CALLEJERO SENTIMENTAL DEL CASCO ANTIGUO

Calle Cabezas: aura de misterio, leyenda y nobleza

Bajo el imponente torreón de los Marqueses del Carpio se cobijan nobles casonas de antigua aristocracia como si buscaran su protección en una calle que aglutina cultura gongorina, museo histórico y hotel

Dos turistas pasean por la calle Cabezas VALERIO MERINO

Franciso Solano Márquez

La calle Cabezas discurre entre la zona del Portillo y el final de Rey Heredia , en el borde meridional de la Villa, y tiene un aura de misterio, leyenda, nobleza, cultura y recogimiento, todo a lo largo de 130 metros de trazado. A su inicio, en el número 3, la Casa Góngora muestra su robusta portada adintelada, propia de un noble edificio del siglo XVII que acogió el Archivo de Protocolos notariales. La casona fue adquirida y rehabilitada por el Ayuntamiento y desde 2007 abre sus puertas a la cultura en un loable intento de descentralizarla. Pero hay que aclarar que don Luis nunca vivió en ella y que su nombre actual responde a ser la sede de la Cátedra Góngora, centro de estudios gongorinos .

Una cancela de hierro flanqueada por columnas da acceso a un patinillo centrado por una humilde fuente y tras el recibidor se pasa al patio principal, un cuadrado perfecto, íntimo y bellísimo, con tres arcos por lado, balcones en la planta alta y suelo enchinado, en cuyo centro canta el surtidor de una fuente y el viejo granado pinta de verde un ángulo. Alrededor del patio se abren las salas de exposiciones, la principal bautizada como Galatea , no podía tener otro nombre en esta casa. Al exterior, el recercado de ventanas y la curiosa buhardilla que sobresale del tejado se revisten de color rojo almagra que tanto contrasta sobre el blanco.

Tras la Casa Góngora la calle se ensancha para permitir contemplar con cierta perspectiva el imponente torreón gótico y medieval de la antigua casa de los Marqueses del Carpio , hoy de los Herruzo , que se alza protector sobre las casas, con sus sillares robustos colocados a soga y tizón. En tan potente fachada se abren, de abajo a arriba, la puerta adintelada, el balcón sustentado por ménsulas, dos ventanas con artística rejería y un balconcillo con antepecho labrado con esmero. Delante del torreón se detiene ahora un triciclo turístico de la joven empresa Visual Axes y su conductor-guía explica la historia de Córdoba a la pareja de viajeros que transporta en el cómodo asiento protegido por visera. Bravo por innovar.

Nobleza

Al amparo del torreón se refugió en otro tiempo la nobleza, como fue el caso de los Condes de Zamora de Riofrío. Su casa número 6, del siglo XVII y remodelada en el XX, fue propiedad del platero Rafael Gómez y salió a la venta a finales de 2017 con aspiración de convertirse en hotel, la moda. Sus yedras se derraman sobre la calle por encima de una tapia. La mayoría de las casas permanecen cerradas a cal y canto, una pena, pues ocultan interiores sugestivos. Por ejemplo, la número 16, de portada adintelada y frontón partido con un balcón, fue rehabilitada hace años para crear viviendas unifamiliares, pero su puerta cerrada impide recrearse desde el zaguán en la perspectiva de patios, que a principios de este siglo se podían recorrer cuando participó en el concurso municipal. Muchas de las puertas cerradas han perdido los llamadores antiguos, no sé si sustraídos o desmontados por cautela.

Hacia mediados de la calle abren dos callejas o barreras sin salida; por la derecha, Doña Muña , nombre medieval, y casi enfrente, Horno de Guiral , en la que conviene adentrarse para apreciar un pequeño y erosionado capitel califal prendido en una esquina, sobre columnilla mancillada por pintadas, ay. En la esquina de la barrera un solar vallado afea la calle, que tiene pavimento tradicional: viejas losas de granito en el acerado y franja central empedrada y transitable. Los vecinos del barrio van y vienen con sus perros, qué plaga, y sus recados. Pasa la pintora Pilar del Pino imaginando que hay un cuadro en cada rincón.

Museo

Y enseguida la Casa de las Cabezas , ahora museo, que atrae a un goteo de turistas. Durante muchos años fue un edificio abandonado que solo mostraba al exterior su aneja Calleja de los Arquillos , ligada a la trágica leyenda de los Siete Infantes de Lara , hijos de Gonzalo Gustios, resumida en la placa colocada en la fachada.

Calle Cabezas VALERIO MERINO

El notario Manuel Ramos Gil tuvo la valentía de adquirirla y restaurarla bajo la sabia dirección del arquitecto Arturo Ramírez Laguna, y en la primavera de 2014 abrió sus puertas como museo. «Descubre uno de los rincones más fascinantes de la Córdoba medieval», invita en cinco idiomas un panel colocado a la puerta. El mostrador de recepción, en el zaguán, lo atiende hoy Marta, que recuerda cuando «no había nada en la calle y los turistas que llegaban hasta aquí se perdían». Por seis euros, mil pesetas de antes, puedes recorrer con libertad una casa señorial rescatada con respeto que te sumerge en el siglo XVI a través de sus patios, salones y galerías, todo ello ambientado con vestigios arqueológicos, muebles antiguos y añejos elementos decorativos. Este erudito notario publicó en 2016 «Casas señoriales de Córdoba», libro que ha llenado un vacío, y un año después promovió con apoyo municipal el Festival de las Callejas , que ha permitido a muchos cordobeses descubrir rincones que ignoraban.

Justo enfrente del museo, en lo que fuera un antiguo mesón cutre, ha abierto el hotelito Madinat, de cuatro estrellas. Una casa señorial recuperada con mucho gusto y sensibilidad, cuya cancela ostenta la fecha de 1863 . En ella vivió Salvador Muñoz Pérez , abogado, terrateniente y alcalde de Córdoba en tres efímeros mandatos -el último, tras el levantamiento militar del 36-, una de cuyas preocupaciones fue la defensa de la zona artística. La cancela deja ver el luminoso patio, que muestra detalles decorativos de buen gusto. Me emociona la frase de un viajero egipcio, Nizar Qabbani, plasmada con letras plateadas en la escalera de mármol blanco: «Yo soy el último andalusí que vino a pedir la parte que le corresponde de las ropas de su padre, un mechón de pelo de su madre, un verso del diván de Ibn Zaydún , uno de los anillos de Wallada y el último hilo de la alfombra sobre la que rezó Abderramán I». Delicado y hermoso. Casas cerradas y zureo de palomas -que manchan algunas aceras de blancuzca palomina- son rasgos de la calle, que termina en un ensanche, en la que te sientes atrapado entre la historia, las nobles casonas, la sombra de Góngora, el luminoso hotel y las cabezas de los Infantes que imagino colgadas en el angosto callejón, leyenda que alimenta el misterio.

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