Francisco J. Poyato - Pretérito imperfecto

Ante la duda, laicismo

A falta de gobernanza ordinaria, buena es la gestión del alma pecaminosa o el calendario oficial

Nunca antes se habló tanto de religión en el Ayuntamiento de Córdoba. Doctores tiene Capitulares. Desde aquel famoso decreto verbal de un altanero Julio Anguita al obispo Infantes Florido, la diplomacia vaticana ha venido reinando en ambas aceras como un principio de entendimiento del rol de cada uno en una ciudad de extremos como ésta. Hasta que llegó la comunión financiera, y Platón, en la base filosofal de unos y de otros, se sentó en el consejo de administración y la asamblea de una caja de ahorros fundada por un órgano eclesiástico en la que siempre quisieron mangonear los políticos. Incluidos algunos de los que hoy alientan las cortinas de humo del anticlericalismo para esconder la morralla que practican a costa del erario público. Aquello si que era laicismo del bueno: préstamos para pagar las campañas electorales de aquí y de allá y que jamás se devolvieron, alguna tarjeta «pata negra» para consejeros suntuosos y gastos confidenciales, favores correligionarios, homenajes gastronómicos y turismo de boy scout lujoso. Así cualquiera comulga, porque la fe es siempre es frágil, como el hombre, y tiembla si el espíritu no es bizarro aunque seas de Ganemos.

Ahora que estamos de obras en la calle Capitulares y el Templo Romano se apresta a otro arreglo exiliando a los gatos romanos, el Ayuntamiento ha logrado superar el ancestro paganismo de las vecinas columnas corintias y la santidad de la mística iglesia de San Pablo para elevarse como el sancta santorum de Córdoba. El templo madre. El vértice de las ocurrencias. Las apuestas bisbisean por los labios de los ujieres municipales sobre cuándo saldrá al balcón del pueblo doña María Isabel a repicar para misa laica de ocho recitando versos de Dolors Miquel, la poetisa de Ada Colau que revisó el padrenuestro; silenciando así la musicalidad del cangilón manierista y acompañada por sus acólitos podemitas, empeñados como buenos evangelizadores laicos en gobernar las mentes y los bolsillos de los mundanos que arrastramos nuestros pies por la gris monotonía.

Conocimos del «gobierno de las personas» que predicó doña María Isabel el día de su bautismo como alcaldesa, pero jamás podríamos intuir que la literalidad de sus proféticas palabras llegaría hasta el fondo de nuestros pensamientos. A falta de gobernanza ordinaria, buena es la gestión del alma pecaminosa, de nuestra torpe agenda individual o del calendario oficial. Los acólitos podemitas serán los encargados de aventurarnos adónde ir, dónde comer, qué hacer en los espacios temporales de asueto y qué celebrar, cómo y cuándo. Y al lado de quién bajo sábanas de seda. No hay nada como que el sectarismo te uniforme la vida invocando a la libertad. Un oximorón para Cosmopoética. En lugar del Día de San Rafael y la Fuensanta, celebraremos el «Día que me quieras». Nada les turbe.

En cierta forma, el hombre siempre echó mano de la religión cuando se vio acuciado por las tinieblas de la duda. Y hace mucho tiempo que la duda se instaló en los despachos naïff del Ayuntamiento de Córdoba donde nadie sabe nada. Y no es que sean próceres de bajo perfil, es que se ponen de perfil cuando asoma la hora de tomar decisiones. Por eso debemos acoger con empatía y bondad este ejercicio humanista de unos advenedizos que han tomado la casa donde se han de resolver los problemas mortales como su particular zigurat metafísico. Si no hay congresos, si faltan taxis o policías, si no abren los museos, si no hay conserjes en los colegios, si se paran las inversiones, si chapan los comercios, si no avanzan los expedientes ni las obras..., no pasa nada. El laicismo ha venido para salvarnos y alejarnos de estas tentaciones que pueblan nuestra gris monotonía.

Eso sí, el laicismo hay que pagarlo, por eso nos suben los impuestos.

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