RAFA AGUILAR - EL NORTE DEL SUR

«Cabalgate»

La alcaldesa no reparó en el lío en el que se estaba metiendo hasta muchas horas después. Y el ridículo ya estaba hecho

EL principal problema de la alcaldesa no es tanto que las decisiones que toma sean más o menos discutibles como que no mide el alcance de las mismas, que no se da cuenta hasta demasiado tarde del ruido y del coste político que tienen. Gobernar es decidir y eso significa que siempre va a haber gente que se enfade. Cuando uno le hace una reverencia a alguien suele haber uno o varios ofendidos que se toman mal que les estén dando la espalda. Cosas del ser humano. La Cabalgata no salió en Córdoba la tarde del 5 de enero y Ambrosio, a lo que parece, no reparó en el lío en el que se había metido hasta bastantes horas después. Que el PP iba a hacer del caso un caballo de batalla era algo más que previsible. Bellido ha asumido la portavocía del principal grupo de la oposición con un buen argumento para hacerle daño al PSOE donde más le duele. A la regidora le ocurrió el martes -otra vez- que dejó correr la sensación de que en el puente de mando no había nadie que se enterase de qué iba la película. Una alcaldesa que tiene a la mitad de la ciudad cabreada, muy cabreada, por la eliminación de ayudas a organizaciones sociales de peso, que permitió que le creciera un multitudinario grupo en las redes sociales que se chotea de la retirada para su conservación del cuadro de San Rafael del vestíbulo del Ayuntamiento y que además titubea cuando le preguntan qué le parece más condenable, si los atentados en Francia o los bombardeos en suelo terrorista; una alcaldesa que en seis meses mal contados ha enervado a tanta gente no puede permitirse el lujo de suspender el cortejo de los Reyes Magos sin explicar bien claro y al instante qué problema hay para que Melchor, Gaspar y Baltasar tengan que quedarse en casa.

Lo que queda del triste episodio de la víspera de la Epifanía es que Córdoba fue la única capital de provincia andaluza en la que a los niños se les privó del desfile. Que el Ayuntamiento anuló la marcha de las carrozas por la lluvia pero no cayó ni una gota más allá de las cinco y media de la tarde. Y antes tampoco es que Córdoba viviera bajo el diluvio universal. Fue una tormenta de principios de invierno, nada más. Alguien tendrá que responder a la pregunta de por qué las carrozas con las que el equipo de gobierno organiza la Cabalgata se vuelven inseguras si se mojan por el chaparrón copioso al que las altas magistraturas del Consistorio han llegado a calificar de «lluvia torrencial».

Porque lo que ocurre es que el ridículo es un riesgo evidente. Porque lo que cunde es la sensación de que faltaron tablas, capacidad de maniobra, cintura política y hasta una pizca de agallas para hacer lo que fuera antes de dejar a Córdoba entera preguntándose qué había pasado. Porque lo que parece es que a la alcaldesa se le encogió el corazón y se le pararon los pulsos cuando vio a las niñas vestidas de princesitas con el maquillaje desvaído por la tormenta y llamando a sus madres a lágrimas desde las carrozas. Marcelino les hubiera lanzado un piropo y se hubieran quedado quietecitas en su sitio. Fijo.

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