Perdonen las molestias
Ismail
El destino juega malas pasadas: te salva de la violencia ingobernable del mar bravío y te fulmina en una apacible laguna
No sabemos nada de Ismail . Ni sus apellidos . Ni su lugar de procedencia . Ni el color de sus ojos. No el porte de su esqueleto. Ni conocemos a su familia. Ni si había cursado estudios básicos. O si sabía leer y escribir. No sabemos si tenía novia. Ni si tenía previsto casarse. Ni por qué había decidido dejarlo todo con destino a España . Ni cuáles eran sus proyectos vitales. Si soñaba con ser camarero o con montar un negocio de reparación de ordenadores.
Solo sabemos que su cuerpo inmóvil apareció a once metros de profundidad en las aguas mansas del Lago Azul, una balsa de color penetrante situada en las inmediaciones de la cementera Cosmos. También sabemos que el intenso calor los empujó , a él y otro grupo de amigos magrebíes, a refrescarse en la tarde del domingo 18 de julio. Fíjense ustedes qué fecha, por cierto.
Los chicos ignoraron el letrero que prohibía el baño . Quizás por incapacidad para descifrar sus caracteres, probablemente por desafío a las normas. El agua seguramente ofrecía ese atractivo magnético imposible de evitar para un chaval de apenas 21 años. Se sumergieron en el azul profundo y, cuando emergieron a la superficie, Ismail no estaba .
El atestado dice que las aguas de la balsa registraban un alto contenido de azufre . Que su interior está minado de artefactos industriales y que se suceden remolinos amenazantes con frecuencia. La vida te tiende trampas mortales a miles de kilómetros de tu casa que cualquier muchacho que está empezando a vivir no puede siquiera imaginar.
También sabemos que Ismail había cruzado el Atlántico en patera con dirección a Canarias. Y que poco después aterrizó en la península y se estableció en Córdoba donde ignoramos a qué entregaba su tiempo y sus anhelos. El destino te juega esas malas pasadas . Te salva de la violencia ingobernable del mar bravío y te fulmina en una apacible laguna de aguas cobrizas.
A estas horas, la madre estará llorando amargamente la osadía temeraria de su hijo en algún punto indeterminado del norte de África. Miles de ellos escapan a diario de sus familias para acabar retratados miserablemente en un cartel electoral de una campaña cualquiera.
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