Perdonen las molestias

Cenutrios

Después de décadas de abandono, ya solo faltaba que un papanatas tuviera un ataque picassiano sobre la muralla del Marrubial

Pintada en la muralla del Marrubial en Córdoba Valerio Merino
Aristóteles Moreno

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Dos meses después de la inauguración del Parque de Miraflores , la estatua del estanque fue amputada por sus pies y arrojada al agua sin contemplaciones. Dos meses. Que se dice pronto. El tiempo preciso para hacer un análisis de situación, proveerse del instrumental adecuado y dar con una noche solitaria para perpetrar la animalada.

¿Qué daño hacía la estatua del estanque de un parque recién inaugurado? Es difícil saberlo. Lo cierto es que un grupo de muchachotes (de eso no hay duda) se lo pasaron en grande derribando la escultura y sumergiéndola en la alberca de un proyecto que costó nada menos que 11 millones de euros del bolsillo de todos ustedes. No es difícil imaginarse las carcajadas de nuestros héroes mientras la figura chapoteaba torpemente en la pileta.

Es probable que estos sujetos fueran los mismos que decapitaron más de trescientas luminarias de un parque con 110.000 metros cuadrados. Hay que ser un profesional del vandalismo para liquidar, una a una, las farolas de un recinto que tiene una extensión equivalente a diez campos de fútbol. Sobre todo, teniendo en cuenta que muchas lámparas fueron incrustadas en el granito, precisamente para evitar que merluzos como estos las reventaran y dejaran sin luz a los viandantes.

17 años después, algunas áreas del Parque de Miraflores y del Balcón del Guadalquivir viven en la absoluta penumbra gracias a la audacia indómita de este puñado de papanatas. El Ayuntamiento no tiene culpa alguna de que unos cuantos estúpidos evacúen su frustración triturando mobiliario urbano. Desde luego que no. Pero en 17 años ya han tenido tiempo de restituir la barrabasada y buscar fórmulas para impedir que cinco mosquitas muertas impongan su ley en el espacio público.

¿Qué circula por la materia gris de estos zoquetes? Averigüe usted. Sea lo que sea, al erario público la broma le está costando un riñón y cuarto y mitad . De tal forma que todas estas gamberradas ya se incorporan al presupuesto municipal como si fueran un gasto corriente cualquiera. El agua, la electricidad, la gasolina, el material fungible, las amortizaciones de capital, el personal y el vandalismo urbano. Usted paga y los mastuerzos se pegan una fiesta de tres pares de narices.

Como la que se pegaron a costa de la muralla almorávide del Marrubial hace un par de semanas. Qué risas se tuvieron que echar mientras rotulaban el monumento del siglo XII con el espray de colores. Y un grafiti de metro ochenta, oiga. Que ahí es nada. Para que se vea en toda España y parte de Albacete el arte que se gasta el titi destrozando patrimonio histórico.

Es probable que los ceporros no tuvieran ni pajolera idea de que el muro sobre el que estaban pintando sus excrecencias tuviera ocho siglos de antigüedad. Para eso hay que abrir un libro de vez en cuando y tener la cabeza mínimamente amueblada. Y no parece que sea el caso. A lo más que deben de llegar estos lumbreras es a distinguir un bote de pintura acrílica de un «smartphone» de tercera generación. Y ya estamos corriendo demasiado.

Que después de que nuestros munícipes hayan abandonado durante décadas el penúltimo lienzo de muralla histórica que todavía no se ha caído a pedazos, ya solo faltaba que un cenutrio tuviera un ataque picassiano.

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