Luis Miranda - VERSO SUELTO

Ángeles

Juan José Aguirre se hizo escudo humano para que la cruz que llevaba en el pecho fuese capaz de detener a las armas

De tanto evitar la cultura perezosa del mal milagro, que pide la intervención divina para lo que se podría conseguir con un poco de trabajo, incluso los cristianos nos hemos acostumbrado a un mundo en el que Dios no interviene en absoluto , como si fuese una idea inaccesible en los laberintos de la teología. A menudo los milagros que se piden rezando llegan por la voluntad del Altísimo, pero por el brazo de quienes están en la tierra, han leído las escrituras, han interpretado lo que quieren decir y se han arremangado para hacer las cosas, con la conciencia de ser las manos desenclavadas de Aquel que urge sin gritos desde las cruces de las iglesias.

Lo pensé la otra tarde, cuando se conoció la noticia de que Juan José Aguirre había vuelto a jugarse el pellejo en la República Centroafricana, o se lo había jugado más de lo que ya lo hace todos los días. Cuando supo que quienes se decían cristianos habían cogido las armas para matar a los musulmanes que vivían en su diócesis de Bangassou , no se limitó a clamar desde el papel o a escribir en Facebook palabras de condena.

Conocía bastante bien lo que dijo el Nazareno cuando fueron a prenderle -« Envaina tu espada, pues quien a espada mata, a espada morirá »- y también sus palabras diáfanas sobre el amor a los que no lo devuelven, y decidió ponerse de escudo humano para que la cruz que llevaba en el pecho fuese capaz de detener las armas que querían segar vidas con excusas inadmisibles que ofenden a Dios dos veces por decir que es en su nombre.

Hubo cuarenta muertos y cien heridos en el tiroteo, pero Juan José Aguirre siguió vivo y seguro que no se alegró tanto por sí mismo como por haber podido proteger a más de 500 personas en la mezquita en que ahora todos esperan a que los cascos azules estabilicen la situación y rezan, cada uno a su forma, para que termine el infierno de francotiradores que espera el momento en que alguien ponga un pie en la calle.

Para explicar lo que mueve al obispo de Bangassou a exponerse a sí mismo ante las balas hay que irse al Evangelio y sus mandatos , claro, pero también me dio una clave tan sencilla como cierta y profunda mi mujer, esa misma tarde, cuando le di la noticia: « Dios protege a sus ángeles ». Y llevaba razón, porque la intervención divina en el mundo no llega por rayos de ira ni por multiplicaciones arbitrarias de panes y peces, sino por la obra de hombres y mujeres que han sentido que el mal derramado por el mundo les indigna y han hecho suyos los planes del Señor para restituir el amor, la fraternidad y la esperanza.

Su trabajo no se entiende. El primer mundo egoísta tiene al tercero como excusa , como el telón decorativo de ciertos discursos en los que unos cuantos jetas pueden quedar de solidarios con sólo recitar estadísticas de pobreza y acusar a las grandes potencias occidentales, que algo tendrán que ver, desde luego. El tercero se desangra en luchas medievales con la cruel precisión de las armas modernas mientras quienes quieren ayudar acaban muchas veces muertos por culpa del afán de lucro, la obsesión por el poder y las religiones mal entendidas , que son siempre y en todas partes las que bañan de sangre el mundo. Dios es como el padre que mira al hijo en la unidad de cuidados intensivos y nada puede hacer, pero al menos habrá que pedirle que envíe a más ángeles como Aguirre, los proteja y aprendamos de su ejemplo .

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