde la calle es una plancha encendida y las paredes de las casas expelen esa quemazón de las cosas recién sacadas del horno. Esas camas en las que uno no se afana por el contacto, como merece la pena, sino todo lo contrario. Esas cañas calientes, ese todo mal. Esas facturas de Endesa , a cuyos accionistas y directivos deseo que disfruten de los cuantiosos beneficios que generan nuestros aires acondicionados con ese gesto universal que consiste en extender el dedo corazón y cerrar fraternalmente todos los demás. Con el cariño del que antefirma, que cierra el chiringuito hasta septiembre.
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