Contramiradas

Ángel Salvatierra: «Individualmente no somos nada»

El jefe de Cirugía Torácica protagonizó el primer trasplante de pulmón de Andalucía. Desde entonces, no ha parado de sembrar esperanza

El doctor Salvatierra, en el exterior del Hospital Reina Sofía de Córdoba VALERIO MERINO

Aristóteles Moreno

Poco después de ingresar en 1989 en uno de los mejores hospitales del mundo, el Barnes de EEUU , el jefe de Cirugía le preguntó por el seguro médico. «Tranquilo, traigo uno contratado desde España », le contestó Ángel Salvatierra . Su colega le insistió y le rogó que trajera la póliza a la mañana siguiente para que la secretaria la examinara. Así lo hizo. Ese mismo día, su jefe lo emplazó a tomar una cerveza después de la jornada laboral. Se sentó frente a él y le dijo sin rodeos: «Con ese seguro, si mañana sufres una apendicitis tienes que vender la casa para pagar la operación». Aquella no fue la única ni la más reveladora evidencia de las enormes diferencias entre dos modelos sanitarios que se encuentran a años luz. Lo que sí es cierto es que hoy el doctor Salvatierra abraza el sistema de salud español, universal y solidario, con una fe ciega.

—Aquella experiencia lo reafirmó en nuestro modelo.

—Por supuesto que sí. Una sanidad pública es un requisito esencial para que haya una verdadera sociedad democrática. Aquí no lo vivimos afortunadamente pero allí se nota en esa especie de tristeza íntima cuando va a caducar el seguro y tienes que renovarlo. Son vivencias que aquí están desterradas.

—¿Qué aprendió usted en EEUU?

–Mucho. Desde el punto de vista científico y profesional. Estuve en el mejor hospital del mundo en ese monumento. El primero de los «top ten». También aprendí lo que no se debería hacer y en qué sociedad no es agradable vivir.

—40 millones de personas sin acceso a la sanidad. ¿La civilización era esto?

—Eso no es una civilización verdadera. Realmente no. Estamos ante un país materialista, que no se sostiene desde un punto de vista social, de solidaridad, de esperanza. En mi humilde entender, la superficialidad es enormemente atractiva pero el fondo es desasosegante.

—¿Nuestro modelo sanitario peligra?

—Peligra como estamos peligrando en muchas facetas. Somos omnipotentes. Nos creíamos que podíamos solucionar todos los problemas con nuestra ciencia, nuestra riqueza y nuestra arrogancia. Somos seres finitos y debemos practicar más la humildad.

—Si yo le digo María Ángeles 1993, ¿usted que me dice?

—Siento una emoción inmensa. Es una guerrera valiente, una mujer que nos dio su confianza y su afecto. Para mí, fue un hito humano en mi vida, más que el hito profesional de abrir un programa de trasplantes. Ella y su familia. Aquello salió bien durante bastante tiempo y pudo vivir muchos años habiendo estado su vida completamente amenazada y de una calidad muy baja.

El jefe de Cirugía Torácica es natural del Puerto de Santa María VALERIO MERINO

—¿Salvar vidas es una bendición?

—Sí. Ayudar a la naturaleza a recuperar la salud es una auténtica bendición. Ser médico es la mayor fortuna. Ese acercamiento a la fragilidad, esa confidencia, es algo absolutamente impagable.

—¿Y si usted no hubiera sido médico?

—Hubiera sido músico. Para mí, la música es una pasión a un nivel altísimo. Me sosiega, me estimula, me ilusiona. Creo que es un arte capaz de penetrar en lo más profundo del ser.

—¿La música también cura?

—Hay evidencias científicas de que la música es capaz de mejorar el estado de salud tanto psíquico como físico. La música , que lleva con nosotros desde que somos humanos, ha ayudado a nuestro equilibrio y nuestra felicidad.

—¿Qué se juega usted en el quirófano?

—En el quirófano te conviertes en un instrumento concentrado en una situación anómala que tienes que solucionar. Por eso, se segrega adrenalina y es adictivo. Se pierde la noción del tiempo y de la identidad. Esa es su belleza .

