Francisco J. Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO
La burbuja turística
En realidad Córdoba es la Benidorm de interior, sin Belén Esteban, pero con Rafael Gómez
En la era de la posverdad, los relatos vienen precocinados. Cinco minutos al microondas y listo. Allá donde esta nueva manera de mentir anida, la cocción a fuego lento y los sabores han sido desterrados y en los discursos impera la rapidez en ingerir ideas, palabrería y la machacona repetición de ello para dar pábulo al embuste —nada nuevo, por cierto—, no vaya a ser que la explicación pausada y con argumentos nos destruya el castillo de naipes. Atiborrarse a comida basura, que parece ser lo «sostenible», o sentarse a la mesa a degustar una cocina a fuego lento y bien elaborada, desterrado a la etiqueta de lo «insostenible». Viene el símil al caso de este nuevo mantra de la posverdad que la amalgama podemita y lo que va quedando de Izquierda Unida en Córdoba viene lanzando en las últimas fechas sobre la llamada «burbuja turística» y sus males para la ciudad. La «saturación» que vive el sector turístico (sic). La «explotación laboral» de los trabajadores frente a la necesidad de un «turismo sostenible». En resumidas cuentas, un corta y pega de lo que Ada Colau viene haciendo en Barcelona, ciudad a la que en 2016 llegaron casi ocho veces más turistas que a Córdoba, para que no vayan visitantes, pese a que éstos siguen insistiendo, porque parece que la Ciudad Condal es atractiva.
La heterogénea peña Ganemos Córdoba anda bien de posibles, pues ha encargado un estudio minucioso a un grupo de trabajo de la Universidad de Córdoba que viene a concluir —ya saben que quien paga manda— en esas tesis destructivas. Claro, entonces uno imagina que debe frotarse los ojos y ver la realidad como nos la cuentan: que Córdoba es una especie de Benidorm de interior, sin Belén Esteban pero con Rafael Gómez, donde a poco que vuelvas una esquina —si te puedes mover, claro— te puede aparecer una familia interminable de obesos deglutiendo comida capitalista, un río humano del Imserso, una legión infinita de seguidores de Cali Dandee y su reggaeton buscando el Paseo Marítimo del Vial o un concejal de Turismo con camiseta de «furbito» y unas chanclas echando a los mercaderes de las terrazas, quitando luminosos de Deanes o espantando a ingenuos moradores de la Mezquita incautada por los canónigos...
Hete aquí que si trasladamos esta burbuja turística al contraste de los números o la serenidad de los hechos, el globo empieza a desinflarse. Y es entonces cuando la posverdad empieza a desconcharse. Uno navega por el proceloso mundo del Instituto Nacional de Estadística y se encuentra que Córdoba capital está a la cola de los 150 puntos más turísticos de España en cuanto a estancia media de un turista por nuestras calles (1,60 días en el año 2016). ¿Visitas exprés que tensionan más el ambiente y el relajado tempo de la Judería...? No parece así, ya que en esa clasificación, donde hay desde pequeños pueblos costeros hasta grandes metrópolis como Madrid o Barcelona, Córdoba está en el puesto 45 sobre 150 en noches de hotel. Y en las propias estadística que maneja el Ayuntamiento consta que el grado medio de ocupación hotelera en la última década apenas si ha variado en unos puntos o décimas... Y hasta para los más escépticos, si sacamos los datos de turistas que pisan Córdoba, en ese magma de ciudades españolas, la nuestra se queda la décimo sexta del global de ciento cincuenta. Todo ello sin entrar en la hondura de cruzar visitantes con población residente, puesto que, por ejemplo, a Torremolinos, con unos 68.000 habitantes en padrón llegaron los mismos turistas casi que a Córdoba en todo 2016: un millón. Y no será porque los cordobeses echamos un cable en esa burbuja... Pero eso es costa, y no vale. Vale. Santiago de Compostela, un tercio de la población de Córdoba y apenas cien mil turistas menos al año.. No tenemos burbuja porque no queremos..