José Javier Amoros - PASAR EL RATO
Calles y nombres
¿En qué empequeñece a Cruz Conde, Cañero o Fray Albino que quiten sus nombres a unas calles, si ellos ya tienen la obra hecha y toda la gloria?
![Monumento al obispo Fray Albino, en la plaza de Cañero de Córdoba](https://s2.abcstatics.com/media/andalucia/2017/06/13/s/opinion-amoros-calles-kgGE--620x349@abc.jpg)
Lo que hizo el domingo Rafael Nadal en París es una hazaña para la memoria histórica de España. Lo que pretenden hacer con los nombres de las calles en Córdoba, es un detalle para la memoria histérica del rencor local. Así no hay manera de poner en orden los sentimientos en la historia. Cambian los nombres, siguen las cosas. Cuando no se tiene capacidad para influir en las cosas, se empeña uno en cambiar los nombres. Y en las calles -a diferencia de las flores, de los animales y de la carta de vinos-, el nombre no hace a la cosa. Por eso cambian el nombre, para consolarse de no ser artistas. «No lo toques ya más, que así es la rosa». ¿En qué empequeñece a José Cruz Conde , a Antonio Cañero , al obispo Fray Albino que quiten sus nombres a unas calles, si ellos ya tienen toda la obra hecha y toda la gloria que merecen por ella, y eso no puede disminuirlo un rótulo de izquierdas callejeras?
Echémonos a la calle, a vagar un poco, con toda la vida al hombro. Las calles nos igualan más que las leyes. En ellas nadie destaca sobre nadie, esa es su cualidad. La calle nos acepta sin hacer preguntas sobre nuestro currículum vitae. Puede pasar a nuestro lado el gran escritor, el vicealcalde, la cantante, gente que avanza de espaldas para cerciorarse de que la miramos con admiración, y no dejan en el aire más huella que nosotros. Una vez que el perfume fugaz de la fama se ha diluido a su paso, los famosos son absorbidos por el espacio común. En la calle son como nosotros, no valen más, no pesan menos, no caminan mejor. Lo que significan en nuestras vidas sin relieve es lo que ponemos nosotros. Si los dejamos pasar con indiferencia, no son más importantes que la señora con niño a la que acabamos de ceder el paso. A nadie destaca la calle. La calle nos va tragando a todos, según pasamos.
Desde el confesionario civil de la calle, me acuso, padre, de haber politizado el artículo de periódico, un género literario en que la política no debería ser el tema, sino el pretexto del tema. Si la columna es arte, los políticos no pueden ser argumentos, sino peldaños para subir el texto hasta el arte. ¿Es que alguien que tenga aprobada la Selectividad puede dedicar media línea a la desteñida personalidad de Mayor Zaragoza ? Uno puede ser mediocre, pero debe conservar la dignidad como escritor. Me acuso, padre, de haber prestado atención y sintaxis, que es una facultad del alma, a gente que ya tiene quien le cante, y sin embargo, no merece tanto.
Por haber dedicado más tiempo al teléfono móvil y a las redes sociales que a Pla y a Delibes , hemos descuidado la vida diaria, el benigno placer de lo cotidiano: el viaje en autobús, las conversaciones con desconocidos en el mercado y en la taberna, contar un cuento a nuestros hijos o a nuestros padres antes de dormir, escribirle un mal poema a la mujer amada, que siempre será mejor que un buen tuit. Tuit, tuit, tuit, pitas, pitas, pitas. Vivimos por personas interpuestas revestidas de poder o de fama, que no son mejores que nosotros ni tienen nada que enseñarnos. Más audaces, más desenfadadas sí son, menos ricas de alma y más de cuerpo. Ser es ser conocido. Pero el poder y la gloria son discretos, si son verdaderos. Cuando el poder o la gloria se ven más de lo necesario, es que se han convertido en publicidad.