Pretérito Imperfecto

Brotes de responsabilidad

Hemos pensado que las mascarillas y la distancia social se deben adaptar a nuestra vida ordinaria y es justo lo contrario

Un sanitario realiza un test en el parking del centro de salud Carlos Castilla del Pino EFE/Salas
Francisco Poyato

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El brote originado tras una fiesta en una discoteca del centro de Córdoba es el ejemplo claro de cómo estamos abordando una pandemia que no se ha marchado de vacaciones y que amenaza con devolvernos a la clausura. Un cúmulo de irresponsabilidades en el fragor de una relajación propia de los tiempos presentes y en los que no estamos dispuestos a que nada, ni siquiera un virus letal y aún desconocido que se ha llevado por delante miles de vidas y que acecha al mínimo descuido, nos quite nuestro papel estelar y ególatra. Hemos pensado que las mascarillas y la distancia social se deben adaptar a nuestra vida ordinaria y es justo lo contrario, nuestro día a día se debe acoplar a la mascarilla, la distancia social y las medidas de prevención hasta que haya una vacuna con garantías suficientes para dar por zanjada la pandemia. Y no hay más, ni menos.

Es una absoluta temeridad que un centro educativo, los padres y alumnos del mismo se pongan a organizar un acto de graduación cuando todo el ceremonial de este calibre se ha suspendido en la mayoría de institutos y colegios sabedores de los riesgos que entrañan. Cuando ni siquiera se han vuelto a abrir los colegios -es para echarse a temblar lo que puede ocurrir en septiembre-. Hablamos de adolescentes liberados de la presión de la Selectividad y que, en condiciones normales, tendrían todo el derecho al disfrute, pero no estamos en la anterior vida, y en ese punto tan culpables de lo sucedido son ellos como sus docentes y padres incapaces de anteponer el interés colectivo a una efímera y placentera noche. Sin birrete, no hay cubata.

Tampoco se sostiene ni tiene lógica alguna que se mantengan abiertas discotecas en espacios cerrados por muchas restricciones porcentuales de aforo que se quieran poner. El sentido de los locales de ocio nocturno es el que es: lugares de evasión, contacto o cercanía, alejados de toda cortapisa y disciplina. Es absurdo, por mucho que nos quieran convencer los propietarios de la discoteca de marras de que han cumplido con todas las normas prescritas por la Junta de Andalucía. Sobre todo, cuanto horas después del cierre preventivo por Salud del local donde se ha desatado el foco, los mismos promotores cerraban otro popular establecimiento apelando a la responsabilidad (¿).

Desgraciadamente, el paso de los días desde que acabó el Estado de Alarma demuestra que la tutela y la supervisión no pueden aflojar el ritmo ante una sociedad que ha visto el verano como una salida psicológica y una bocanada de aire fresco al confinamiento y las penurias. Y es humano sentir esa necesidad de romper con un marco mental que nos ha atornillado, y nos sigue apretando, en un halo permanente de tristeza. Sin embargo, seguimos en una diatriba crucial: salud versus economía . Y sin la primera, no se puede practicar la segunda. Es cuetión de prioridades y de madurez.

Quedamos deslegitimados en el momento en el que no cumplimos con nuestro deber ciudadano y presumimos de echar la pelota en el tejado de las autoridades. Cada uno en su plano tiene juicio pendiente, y parece que si no es con la Policía en la calle poniendo multas o el Ejército dándose una vuelta por la esquina, no somos capaces de darnos cuenta de la magnitud de la crisis que atravesamos. Parece que al desaparecer las imágenes de los ataudes, las bolsas de comida , los monos blancos desinfectando calles, las camillas de las ambulancias, las gráficas subiendo o las residencias bajo candados no asumimos la realidad que nos ha tocado vivir. Brotes de responsabilidad es lo que urgimos.

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