CALLEJERO SENTIMENTAL
Calle Rodríguez Marín | El ajetreo comercial de la Espartería
Pasaron por ella por los reyes Felipe II y Felipe IV y siempre ha sido una cuesta popular y antesala de la Corredera
[El texto fue redactado antes de la declaración del estado de alarma, pero las fotos están tomadas esta misma semana, con la declaración en vigor]
La calle se llamó tradicionalmente Espartería por las tiendas que vendían labores de esparto destinadas a actividades industriales y agrícolas, como capachos, esteras, sogas, serones y otras. A raíz de la revolución de 1868 se la dedicaron temporalmente al marino Juan Topete, época en que don Teodomiro la conoció «dedicada al comercio, en particular de telas». Ya en el siglo XX se rotuló como Rodríguez Marín (Francisco), periodista, lexicógrafo y cervantista nacido en Osuna, que en 1914 ganó aquí unos juegos florales con un trabajo sobre «Cervantes en la ciudad de Córdoba», en el que expuso sus conjeturas sobre la ascendencia cordobesa del autor del Quijote. Pero aquí la seguimos llamando Espartería, como ya se conocía en el siglo XV.
En tan solo cien metros de longitud la Espartería ha tenido una vida comercial muy intensa, al estar situada en la antesala de la bullente Corredera . Inmaculada, que pasó su niñez y juventud en la casa número 3, de Azorín Izquierdo, recuerda que «era la calle con más ambiente de Córdoba, un tumulto». Y enumera negocios desaparecidos como los bancos Central y Vizcaya, los tejidos Martín Moreno y Galisteo, la carnicería de Sandalio Vidal, la farmacia de Aumente, los comestibles Novell y Valls, la ferretería La Llave, la mercería El Pensamiento, la relojería Ideal, la droguería Quevedo y la fonda de Ortega, sin olvidar el estanco ni el despacho de lotería.
Animación callejera
Tampoco olvida las roscas y las tortas de ajonjolí que ofrecía Fernando en el portal de su casa; los vendedores callejeros de quesos y alhucema, ajos y limones, o el comprador de oro, que ejercían en la calle; las piaras de pavos por Navidad; los gallos asomando sus crestas por los capachos, y los serenos serviciales que te abrían la puerta. Con tanto ajetreo los niños no tenían donde jugar, así que se iban a la cercana calle de Fernando Colón, antigua de la Ceniza.
La Espartería era una calle viva y ruidosa, por la que bajaba media Córdoba camino de «la Plaza Grande», como llamaban al mercado central cubierto que en 1896 inauguró el emprendedor José Sánchez Peña en mitad de la Corredera y en 1959, acabada la concesión administrativa, desmontó el alcalde Antonio Cruz Conde, lo que permitió recuperar la plaza barroca del siglo XVII. Una pilona restringe el tráfico frente a las bocacalles Tundidores y Pedro López, que ha cambiado su piel de adoquines por granito industrial, duro y sin aceras. La calle se ensancha y traza una ligera curva frente a La Cazuela, que aprovecha el ensanche para colocar un par de mesas en las que tapear de pie. Muchas cordobesas han sudado la gota gorda subiendo esta cuesta cargadas con las cestas de provisiones.
Al inicio de la calle pervive en la esquina una sencilla cruz de hierro que recuerda viejos tiempos, cuando en la calle Marmolejos, hoy Capitulares , se exponían artículos decomisados y cadáveres sin identificar hallados en el campo. Por Pío Baroja sabemos que en esa casa de la esquina vivió «un capitán de miqueletes retirado, don Matías Echevarría». Fíjese que la fachada de la casa está descuajaringada, como a punto de caerse. En la puerta anuncia la compra de oro, pero el negocio está ahora cerrado. Durante muchas décadas estuvo allí la Administración de Lotería número 1, que en mayo del 53 alegró la feria de muchos cordobeses al distribuir siete millones y medio de pesetas de entonces entre quienes llevaban el 35.762.
Muchos de los viejos neg ocios fueron desapareciendo y otros se han transformado. Así, donde estuvo la mercería El Pensamiento de Antonio Moreno, José Salamanca abrió en el 98 el restaurante La Cazuela, que conserva interiormente el aspecto recobrado de una casa familiar, cuyos escaparates llaman la atención de los turistas por su amalgama de objetos, como vinos, libros y reliquias antiguas, entre ellas una máquina de escribir, una báscula y un traje de luces, ya apagadas. Mientras Manuel cuenta calderilla sobre el mármol del mostrador me recomienda las alcachofas con rabos de toro y las berenjenas con salmón. La fachada se reviste de rojo almagra. Cuando cerró la mercería su encargado Diego abrió enfrente otra con su nombre, regentada hoy por sus hijas Mari Carmen y Lola, que se defienden porque el local es suyo, pero la crisis y las compras on line han herido el comercio tradicional.
Renovación comercial
Aunque mantiene las estanterías de madera, la antigua ferretería La Llave es hoy un gastro-shop con productos ecológicos para tomar o llevar, donde uno se siente como en un antiguo colmado. Al exterior sus persianas muestran consignas conservacionistas, como «Vivir sin plástico» o «Consumo responsable». Al final de la calle pervive desde 1934 la tienda de ultramarinos de toda la vida, que primero fue Luque, luego Andalusí y ahora Espartería, regentada por la antigua empleada Estefanía y su marido Rafael, que mantienen la tradición y calidad de la casa, entre cuyos productos estrella figuran los lomos de bacalao del Atlántico Norte y las sardinas arenques en barrica.
Otros negocios aportan nueva savia comercial , entre ellos, de arriba abajo, La Tarterie, café y zumos; La Siesta, loungue-bar; Panzamorena, pasta fresca y más; los supermercados Proxi, de proximidad, y Carrefour Express; la confitería Costi y su pastel cordobés; Kuvo, plata de diseño y fabricación propia; hasta un chino, cómo no.
Antes de su desembocadura en la Corredera surge a la derecha una quebrada calleja sin salida que llamaban de los Gitanos por algunos que vivieron en ella, como también de los Apartados, porque allí retenían a los detenidos hasta imponerles el castigo que mereciesen. Al fondo de la cuesta cerraba la calle la tienda de confecciones de Navajas, que en 1999 cambió la ropa por las tapas. Al final de la calle el potente Arco Alto enmarca la vista de la Corredera poblada de veladores, que los turistas no se la esperan y alucinan.
Cuando los comercios echan sus persianas y la calle recobra la calma abre sus puertas el Jazz Café , esquina a Tundidores, que brinda sesiones nocturnas de jazz y blues, acompañando así las copas. Lo abrió hace dieciocho años José Luis Cabello, que ha ido forrando las paredes de recuerdos jazzísticos, entre ellos instrumentos antiguos de metal. Su ventana circular es un buen mirador.
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