PRIMERA PLANA
El botellón debe cortarnos el rollo
Tenemos que lograr que los jóvenes aprendan que beber no es la única forma de divertirse ni en la Feria ni en la vida
Es tiempo de Feria de Córdoba . Los f estejos de Nuestra Señora de la Salud obran el milagro de frenar el frenético ritmo de la vida moderna. Es momento de reunirse con los amigos; de irse de comida con los compañeros de empresa; de juntar a la familia o de adelgazar la cartera para que los peques se monten en los cacharritos o consigan su peluche favorito.
Y cuando esto último pase que nuestras retinas inmortalicen una de esas sonrisas de niño que dan por bueno hasta que el muñequito te haya salido por el doble que en la tienda o que el encargado de la taquilla de los autos de choque te llame ya por tu nombre de tanto pasar por ella.
La portada de la Feria es el escudo con el que intentamos que nuestros contratiempos individuales se queden fuera del real, para disfrutar de unas horas de merecido ocio. Es la muralla protectora con la que procuramos que los múltiples problemas de desarrollo socioeconómico que tiene Córdoba no nos persigan hasta las casetas. Aunque El Arenal , tras 25 años de ferias, siga asemejándose a un paraje desértico, las ganas de fiesta son tales que lo convertimos durante ocho días y nueve noches en un oasis de la diversión.
Pero nos debe cortar el rollo la imagen de esos 10.000 ó 12.000 jóvenes que hoy por la tarde se reunirán para el ya clásico macrobotellón de los miércoles de Feria . No debemos mirar a otro lado porque son y serán en años venideros, si no cambiamos nada, nuestros hijos, nietos o sobrinos. Más allá de que afee la imagen de la ciudad que se llevan los turistas, esta «fiesta juvenil», como eufemísticamente la llama la alcaldesa, Isabel Ambrosio , es un síntoma de que no estamos sabiendo educar a las nuevas generaciones.
Fallamos en inculcarles un consumo moderado -no podemos pedirles que no beban cuando los adultos somos los primeros en hacerlo en las casetas en vez de al aire libre-. No estamos dando con la tecla para concienciarles de cómo el alcohol puede dañar sus cuerpos.
Tampoco estamos finos a la hora de evitar que la edad de inicio de consumo haya bajado tanto que los padres tengamos miedo de que en un abrir y cerrar de ojos nuestros hijos dejen de usar su parque como campo de juegos y lo conviertan en botellódromo.
Algún error debe haber igualmente en el civismo inculcado a la chavalería cuando Sadeco tuvo que recoger más de 50.000 kilos de basura tras la «concentración juvenil» -así llegó a disfrazarlo el PP el pasado mandato- de 2017 en el Balcón del Guadalquivir .
Para el de hoy, nada se puede hacer ya. Pero, cuando pase, deberíamos trabajar todos juntos, padres, educadores y Administraciones. Se trata de conseguir que las nuevas generaciones aprendan que beber no es la única forma, ni precisamente la más sana, de divertirse. Ni en la Feria ni en la vida. Los políticos podrían empezar con su granito de arena: llamando macrobotellón al macrobotellón.