Testimonios
La «asfixia» del campo cordobés en las voces de sus agricultores
Los asistentes a la tractorada de Lucena claman contra la «injusticia» de la crisis de precios que está lastrando la economía de sus familias
El campo andaluz se desangra, y el cuchillo que ahonda en la herida lo empuñan varias manos. A la anunciada crisis de precios, ese flagrante desequilibrio entre lo que recibe el productor por el fruto de su trabajo y el valor que se le da después en el mercado, se le suman la amenaza de los aranceles a las exportaciones o las vicisitudes meteorológicas, efecto de un cambio climático que avanza imparable secando cosechas, alterando estaciones. Quienes trabajan en el campo difieren a la hora de señalar culpables concretos -las cadenas de distribución, el Estado, el consumidor que no apuesta por lo local- pero saben cuál es el problema de fondo. Cuando sacan sus tractores a la carretera, como hicieron en Lucena , no quieren lanzar un mensaje que ya está en la calle sino un hondo grito de desesperación.
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«Es muy sencillo: si no producimos, los demás no comen », afirmaba tajante uno de los agricultores que participaron en la marcha. Cristóbal Sánchez llega a la marcha solo, a bordo de su viejo coche, educado y sonriente pero enfadado. «No nos dan margen para vivir», afirma enseguida este agricultor de Lucena, que explota su pequeña finca de olivar. Este año, dice, se ha quedado mucha aceituna sin recoger porque no tiene para pagar los costes. «Y yo tengo una familia a la que mantener », afirma. Señala a los intermediarios como el principal enemigo hacia el que lanzar sus proclamas. No es justo, dice, que haya gente que se lleve lo que no les corresponde.
Antonio Ramírez lleva una vida entera dedicado a los olivos. No sabe decir cuántos tiene, pero son pocos, explica, comparados con los de grandes explotaciones. La suya es una finca pequeña en la que ahora trabajan dos generaciones familiares . La experiencia que le dan los años le permite afirmar que en los últimos años ha vivido un «retroceso», porque el beneficio del campo se lo llevan «los grandes, los de arriba» mientras los agricultores doblan el lomo. A la crisis de los precios le suma la incertidumbre que genera la amenaza de Trump sobre el producto español. «El 'rubiasco'», como el le llama, tiene al campo sumido en el «miedo».
Afean el desconocimiento profundo de quienes nunca han pisado un olivar y piensan que solo se trabaja de campaña en campaña. Los costes de producción van más allá de los jornales que se pagan a los trabajadores y que han de subir por efecto del alza en el Salario Mínimo Interprofesional ( SMI ), que es, a tenor de dónde ponen el foco en sus testimonios, la menor de sus preocupaciones. Para mantener la explotación hay que pagar tratamientos para la tierra. Riego, fungicidas, maquinaria agrícola. Con los precios de la materia prima por los suelos, el cultivo absorbe más dinero del que aporta. La inversión no arroja rentabilidad . Y sin rentabilidad, no hay comida en el plato del agricultor.
«Vamos ahogados, no podemos más»
José María Castro llega a bordo de su tractor para protestar contra la « injusticia » que vive el olivar. « Vamos ahogados, el dinero se va en gastos , no podemos más», denuncia. De las cuatro personas que componen su familia, tres trabajan en su pequeña explotación de Lucena, con lo que el problema se multiplica. Se da la circunstancia además de que en muchos casos las pequeñas explotaciones tienen carácter familiar. Abuelos, padres, hijos.
En los últimos años, estirpes que se han dedicado a la agricultura o la ganadería a lo largo de toda su genealogía se han visto obligadas a «diversificar» su actividad, compatibilizando el trabajo en el campo con otros en la hostelería, en el comercio o en otras explotaciones agrarias. Es el caso de Rafael Rodríguez, agricultor de Aguilar, que se dedica al campo a diario pero los fines de semana regenta un pub. «Antes comíamos de la agricultura, ahora hay que buscarse otros negocios », explica. El trance, a determinadas edades, se hace muy duro. «No sabemos qué hacer, esto es lo único que mi familia conoce », lamentaba Manuela Domínguez. Toda su familia -abuelos, padres, marido, hijos- vive del campo y ahora afronta el futuro con una gran incertidumbre. «Y como nosotros está la gran mayoría de las familias de los pueblos de la Campiña».
El relevo generacional es uno de los retos del campo. Sin jóvenes no hay futuro, pero la situación actual del sector agrario no ofrece las garantías de una vida digna que necesita la juventud. Con estos mimbres es fácil buscar justificación al relato de una España que se vacía por los márgenes. En la marcha, jóvenes jornaleros como Cristóbal Borrallo clamaban por soluciones que frenen la sangría de los municipios agrícolas de Córdoba porque «aunque queramos quedarnos, no encontramos oportunidades». Es licenciado en Historia, pero la falta de trabajo en su sector le mantiene unido al campo. «Con orgullo», dice, pero no sin complicaciones derivadas de la situación que vive la agricultura. En su municipio, Doña Mencía, está observando en primera persona el problema de la despoblación . En el abandono del campo y de sus trabajadores ve una de las causas.
El campo se ha declarado en guerra hasta que el Gobierno tome determinaciones que mejoren la situación de agricultores y ganaderos. Ha señalado el camino: intervenir un mercado salvaje cuyos precios no han evolucionado en sintonía para productores y consumidores, reindustrializar Andalucía para que sus productos no se comercialicen desde fuera de la región y que la riqueza se quede en el propio territorio. Hasta ahora, han visto una respuesta amable que ha quedado en el gesto. Los agricultores advierten de que las protestas seguirán: « El campo tiene gasolina ». Lo de Lucena fue solo una muestra.