CALLEJERO SENTIMENTAL DEL CASCO ANTIGUO DE CÓRDOBA
Callejero Sentimental de Córdoba | Encarnación, de monjas, cueros y miradores
Esta calle toma su nombre de un convento, acoge artistas del cuero y posee dos estratégicos miradores
Tiene un comienzo prometedor la calle Encarnación , que a lo largo de 120 metros enlaza Rey Heredia con la Mezquita-Catedral, pues luce en la esquina un grueso fuste con capitel romano que Carlos Márquez considera corintio-asiático del siglo II. Pero el paso de los siglos lo ha ido dañando por su vulnerable situación; la última agresión ha dejado visible la huella de un salvaje arrollón , que pone al descubierto sus blancas entrañas de mármol ante la indiferencia de la autoridad para restaurarlo o protegerlo. Qué más da, dirán, tenemos muchos. El fuste de piedra gris ostenta una inscripción en honor de T. Marcello Persinus Marius, edil y magistrado municipal.
Una gran puerta adintelada fechada en 1758 invita a asomarse al compás del convento cisterciense de la Encarnación , que da nombre a la calle, fundado como beaterio en 1509. Sobre el dintel luce un delicado relieve renacentista que escenifica la Anunciación y procede de la portada primitiva proyectada por el tercer Hernán Ruiz. Anímese a traspasar la puerta y verá , tras la robusta verja, la corpulenta palmera que sombrea el patio o compás . En el testero derecho una lápida invita a «entrar en el silencio de este lugar para escuchar a Dios». Qué bonito . Al fondo del patio se alza la puerta del templo conventual, abierta en horas de misa. Preside su barroco retablo mayor una imagen de la Inmaculada procedente del convento que hubo en la plaza de las Dueñas, suprimido tras la exclaustración de 1868. Guardan las monjas un Niño Jesús apodado «del Río» porque lo rescataron del Guadalquivir unos molineros en 1701; la hermana Gema aseguraba que al escultor no le gustaría porque le salió cabezón y lo tiró el río, pero no se hundió.
Comunidad de monjas
Cuando muchos conventos cierran sus puertas o concentran sus envejecidas comunidades por la crisis de vocaciones , éste puede presumir de tener hoy veinticuatro monjas más cuatro a la espera de profesar, según me cuenta sor Gracia, la hermana portera, tras la ventanita enrejada en la que atiende a las personas que, de toda Córdoba, acuden con ropa manchada para que se la dejen como nueva mediante limpieza en seco, tarea que, junto a la lavandería, constituye la principal fuente de ingresos. En la misma esquina se alza una torre mirador velada por celosías que la comunidad construyó pese a la oposición del Cabildo catedralicio , pues estimaba que unas monjas de clausura no tenían que ver la calle. Me quedo con ganas de subir para contemplar la vista, pero no es posible porque está en la clausura.
Otro mirador , accesible para viajeros acomodados, brinda el hotel Balcón de Córdoba , de cuatro estrellas , que se abre en el número 8 de la misma acera. Tiene diez habitaciones tan solo, con nombres de resonancias persas, como Nahal, Ruzbaham o Anahita, divinidad indo-iraní de las aguas y la fertilidad. Su terraza superior regala una vista privilegiada de la cercana Mezquita-Catedral. La casa es un edificio del siglo XVII que perteneció al aparejador, profesor de dibujo y miniaturista Rafael Bernier Soldevilla (1894-1969), que integró en sus patios un centenar de vestigios arqueológicos; casi un museo, vaya. Muchos turistas se asoman al zaguán para fotografiar la fuente arqueológica del patio del Naranjo, visible tras la cancela.
Qué curiosa coincidencia: ese Rafael Bernier aprendió en París la técnica del repujado y policromado del cuero, que aquí desarrolló en su taller familiar, y justo al lado del hotel que fue su casa abre el taller Meryan de cueros artísticos, fundado en 1952 por el afamado pintor Ángel López-Obrero y su esposa Mercedes (de ahí el acrónimo Meryan, primeras sílabas de sus nombres), al que ya se ha incorporado la activa tercera generación. En la fachada, un azulejo anuncia «Cueros de Córdoba» en siete idiomas . Los turistas se asoman al cuidado patio de estirpe señorial y se maravillan al contemplar la amplia gama de objetos prácticos o decorativos que salen del taller -con entrada también por la Calleja de las Flores-, entre los que destacan vistosos reposteros.
Vistosos reposteros
La calle ofrece otras curiosidades de interés . Así, en el número 1, enfrente del convento, llama la atención por su valor artístico la portada barroca de un antiguo oratorio fechada en 1743 , en el que se estableció la Venerable Congregación de Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento, vaya nombre. Hoy pertenece a los Misioneros de la Esperanza, seglares dedicados al apostolado, pero siempre veo su puerta cerrada. En la casa número 5 tiene su tienda de antigüedades Rafael Aguilera, tercera generación ya de un selecto negocio que inició su abuelo Juan hace cuarenta años y luego continuó su padre. Asomarse al gran salón que se extiende tras la puerta interior de cristal es como contemplar el almacén de un museo de añejas pinturas y muebles antiguos que trasladan a otras épocas, entre los que sobresalen preciosos bargueños.
L a casa número 7, ahora en reforma , donde los Aguilera comenzaron su negocio, fue habitada a principios del siglo XVI por un siniestro personaje, terror de herejes, como fue Diego Rodríguez de Lucero, el inquisidor Lucero , de tan triste fama, que condenó a la hoguera a más de trescientos cordobeses en el breve periodo de cuatro años, un centenar de ellos en un auto de fe celebrado en vísperas de la Navidad de 1504, el más sanguinario que se recuerda. Pero al final huyó de aquí perseguido por los cordobeses después de asaltar la prisión del Santo Oficio, situada en el Alcázar. Una página negra. El número 9 es un respiro de la calle, pues tras su verja se extiende el conjunto Almedina, viviendas adosadas con ameno jardín . La casa número 11 conserva un patio pequeño y mimado por Rosario y José María, que entre 1987 y 2017 concurrió veinticuatro veces al concurso municipal. En el 17 abre el hotel Los Omeyas, qué buen nombre a dos pasos de la Mezquita. Y frente al taller Meryan permanece cerrada la casa familiar de los González-Ripoll, apellido que ha dado a la cultura cordobesa un fino escritor, Juan Luis, y un celebrado pintor de estilo naif, su hermano Carlos, que plasmó infinidad de fiestas y estampas del pasado. Cuando la casa estaba habitada me gustaba asomarme al zaguán para contemplar la belleza del patio, señorial y profundo.