Cultura

El bibliófilo incansable de Montilla

Comenzó a comprar libros muy joven y con 84 años aún sigue enganchado desde Montilla a esta pasión

Biblioteca de la Fundación Manuel Ruiz Luque Álvaro Carmona

Félix Flores

Manuel Ruiz Luque tiene hoy 84 años, pero conserva intacto el espíritu curioso que lo convirtió en uno de los bibliófilos más conocidos de España . Un brillo inequívoco de picardía se mantiene en su mirada, propia no de un erudito enclaustrado entre legajos sino de un hombre de mundo con finísimo olfato de lebrel cazador . Y es que él no abate jabalíes, zuritas ni perdices, sino libros y libros y más libros . Miles de ejemplares de todo tiempo y lugar que dan cuenta de una pasión no venatoria pero sí arrebatada. Tal es así que aún hoy Ruiz Luque sigue siendo el coleccionista que fue, cuando muchos quizá puedan pensar que cesó en su actividad una vez que vendió a inicios de siglo su enorme colección de 30.000 obras al Ayuntamiento de Montilla para que se crease la Fundación que lleva su nombre.

«De esto no te desenganchas nunca y la curiosidad te sigue picando, aunque ahora selecciono más», explica el bibliófilo, que acumula ya más de 4.000 ejemplares que ha ido comprando a lo largo de los tres últimos lustros , la mayoría de ellos relacionados con la historia de los municipios de Andalucía. Ahí está el laberinto infinito, con algo de borgiano, de este hombre apasionado que se «envenenó» siendo muy joven con el olor del papel envejecido y la tinta y que ahí sigue y seguirá mientras el cuerpo le aguante. Ruiz Luque recibe de primeras ni entusiasta ni remiso, sino a medio camino.

Libros de la Fundación Álvaro Carmona

Lo hace en la Casa de las Aguas , un magnífico palacete que comparte su Fundación con el Museo José Garnelo . Cuenta el bibliófilo que aquí vivió José María Sánchez Molero y Lletget, un ingeniero y militar madrileño que llegó a Montilla comisionado por Napoleón III para estudiar la enigmática batalla de Munda , y luego conduce a los visitantes por las diversas dependencias de la Fundación. Primero por la aséptica sala de estudio de los investigadores, luego por la hemeroteca y la biblioteca de libros más recientes y, por último, hacia el verdadero templo y razón de esta casa: la cámara en la que se encuentran depositados los verdaderos tesoros de su magnífica colección. Es ahí donde el bibliófilo se desata y, claro, se olvida de prevenciones.

Con brillo inequívoco de orgullo en los ojos, con mirada de curtido cazador, comienza a pasearse Manuel por los anaqueles y a sacar ejemplares históricos que dejan mudo y un poco babeante a cualquiera que tenga un mínimo de amor por los libros. Trae Ruiz Luque por ejemplo el primer «Synodo Diocesano de Catedral de Córdoba», de 1566, o una preciosa edición de las completas de Góngora de 1645 .

También un singularísimo Quijote en miniatura editado por el mítico Saturnino Calleja, una «Vida de los doce césares» de Suetonio de 1558, una «Historia General del Perú» del Inca Garcilaso de 1617 o una «Farsalia» de Lucano de 1585. Ganas dan de quedarse ahí para echar el día abstraído del ruido cotidiano, pero también de preguntarle al bibliófilo cómo un fotógrafo de estudio de una ciudad media, pues tal fue su profesión hasta que se jubiló, consiguió financiar la compra de una colección de estas dimensiones y de este valor . Ruiz Luque, que es tipo franco y natural aunque algún secreto se guarde de este mundo tan suyo, lo cuenta así:

-Yo nací en una casa en la que no había libros y era como cualquier otro chiquillo, que iba al colegio y jugaba a las bolas con los amigos. Empecé más tarde a leer tebeos y revistas de cine y pronto descubrí que guardar y coleccionar cosas de papel me gustaba más que el chocolate (risas). Por entonces me interesaba la historia de mi pueblo, de Montilla, y como aquí no había libros de consulta comencé a comprarlos en librerías de fuera. Me interesaban las notas a pie de página, pues eso me iba llevando de unos libros a otros, y con el tiempo me fui haciendo amigo de todos los libreros que se dedican a esto en España. Me escribía con ellos, sabían mis preferencias, y los visitaba cuando me decían que tenían algo para mí. Yo he cogido aviones de un día para otro cuando recibía un aviso de Barcelona o Madrid y también he estado comprando libros en París o Lisboa . Ahora con internet es más fácil, pues basta escribir un título para encontrarlo si está disponible, pero antes se hacía a base de sangre.

-¿Y cómo lo ha compatibilizado con su familia y su trabajo?

-Pues he tenido cinco hijos y mi familia ha estado siempre atendida. Creo que he sido una persona con la cabeza amueblada y esto ha sido una afición, en la que me gastaba dinero y tiempo igual que otras personas se lo pueden gastar en cualquier otro hobby . En mi casa, por fortuna, nunca ha faltado.

Reconoce Ruiz Luque que le hubiese gustado que alguno de sus vástagos siguiese sus pasos, pero entiende que «esto es un virus personal, que no se transmite, aunque el amor por los libros y el conocimiento si que queda en los hijos y eso es importante». Y luego explica también como funciona este mundo, en el que la muerte de un bibliófilo siempre es el detonante de que la rueda de los libreros y los compradores habituales, miembros todos ellos de una curiosa «cofradía erudita», comience a girar. Lo explica así:

- Los libros ocupan espacio y siempre hay algún heredero que se desprende de ellos, más en estos tiempos en los que los pisos son pequeños. Los libreros se alimentan de eso y los bibliófilos también. Yo pude por ejemplo hacerme como un libro muy curioso y raro, un «Panegyrico por la poesía» editado en Montilla en 1627 y obra de Fernando de Vera y Mendoza, porque falleció un histórico bibliófilo, el murciano Antonio Pérez Gómez, y el libro volvió al mercado. Lo curioso es que yo le había escrito años atrás para pedirle que me vendiese este libro pues al estar editado en Montilla me interesaba mucho, pero él, muy educado y correcto, me respondió que un bibliófilo no se desprende de libro.

Libro de la Fundación Álvaro Carmona

Al final el «Panegyrico» llegó a mi colección, pero las cosas sucedieron así. En otra ocasión me avisaron de que otro gran bibliófilo, el Conde de Colombí , había fallecido y que sus libros habían llegado a una librería. Al día siguiente de que me informasen, a primerísima hora, ya estaba yo allí pues tenía libros de un impresor por el que yo sentía una monomanía, Enrique Rasco . La cadena siempre es la misma: alguien muere y la rueda gira. Y luego hay otra clave, que es llevarse bien con los libreros para que te avisen y para eso lo más importante es no regatear.

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