Rafael Aguilar - EL NORTE DEL SUR

De la calle del Dormitorio a Zarco

Quizás para asimilar el lavado de cara de San Agustín sólo haga falta darle tiempo al tiempo

«LA plaza es mía», grita sin parar el tierno demente que se pasea por la pequeña población de Sicilia que ve crecer a Totó en Cinema Paradiso . San Agustín , que tiene mucho de pueblo, inauguró hace dos días y en vísperas del Viernes de Dolores , su espacio más emblemático y, al tiempo, más olvidado. Los políticos que ahora se felicitan por la reforma merecen más bien un reproche que una palmadita en la espalda. Si la estatua de Ramón Medina se bajara del pedestal, o de la caja de mandos sobre el que le han colocado al pobre, cantaría bien triste sobre las demoras y los aprietos de los obreros que recibieron la orden de llegar como fuera a la fecha convenida. Así a primera vista la plaza no convence, la verdad. Cierto es que estas cosas pasan. Que de hecho ya han pasado en esta ciudad y con más estrépito. Sólo hay que acordarse de la que se lió con el Puente Romano , de los dolores de cabeza que el granito rosa , los faroles terrestres y el pretil le dieron al egregio Juan Cuenca. Y luego, mira, que han pasado los años y ya nadie protesta por el remozamiento, por usar el término cursi, del eje entre la Calahorra y la Puerta de Felipe II. Ahora pasa uno por el Puente Romano y hasta le gusta cómo quedó la cosa.

Igual es cuestión de tiempo y hasta a esos parterres y a esas estructuras metálicas que hacen las veces de los inexistentes árboles pero sin sombra acaba cogiéndoles cariño el vecindario. Que no es cualquier vecindario. Esto ya está escrito: San Agustín es un pueblo incrustado en el casco histórico . Los urbanistas le llaman a la zona Axerquía Norte y hasta una vez hubo alguien que se entretuvo en redactar un plan de rehabilitación concertada, que venía a ser como un lavado de cara del barrio a lo grande. Eso era cuando las administraciones tenían dinero para contratar a arquitectos y encargar estudios de geografía urbana. Que ya ha llovido. La cosa tenía unas metas ambiciosas y terminó como terminó: a unos cuantos paisanos con título de propiedad en el enclave la Junta les dio un cheque para que taparan goteras, blanquearan los muros y compraran geranios. Y poco más: nada se supo del proyecto del centro cívico proyectado en la misma plaza que ayer le robó protagonismo a la de Capuchinos, como si el Viernes de Dolores fuera un reñido tú a tú entre las vírgenes del antiguo Hospital de San Jacinto y de las Angustias .

A veces la mejor manera de colaborar con la conservación de un sitio es dejarlo tal y como está. Uno pasea por San Agustín desde el jueves por la noche y siente que le han robado un trocito del rincón de la ciudad que, quizás, llevaba con más dignidad la mancha sugerente de la decadencia. Porque esos parterres y ese enlosado no casan ni de lejos con el cierto lumpen que le daba vida cada anochecer al ensanche que va desde la calle del Dormitorio hasta Zarco y que ya no podrá hacerse fuerte al grito de «la plaza es mía».

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