Callejero sentimental del Casco Antiguo

La Hoguera: Calleja con un patio dentro

Córdoba recobró a mediados de los años 50 del pasado siglo un rincón que seduce a los turistas

Calle de la Hoguera entrando por Deanes Álvaro Carmona

Francisco Solano Márquez

La que hoy se conoce como Calleja de la Hoguera surgió en 1955 cuando el Ayuntamiento comunicó dos barreras o calles sin salida; una recayente a Céspedes y otra a Deanes . Para facilitar el proyecto, que restableció una antigua casa de paso, los vecinos Francisco Alcántara y Rafael Gutiérrez cedieron gratuitamente terrenos de su propiedad, gesto que les agradeció el alcalde Antonio Cruz Conde. Desde entonces Córdoba recobró un rincón que seduce a los turistas que se adentran en su angosta blancura, imaginándose que están en una ciudad norteafricana, sugestión a la que contribuye la Mezquita de los Andaluces y su alminar.

Partiendo de Céspedes , la calleja se puede dividir en cuatro partes: un primer tramo con arcos y parcialmente cubierto por techumbres; una minúscula placita que antaño fue patio; otra plazuela hoy dedicada al pinto r Miguel del Moral , y un tramo final, de menos interés, que desemboca ya en Deanes. De uno de los faroles modelo Córdoba que iluminan la noche cuelga una banderola amarilla con este mensaje: « El alma de Córdoba está en sus callejas, respétalas». Y es verdad. Que el Ayuntamiento tome nota y las mime.

Recorramos la calleja sin prisa. Desde Deanes , que es un río de turistas camino de la Mezquita, entrar en la Calleja de la Hoguera, antigua Quero, es como sumergirse en un oasis de cal y silencio. En la esquina abre la tienda de Alba, bisutería de filigrana y otros regalos finos atendida por María Olga , una afable venezolana.

Ensanche

A los pocos pasos la calleja se ensancha para que respiren mejor las casas de noble porte que la flanquean, especialmente la de la izquierda, con graciosa torre mirador elevándose sobre el tejado . En el rincón contiguo crece una buganvilla , que sube y sube buscando la luz hasta explosionar en una llamarada de fucsias.

Tramo intermedio de la calle, con los naranjos Álvaro Carmona

Al ensancharse la calle forma un rincón que los turistas se disputan para tomar fotos, pues desde ahí regala sin duda la mejor perspectiva: cuatro arcos sucesivos -los primeros de medio punto y los otros rebajados- que marcan dos tramos cubiertos, mientras que al fondo surge un modesto porche. Los tramos cubiertos ostentan sencillos artesonados y una elegante bóveda de arista, con un ventanuco de enrejado saliente y sabor conventual.

Sobre la construcción que se alza en los arcos primeros surge el pequeño alminar de la Mezquita de los Andaluces , blanco prisma en cuyos cuatro lados se abren arquitos de herradura de ladrillo para que el almuecín llame a la oración o salat. [Hace unos años, a mediodía y al atardecer se escuchaba, a través de altavoces, su llamada grabada, pero hoy han desaparecido]. Se cubre el alminar con bóveda semiesférica y, sobre ella, las cinco bolas decrecientes del yamur, símbolo islámico que atrae la protección divina. No entro en la pequeña mezquita, hoy cerrada, pero en internet busco y contemplo su interior de tres naves, separadas por buenas columnas de mármol rojo, y al fondo, el mihrab , con la misma orientación meridional que el de la cercana Mezquita Aljama, curioso.

Recogimiento

De vez en cuando, el apacible recogimiento de la calleja se ve perturbado por la irrupción de grupos de turistas, con su guía al frente, que pasan deprisa porque les queda mucho que ver en Córdoba , y tienes que echarte a un lado para evitar que te arrollen.

Unos grupos proceden de la calle Deanes y otros de Céspedes, y es casi milagro que nunca choquen. En pocos minutos escucho explicaciones en inglés, francés, italiano y castellano, una babel de lenguas, mientras los turistas captan con sus móviles tan mágico rincón.

Tras el porche, sustentado por una vieja columna muy erosionada, ahora repintada de gris -qué mal gusto- se desemboca en una placita con aspecto de patio sombreada por las copas de dos naranjos que inclinan reverenciosamente sus esbeltos troncos. La placita tiene proporciones y aspecto de patio, y hay turistas solitarios que no se atreven a pasar pensando que se trata de una casa particular. Por el angosto arco blanco que se abre a la izquierda, bajo la casa donde tuvo su estudio el pintor Miguel del Moral , que respira al exterior por una breve galería con balaustrada de madera, se desemboca en la plazuela que le dedicó el Ayuntamiento tras su muerte en 1998. Una plazuela inundada de veladores -catorce conté- del mesón El Burlaero, que mancilla la blancura de la fachada con fotos estridentes de sus especialidades, entre ellas el rabo de toro, cómo no llamándose El Burlaero .

Rótulo y fachada de la casa de Miguel del Moral Álvaro Carmona

El homenaje al pintor es justo y acertado en este lugar, pero falla la estética, vaya por Dios: las letras del rótulo son desproporcionadas para las dimensiones de la placita y además chirría ver también su segundo apellido, con el que nunca firmó: « Plaza del pintor Miguel del Moral Gómez », hala.

En la casa-estudio Miguel recibía a sus amigos, artistas y poetas mayormente, sobre todo el día de Nochebuena para admirar su Nacimiento, instalado en la repisa de la chimenea, y compartir su vino. ¡Qué buena sede hubiera sido esa casa para la Fundación Cántico , un sueño desvanecido! Pero algo queda del pintor para sentirlo vivo, que es su recoleto patinillo de acento romano, visible a través de una ventanita enrejada situada a la altura de los ojos. Se conserva como él lo dejó hace ya veinte años largos: el suelo enchinado centrado por la taza del surtidor, el porche de esbeltas columnitas, la mesa antigua con platos decorados por el artista y algunos vestigios arqueológicos, entre los que destacan un soberbio capitel califal y fragmentos de atauriques, sin que falten las plantas de interior. Tan auténtico todo que parece que Miguel va a abrir la puerta de un momento a otro, desde el estudio superior, y va a gritar, hospitalario: «¡Pasa, pasa y sube, que estás en tu casa!».

El último tramo de la Hoguera carece de interés; tan solo anotar el contraste entre la acera derecha, bien mantenida, y la izquierda, cuya blancura antigua se ha desvanecido y está afeada por cables desgobernados que nadie elimina ni encauza. Lo mejor de este tramo es la columna de piedra empotrada en una esquinilla, que ostenta la leyenda « SOY DE DOM LVIS DE GONGORA ANNO D(OMI)NI 1627 », que Miguel rescató de la casa donde murió el poeta, situada en la Trinidad, donde hoy se forman las muchachas de Zalima.

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