Perdonen las molestias

El ojo cainita

Podríamos decir que nos sorprende este universo sórdido de bilis y mala fe. Pero le estaríamos mintiendo

Una empleada en una farmacia de Córdoba muestra una mascarilla Valerio Merino
Aristóteles Moreno

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HAY dos formas de adentrarse en el desorden cósmico de las redes sociales. Si usted abre el ojo cainita para transitar por Twitter , pongamos por caso, se dará de bruces con un mundo dominado por adivinos del pasado y dedos acusatorios. Tipos que se lanzan los muertos a la cara y juegan al tiro pichón con quienes se están dejando el pellejo en medio de un cataclismo humanitario nunca visto. Podríamos decir que nos sorprende este universo sórdido de bilis y mala fe. Pero le estaríamos mintiendo.

Debe ser divertido disparar al muñequito mientras uno se toma un vermú con rodajitas de naranja sentado en la butaca del salón de casa. Solo hay que dejarlo hablar unos breves segundos antes de apretar el gatillo (metafóricamente hablando). Y zas: otro boquerón en vinagre para el gaznate. Las mañanas se pasan volando cazando incautos en la red y excitando los bajos instintos de los transeúntes que pasean distraídos por las estridentes alamedas de internet.

En el mundo que se divisa con el ojo cainita, se observa un paisaje desolador de individuos bramando contra tirios y troyanos . Y ustedes perdonen la frase hecha. Es más fácil buscar culpables que ponerse a remar en medio del naufragio. Entre otras cosas porque si la nave se va a pique la responsabilidad nunca será nuestra. Es de los otros, siempre tan rematadamente incompetentes. Y eso, queridos contribuyentes, proporciona una reconfortante paz de espíritu en estos tiempos aciagos de incertidumbre.

Las curvas de contagio vuelan afiladas en Facebook como armas arrojadizas en una noche de camorra . Tienes que ir con pies de plomo en el universo digital. En menos que canta un gallo, se escapa una tabla comparativa de covid-19 y te tienen que dar dos puntos de sutura con toda la tasa de infectados por millón de habitantes chorreándote por la frente. Es lo que pasa cuando atraviesas la selva virtual con el ojo cainita abierto. Que se ve un mundo binario de negligentes y virtuosos a mamporrazo limpio. Y hostia con la broma.

Otra cosa, desde luego, es cuando te levantas con el ojo cooperativo abierto. Se percibe otro mundo, aunque, en realidad, se trate del mismo mundo. Entonces descubres en internet a personas que se dan los buenos días y a cientos de «makers» que se desviven por fabricar respiradores con impresoras 3D. Usted se preguntará qué diablos es un «maker». Nosotros también. Pero eso ahora es secundario. Lo importante es admirar a toda esa gente trabajando en cadena para aplanar la curva de infectados y descontaminar el aire tóxico que se respira estos días.

Para eso hay que ir con el ojo cooperativo de par en par. El ojo que te permite ver a miles de personas confeccionando mascarillas domésticas y actuando de cortafuegos contra los bulos que se generan en el mundo que se ve con el ojo cainita. Que tiene gracia la cosa. Medio planeta poniendo en circulación «fake news» y minas antipersona mientras el otro medio se dedica a desactivarlas. Si alguien lo entiende, que levante la mano.

Pero ya ven que no es lo mismo mirar el mundo con el ojo cooperativo que con el ojo cainita. Como no es lo mismo remar que tirotear a quien está remando. Aunque el universo que vemos en las redes sea uno y el goteo incesante de vidas nos interpele a todos.

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