Mario Flores - El dedo en el ojo

Un «bohemio vejestorio»

El padre de Carlos Cano vivía en una residencia de ancianos de Lucena, y en el ocaso de sus días sufrió la pérdida de su hijo

Mi tensión arterial sigue aconsejándome evitar los enfados. Así que hoy eludiré valorar las chinchorrerías del teniente de alcalde que pretende hacer callar al discrepante por hacer oposición; total, eso se comenta por sí solo y retrata perfectamente al personaje al bolivariano modo.

Hoy quiero detenerme sobre una noticia aparecida en un medio digital referida a la herencia del cantautor Carlos Cano. En la misma se daba cuenta de la infancia desgraciada del granadino a quien su padre abandonó cuanto contaba con solo tres años. Se relataba que cuando el cantante alcanzó la fama aquél quiso conocer a su hijo para darle un abrazo (según declarase el padre en una revista del colorín). El periodista firmante del artículo afirma que, según averiguaciones, el progenitor era un «bohemio vejestorio» que actuaba como mago en un espectáculo en el que se anunciaba como El Gran Richard. Pues bien, aquel «bohemio vejestorio» era mi amigo.

Richard El Mago (que era realmente su nombre artístico) vivía alojado en una residencia de ancianos de Lucena de la que salía con frecuencia para hacer trucos en bares y cafeterías y ganarse el favor del pequeño público que se arremolinaba en torno a sí en el ocaso de sus días. Y nunca faltaba a su cita conmigo para tomar café cada día. Aquello sucedió durante un par de años.

A pesar de la abismal diferencia de edad pude compartir con Richard muchas cosas. Era fantasioso y desatado en imaginación, y en su mirada se podía leer una profunda melancolía fruto de la soledad de sus últimos días. Y sí, me hablaba con lágrimas de su hijo Carlos con quien había intentado contactar al tener noticias de las graves dolencias de corazón que éste padecía. Llorando me decía que le negaban toda relación con él y que su hijo se apagaba sin que pudiera despedirse de él. Yo, en vano, intentaba compadecerlo y le invitaba a que me hiciera otro pase de magia en un intento por mi parte de que se olvidase de aquella pena negra.

No soy quien para juzgar a aquella entrañable persona de sonrisa ladeada, de dientes desordenados y de elegancia decimonónica con quien tanto disfruté aquellos días. Lo que nunca habría dicho de él es que era un «bohemio vejestorio» porque no sería hacerle justicia.

En estos tiempos donde se entroniza el «juvenilismo», y el solo hecho de tener pocos años parece representar una extraña superioridad, resulta patéticamente lógico despreciar así a nuestros mayores (que no admisible). Y por eso no nos permitimos aprender de nuestro pasado por mor de la experiencia de cuantos nos precedieron.

Viendo la que se traen estos mozalbetes que quieren gobernarnos bueno sería que Richard reapareciera y con su famoso «¡Chasss!» los hiciera desaparecer. Va por ti, amigo.

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