Francisco Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO

Bolardos

No hay peor ejército que el que se instala en la normalidad para sembrar el pánico

Los bolardos aparecieron en nuestra cabeza al instante, y ahí siguen. Una defensa mental ante el terror real. Nada de eslóganes de autoayuda. Ni de risas histriónicas o frivolidades para combatir proclamas que nos parecen cómicas y alejadas. No hay peor ejército que el que se instala en la normalidad para sembrar el pánico desde ella. Ante él no hay arquetipos de lucha, medidas ni suficientes sensores del peligro. Cualquiera de los asesinos de los atentados de Cataluña no necesitó videos en youtube o una vida nómada y embaucada por la yihad desde Pedro Abad a Damasco para matar al sistema desde el sistema. Tenemos miedo, como no podría ser de otra manera, y sólo desde ahí nace el arrojo suficiente. Lo demás suena cínico. Un hombre valiente es el que se sobrepone al miedo, no aquél que no lo tiene. Otra cosa diferente es el miedo al miedo. Porque sí nos atenaza y bloquea de manera cruel. Nos precipita y descompone. Un terreno en el que la demagogia se mueve a sus anchas. En ese precipicio seguimos desde aquella trágica tarde en Las Ramblas, probablemente uno de los puntos más cosmopolitas del mundo en plena escena secesionista.

Los bolardos aparecieron en nuestra calle. En nuestra plaza. En el sitio de nuestros recreos. Ha habido reacciones de todo signo. Porque eso sí, en estas semanas todos nos hemos convertido en unos pilares de la convicción inamovible. El vomitorio inflamado de las redes sociales cortaba trajes a medida en 140 caracteres. Nadie parece tener dudas de nada, y en un lado o en otro, está todo meridianamente claro, lo cual debiera preocuparnos más.

El reguero que vienen dejando los atentados del 17-A está plagado de detalles. La jueza que exageraba al ver tanta bombona tras las explosiones en un chalé okupado y a la que no se le tuvo en cuenta. El aviso de la CIA, que alguien en el búnker independentista debió entender como que era de la TIA de Ibáñez, por supuesto, catalán de pura cepa. El toque de la policía belga sobre el imán errante que logró salirse con la suya tras años y años de formación…. Tal vez sea fácil a toro pasado apuntar en esta dirección. Pero también hebras positivas como el agente de los Mossos que logró frenar en seco a cuatro de los criminales. La señora que dio la voz de alarma sobre la identidad del autor material del atropello para poder cazarlo a las pocas horas: Younes Abouyaaqoub. O la solidaridad de decenas de personas anónimas que tal vez salvaron más vidas esa calurosa jornada. Pequeñas piezas de un complejo puzle.

Los bolardos en el Puente Romano son una nimiedad, qué duda cabe, pero a la par son un acto de responsabilidad incuestionable. Frente a la volatilidad y vulnerabilidad que evidencian los nuevos métodos actores del terrorismo islámico, resultaría una mera anécdota. Nadie está exento de esta peste invisible. Nadie ha dudado tampoco en instalarlos. En transmitir un claro mensaje de atención, sin ligerezas. Aún retumba aquel episodio en los escalones de la Casa Consistorial de esta Córdoba etiquetada en el mapa macabro del ISIS, por el momento, más como un icono que como un objetivo, según los expertos. No hay que olvidar tampoco, cómo ABC contó no hace muchas fechas, pasajes como la detención de dos jóvenes en Lucena en una operación antiyihadista cuando querían proveerse de explosivos y armas.

Los bolardos deben estar ahí para recordarnos el nuevo mundo en el que vivimos, en el que la libertad, la igualdad, la paz o el respeto a la voluntad del otro, conquistados durante siglos y con baños de sangre, no pueden ser aniquilados por el terror y el odio. Con la seguridad no se juega, aunque estos desgraciados hechos nos estén ofreciendo la sucia manipulación por algunos de una cuestión básica en un Estado. Esto es mucho más serio que cuatro debates de artificio como los que venimos amasando en Córdoba desde hace algunos años en loor de buenismo, miopía política, sectarismo e irresponsabilidad.

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