Cartas a Córdoba

A la búsqueda de sensaciones

Las primeras lluvias dejan un verdeo en el empedrado de Capuchinos

Empedrado verde de Capuchinos ABC
Francisco Solano Márquez

Francisco Solano Márquez

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Querida Córdoba : Esta mañana de otoño soleado y casi primaveral he bajado al centro para beberte a sorbos, parapetado tras la mascarilla protectora. A Guerrita, imperturbable en su acera, le han plantado en su arriate flores nuevas, igual que a las macetas de la Regadora, en la Puerta del Rincón, aunque no haya turistas que se retraten junto a ella. Es triste, Córdoba, ver tus jardines de Colón con las verjas cerradas, con «acceso exclusivo a centros docentes y servicios religiosos» (por la mezquita del morabito), como dice el rótulo informativo. En Ronda de los Tejares acaricia los oídos Soy cordobés en versión para flauta y guitarra, que interpretan dos jóvenes músicos, y la gente la tararea para sus adentros, seguro, tratando de aferrarse al optimismo. Bajo ahora a tu Puerta del Rincón y me avergüenza el cine con la fachada llena de grafitis que nadie se molesta en limpiar. Subo tu Cuesta del Bailio por la suave escalinata para recrearme en su perspectiva irrepetible: la portada plateresca, el enhiesto ciprés, la espadaña de los Dolores como una peineta piadosa. Me acerco a la fuente barroca de Escribano para contemplar la bárbara agresión y no puedo creerlo, ¡qué salvajada, Córdoba! Hace años una hermandad consiguió que se cambiase el nombre de este lugar mágico, Bailío, por la advocación Nuestra Señora. de la Paz y Esperanza, así, con abreviatura. Si al menos hubieran puesto simplemente Paz, ¿verdad, Córdoba? Hay que tener un respeto con los nombres tradicionales que forman parte ya de tu esencia, intocable y reverenciada.

Tu plaza de Capuchino s recibe con un abrazo blanco de cal, aunque hay que tener cuidado con las palomas que amenazan con sus detritos desde los tejados. En el pavimento empedrado verdea ahora, tras las primeras lluvias del otoño, una tenue alfombra de hierba. Ricardo Molina definió esta plaza como «rectángulo de cal y de cielo», metáfora que inspiró sin duda a Mario López esa «geometría de cielo y cal» del soneto esculpido sobre piedra que figura a la entrada. (A ver, Ayuntamiento, cuando corriges la errata, por favor, pues donde debe decir «rincón» dice «ricón», imperdonable en este lugar). Otro de los atributos de la plaza es su silencio, ¿verdad Córdoba?, ese silencio que permite escuchar el eco de los propios pasos, pero esta mañana lo estropea la voz extemporánea de un pedigüeño extranjero hablando a voces por su móvil, vaya por Dios. Un respeto, señor. Me acerco, finalmente, al Cristo de los Desagravios y Misericordia , advocación tan larga que el pueblo, siempre sabio, la abrevió llamándolo Cristo de los Faroles . La imagen conmueve en su impoluta blancura de mármol, pero si bajo la vista a la verja me entristece ver la suciedad acumulada de cera chorreante y flores secas que nadie limpia con diligencia. Y si alzo la vista arriba cuento una treintena de antenas como telón de fondo del Crucificado. Una plaza como esta, mística y única, hay que mimarla en todos sus detalles, señor alcalde. Córdoba, ¿verdad?, se lo agradecerá.

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