Natividad Gavira - PUERTA GIRATORIA
Bull
El joven salió al quite ante la incapacidad manifiesta de los funcionarios para hacerse entender por los turistas
No se pueden imaginar la cara de desconcierto de un joven cordobés estudiado, viajado y políglota cuando al hacer uso gratuito de un museo municipal el personal encargado de la recepción lo secuestra como intérprete. El joven salió al quite ante la incapacidad manifiesta de los funcionarios para hacerse entender por los turistas y los trabajadores actuaron de acuerdo a una urgencia horaria para fichar y marcharse que dio al traste con las buenas intenciones de mi amigo, aún perplejo por las exigencias académicas requeridas para su última beca.
La cosa fue como sigue. El muchacho, inquieto y ávido de conocimiento, había acudido al museo para conocer algo más de la tradición taurina de Córdoba aprovechando el día de puertas abiertas. Persona bien informada, llegó con la idea de invertir una media hora en el recorrido. Conocía el horario. Al entrar encuentra el atolladero idiomático que le impide iniciar su visita y una vez que sirve de mediador y aporta algún dato más a los turistas -ya que los empleados solo atinaban a decir bull , solo bull- se dispone a iniciar el recorrido, entonces, otro empleado le conmina a marcharse puesto que quedan quince minutos para el cierre. Entretanto observa cómo una pareja de ingleses regresan con caras confusas cinco minutos más tarde de haber ingresado en el templo de los bull. Regresan porque un tercer funcionario municipal les indica la puerta de salida sin saber que sus otros compañeros habían permitido su entrada. Acababa pronto su esforzada jornada laboral. Él, prudente rehúsa visitar el célebre museo pero entiende que el trato dado merece una queja. Pide las hojas de reclamaciones pero, qué casualidad, no encuentran en recepción. Las exige, invocando la ley, y aparecen por arte de magia y le son entregadas con suavidad sospechosa. El tiempo pasa y aunque aún no es la hora de salida, la urgencia por acabar la jornada laboral parece que se detiene en una secuencia de sonrisitas cómplices con las que se quiere disuadir a mi amigo de estampar su queja.
Estos trabajadores de horario y salario fijo hubieran dado cualquier cosa por retroceder unos minutos en el tiempo, y mostrar al menos una intención de servicio y de solvencia en el desempeño de sus funciones, pero ya era tarde. Alguien con mucha formación, mucho mundo y muchas inquietudes se había empeñado en no permanecer impasible ante la escasa calidad de algunos servicios públicos y el miramiento excesivo ante quienes tienen también la función de estimular visitas y convertirlas en un recuerdo unido a calidad y acogida. En el caso de mi amigo no fue así, más bien le condujo a una reflexión amarga sobre lo mucho que le habían exigido a él en su último destino laboral en el extranjero. Al final, unos días más tarde, recibió la llamada de la directora del museo para pedirle disculpas. Siempre ha habido profesionales.