Perdonen las molestias
Ordenanzas
Los patinetes y las bicis deberían ser mimados por la autoridad competente. Y, sin embargo, se les pone palos en la rueda
Propongámosle un ejercicio mental al concejal de Dismovilidad . Imagine que sale de casa para comprar un kilo de tomates frescos en la tienda del barrio. Suponga que debe cumplir escrupulosamente las ordenanzas municipales en materia de circulación. Es decir: que debe transitar por la acera (y únicamente por la acera) para llegar a la tienda de ultramarinos. No debe, por lo tanto, atravesar la calzada reservada a los coches para beneficiarse de atajos, salvo en los pasos de cebra específicamente diseñados para el peatón. ¿Que no hay un paso de cebra en toda la calle? No se preocupe. Rodee la manzana hasta encontrar uno. En su defecto, busque un semáforo y espere a que los coches se detengan cuando el disco se ponga en rojo.
Si cumple al pie de la letra las prescripciones de la normativa municipal, es posible que emplee 37 minutos en completar un trayecto que apenas dura seis. Entonces se dará cuenta de que la ordenanza de movilidad debe ser interpretada con flexibilidad cuando se trata del peatón. De lo contrario, convertiríamos los desplazamientos urbanos a pie en una gymkana para estudiantes de bachillerato. Podríamos entender (y entendemos) que un ciudadano cualquiera no cruce a cuerpo gentil una avenida de cuatro carriles como Ronda de los Tejares . Hasta ahí de acuerdo. Se trataría de un acto suicida que pondría en peligro su vida y la de los conductores que la transitan. Pero no utilizaríamos el mismo criterio para la calle Alfonso XIII, pongamos por caso.
Un peatón es un sujeto en movimiento que pesa entre 60 y 80 kilos y alcanza una velocidad punta de 5 kilómetros a la hora. No contamina, no provoca ruido , no produce un impacto visual reseñable, no ocasiona atascos y no representa peligro alguno para la seguridad vial, excepto en situaciones de imprudencia temeraria. Los beneficios netos que genera para la vida urbana son incuantificables. Es, además, un ente extremadamente vulnerable que debe ser protegido (y no hostigado) por cualquier ordenanza municipal que persiga organizar ciudades en calma. Porque, estimado edil de Dismovilidad, queremos creer que ese es el propósito de la concejalía que usted diligentemente dirige.
En este contexto nace la ordenanza que se propone regular el uso de bicicletas y patinetes . Y, si no entendemos mal, la idea es amordazar sus desplazamientos por la ciudad. O sea: prohibir que transiten por aceras y zonas peatonales. Es decir: equiparar las bicicletas a los vehículos a motor y restringir sus movimientos estrictamente a los carriles-bici y a la calzada por donde circulan máquinas de 1.300 kilos de peso.
Podríamos entender (y entendemos) que las bicicletas y los patinetes no deben transitar como norma general por las aceras. De acuerdo. Más difícil de comprender es por qué se les expulsa de las calles peatonales y otras zonas híbridas. Salvo que se pretenda poner palos en la rueda de la movilidad sostenible y no creemos, en modo alguno, que el señor concejal del ramo tenga en su mente semejante absurdo.
La contribución que las bicicletas y los patinetes prestan a la calidad de vida urbana en las ciudades del futuro es impagable. Deberían ser mimados por la autoridad competente. Y si no se les trata con la flexibilidad que merecen les acabará sucediendo lo que le puede ocurrir al edil de Dismovilidad si va a comprar un kilo de tomates frescos cumpliendo a rajatabla con la ordenanza de tráfico. No sé si me he explicado con claridad.
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