Luis Miranda - Verso suelto
Calle Torrijas
En este 2022 todo el mundo debería tener asumido que el lenguaje integrador y paritario es obligatorio
La verdad es que no entiendo el retintín con que algunos periodistas han venido a Córdoba para hablar de los cambios en los nombres de las calles , como si alguien hubiera hecho el ridículo con esta toponimia inclusiva. En este 2022 todo el mundo debería tener asumido que el lenguaje integrador y paritario es obligatorio según las leyes estatales y autonómicas y Córdoba se van a hinchar de premios por su magnífica idea.
Hace cinco años, en 2017, se reorganizó el viejo callejero de Córdoba y se empezó de verdad a luchar con dureza contra el franquismo. Se limpió de los rótulos a las personas que se tenían por complacientes con la dictadura y se les pusieron los nombres de quienes dijeron que habían corrido delante de los grises -lástima que se perdieran las fichas policiales- pero nadie se iba a quedar ahí.
El Ayuntamiento de Córdoba, a propuesta de Unidos Podemos , aceptó el reto de hacer un callejero plenamente paritario, que acabase con el micromachismo de los plurales masculinos. Más de dos años estuvo trabajando una comisión nombrada por el Pleno sin votos en contra para ofrecer las primeras conclusiones. «No todo estaba perdido en Córdoba; hemos encontrado que igual que hay una plaza de Capuchinos hay también, no muy lejos, una plaza de Capuchinas, y hasta nos hemos enterado de que no tiene que ver con el famoso café que tomamos en Italia», explicaron delante de los flashes y los micrófonos.
Todavía discutieron sobre si hacer nuevas calles con nombres femeninos o añadir la terminación, y no sin problemas prefirieron lo segundo, porque les recordaba más al lenguaje administrativo que ya se empezaba a filtrar entre la gente. Las fábricas de cerámica donde se hacen las letras de las calles antiguas se pusieron las botas cuando iban llegando encargos. La calle Lineros y Lineras fue la primera que se rotuló y se inauguró con cinta de bandera (sólo andaluza) y concierto de flamenco con una soleá escrita para la ocasión.
Así fueron emergiendo en las paredes los nombres de oficios que si no fueron femeninos al menos pudieron haberlo sido: Piconeras, Tundidoras y Bataneras, aunque hubiera un silencio incómodo cuando alguien preguntara qué dos profesiones exactamente eran estas últimas. A la hora de poner el nombre de plaza de Aguayos y Aguayas todavía hubo un poco de controversia, por aquello de ser un apellido rancio, pero al final se contó una historia de mujeres presas en el heteropatriarcado de su época, y por eso mismo coló lo de la calle de los Frailes y las Frailas, Deanes y Deanas y Campos Santo de los Mártires y las Mártiras. Por aquellos días también se rotularon Moriscos y Moriscas y Judías y Judíos, en este caso invirtiendo el orden para evitar el chiste fácil y micromachista de poner «con chorizo». Dicen que Juan Palo y la cuesta de Pero Mato son apologías del maltrato, pero en los manuales de las Consejerías y los Ministerios no se dice nada, así que por ahora siguen.
Nadie vio en el equino de la fuente ningún atributo masculino, así que pasó a llamarse Plaza de la Potra, aunque se le dejara a la posada el antiguo por motivos históricos. En un alarde de respeto a las minorías también se optó por cambiar a Arroyo del Magrebí, pero no sé a qué venían las risitas cuando se puso el nombre de calle Torrijas a petición de una nueva plataforma ciudadana. Lo mismo eran cofrades, que piensan que es más apropiado por tener allí su carrera oficial privatizada.