Perdonan las molestias
Ruido
La carrera de las provincias por entrar en la fase 1 nos recuerda a los empellones de los estudiantes frente a las notas de selectividad
Que España es, a veces, un barullo indescifrable ya nadie puede dudarlo. O casi nadie. La pandemia nos ha dado la oportunidad de mirarnos en nuestro propio espejo. Aunque tengamos la percepción de que estamos mirando al poder. A cualquier poder. El central, el autonómico, el local o el de la comunidad de vecinos . Pero no, queridos contribuyentes. Nos estamos observando a nosotros mismos cuando creemos estar viendo al otro lado del cristal de este alboroto incesante de cada día. Aunque no se asusten. Es un mecanismo neuronal para evacuar nuestras propias miserias humanas.
Hay una cosa clara. O casi clara. Nos hemos tirado mes y medio dándonos de collejas por no habernos confinado a tiempo. Y ahora nos tiraremos otro mes y medio dándonos de codazos por salir el primero. ¿A que suena disparatado? Pues lo es. Podría parecer que nos encontramos en la salida atropellada del recreo si no fuera porque estamos en el epicentro del mayor drama humanitario desde la Segunda Guerra Mundial . Somos así. Inconsecuentes y ventajistas como escolares en la hora del bocadillo.
Lo peor del coronavirus han sido sus víctimas. Desde luego. Pero también el ruido. Ese griterío ensordecedor que ha atravesado el país de punta a cabo mientras la morgue se iba llenando de cadáveres. Eso es también España. La incapacidad manifiesta de guardar silencio en los momentos en que hay que guardar silencio. Por respeto al dolor y por la conveniencia de encontrar una salida ordenada en medio de la catástrofe.
Si colocáramos todas las voces destempladas una detrás de otra nos saldría un texto ininteligible. Y largo como la cola del desempleo. Los test rápidos chocarían contra los PCRs, el mando único contra las competencias autonómicas, los ERTEs contra la deuda exorbitante, la inacción del Gobierno contra la dictadura constitucional y el confinamiento a ultranza, en fin, se daría de bruces contra la desescalada precipitada a que nos quieren abocar quienes hace apenas un cuarto de hora reclamaban aislamiento a marchamartillo.
La carrera de las provincias por entrar en la fase 1 nos recuerda a los empellones de los estudiantes arremolinados frente a las notas de selectividad. Si apruebas, es la confirmación de que eres un excelente gestor con sentido anticipatorio y capacidad de organización. Si suspendes, es porque el profe te tiene ojeriza. Ya ven. La España de la que le hablaba antes. La del típico berrinche de final de curso. Otro más en este torbellino inextricable en que se ha enredado este país desde que un microorganismo diminuto se coló en nuestras vidas.
Un epidemiólogo diría que se trata de un virus que se infiltra en las células, las engaña para duplicarse a la velocidad del rayo y desencadena un proceso inflamatorio en los pulmones con consecuencias fatales en una tasa no pequeña de enfermos. De acuerdo. Lo que no dice es que también altera la glándula racional del ser humano y desordena la conversación pública hasta extremos verdaderamente asombrosos.
Lo vemos todos los días. Cuando no es porque se decreta tarde el estado de alarma es porque se prorroga. Y si se reactivan los comercios de forma escalonada es que vamos a la velocidad del AVE. Eso nos pasa por vivir en un país de 47 millones de virólogos. Tirando por lo bajo. Y claro: todos se esfuerzan por dar su diagnóstico a la vez y se forma un barullo atronador del que es prácticamente imposible extraer una frase con sentido. O casi.
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