Pretérito Imperfecto

El brillo de Medina Azahara

Sigue siendo un diamante en bruto al que se debe pulir con mucha paciencia

Una visitante inmortaliza algún rincón de Medina Azahara con su móvil valerio merino
Francisco Poyato

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El parto de Medina Azahara fue un grandilocuente ejercicio de ambición a finales del siglo X . Una ciudad a imagen y semejanza del califa omeya, las aspiraciones de una dinastía exiliada, su poder, su simbología y trascendencia. Si hay, pues, una seña de identidad que va impregnada en la genética de esta urbe administrativa, como dicen los franceses, es ésa: la ambición. Esa talla mental y física es la que se echa en falta, salvando las obvias distancias y coyunturas históricas, en el yacimiento. Y es la gran pregunta inmediata que debemos hacernos con el enjoyamiento de la Unesco y las perspectivas que se abren. ¿Qué tiene que ser ahora este conjunto arqueológico...? Sabemos en gran medida lo que fue, cómo se pergeñó y estructuró para mostrarle al visitante que la arquitectura, el paisaje o el urbanismo son un lenguaje propio del poder que entonces aquilataban sus moradores. Hemos sabido de los principales valores que reconocen los gurús de la Unesco y su amalgama patrimonial: la originalidad, autenticidad y valor como ejemplo sin parangón de ciudad califal en Occidente. Una joya que brilla aún más escondida como está en un cofre de tierra. Pero, ¿tenemos claro que pretendemos hacer con ella...?

La Junta de Andalucía es su propietaria. Ahora está más que nunca con el complejo monumental, pero hace unos años demostró que le importaba relativamente. Porque Medina Azahara podría haber sido Patrimonio de la Humanidad hace algunos años ya, pero los políticos culturales le dieron la patada y la sacaron del camino para relanzar a los Dólmenes de Antequera . Cuestión de partido, aparato y fontanería socialista. Así que permítannos ser un poco escépticos con estos amores repentinos -aunque enamorarse de este enclave sea tan sencillo-, que siempre son bienvenidos, pero que pueden quedarse en una loca noche de verano y esfumarse por la niebla del olvido.

El dossier de la candidatura del yacimiento es una interesante una hoja de ruta para los tiempos que vienen. Sitúa su modelo de gestión y una serie de encomiendas científicas y divulgadoras útiles. Es un ejercicio sensato que requiere de una gran voluntad política, una generosidad técnica y un compromiso de la sociedad que aún sigue de espaldas a este conjunto arqueológico. Ambición. Hambre por hacer algo grande que, sin duda, requiere de mucho combustible presupuestario. Mentes que piensen con horizonte lejano, no capataces de cortijos y oportunistas de « photo-cal l ». La brújula del camino orienta una disputa de destinos estratégicos: el turismo y la arqueología. Un curioso debate de áreas tan complementarias como antagonistas, pero que en el caso de Medina Azahara, además de ser indisolubles, se han convertido muchas veces en una particular trampa. Su equilibrio es tarea fundamental. Ni tan propicio es convertir la urbe de Abderramán III en un parque temático como en una reserva espiritual del conservacionismo de acceso restringido. Tanto se le puede achacar a los cordobeses no haber ido a la ciudad palatina, como todo lo contrario, que ésta se haya dejado ver muy poco por la urbe que fuera su arrabal más importante. Nadie puede dudar de que con el tiempo podría ser una referencia internacional de la investigación científica a la par que un atractivo turístico con mucho más seguimiento.

Medina Azahara sigue siendo un diamante en bruto al que se debe pulir con mucha paciencia. Sin prisa pero sin pausa. Ha perdido relevancia. Primera fila. El sello Unesco es un acicate común, no es un premio de la lotería para ser nuevos ricos. Ni una bonita foto para el recuerdo. Ni un adorno más. Merece el brillo que ilumina su propio nombre .

El brillo de Medina Azahara

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