—¿La pandemia ha desnudado nuestro sistema sanitario?

—Sin duda, lo ha puesto a prueba. Y, sin duda, ha corroborado que es una auténtica maravilla. A nadie se le cobra por ser atendido y ningún tratamiento, por caro que sea, se le niega. Ha resistido perfectamente. Y ha sido tan dúctil que se ha amoldado a las necesidades del momento. Eso es importante. Algunos medios sensacionalistas dicen que ha puesto de manifiesto la fragilidad del sistema. No. Esta pandemia es un problema inesperado y no se ha sabido en un momento inicial enfocarlo. Comparto esa opinión. Pero el sistema sanitario en sí, los de a pie, se han comportado como verdaderos profesionales. Es de grandeza y no de fragilidad.

—¿Qué decisión urge tomar?

—En primer lugar, debemos asumir cada uno nuestras responsabilidades. Como ciudadanos, cumplir las normas dictadas desde un punto de vista científico. Nuestras autoridades, que desgraciadamente no están a la altura de las circunstancias, tienen que ejercer más autoridad moral que mando. Eso es imprescindible. Hay que dejar aparcadas las ideologías, los intereses privados y enfrentar desde la ciencia médica, económica y sociológica a este enemigo común. Un buen liderazgo es esencial.

—Falta cooperación y sobra bronca.

—Sobra mucha bronca. Lo que me dictan mis principios es que hay que formar un algo común basado en una autoridad moral y dejarse aconsejar por los científicos. Dar una información veraz, apostar por la cooperación ydejar atrás todo lo que obstaculiza vencer a esta gran amenaza.

—¿Morir de Covid o morir de hambre: es este el dilema?

—No debe ser el dilema. Es un problema que no tiene una única solución. Tiene varias vertientes. Por supuesto, que el hambre mata y que una economía empobrecida va a disminuir las posibilidades de tratar a las personas. No es el momento de desenfocarnos ni de mirar a nuestro ombligo. Es el momento de poner a todas las fuerzas frente a un enemigo común. Si este no es el momento de olvidar las rencillas y los partidismos, ¿cuál va a ser?

«Es el momento de poner a todas las fuerzas frente a un enemigo común»

—¿Imaginó una catástrofe como esta?

—El año pasado en unas jornadas hablamos de los retos inmediatos desconocidos. Y se habló de la amenaza ecológica, el terrorismo internacional, las crisis sociales y también de la pandemia. Habíamos tenido ya dos avisos. Primero el SARS y luego el ébola. Si el coronavirus tiene la potencia letal del ébola estaríamos como ante una guerra nuclear muriendo en masa.

—Preside el Comité de Bioética. ¿Dónde están los límites de la ciencia?

—No todo lo que se puede hacer se debe de hacer.

—¿Y qué no se debe hacer?

—Habría que actuar de tal forma que la máxima de tu acción pueda aplicarse a las personas que más amas. Si tuviéramos esta perspectiva crearíamos una sociedad mucho mejor.

—¿Somos dueños de nuestra muerte?

—Yo creo que no. Por supuesto, la autonomía de cada persona es absolutamente respetable y es una de las grandes conquistas de nuestra civilización. Ahora bien: hay que atender a la vida, al amor, a hacerle a los demás lo más agradable posible la convivencia, más que pensar en la muerte como solución.

—¿La eutanasia es un derecho?

—Es difícil. No podemos responder de una manera inequívoca a esa cuestión. ¿Ha llegado el momento de la eutanasia? ¿Ha llegado el momento de mejorar los cuidados paliativos? Tenemos que enfrentar el problema desde un punto de vista moral y desprejuiciado.

Un profesional reconocido

—Ha recibido innumerables premios e integra infinidad de sociedades científicas. ¿Qué ha hecho usted para merecer esto?

—Debo decir que estoy absolutamente sobrevalorado. Y que, por tanto, no sé por qué me han concedido tantos honores. No los desprecio. Es más: los agradezco en el alma, pero creo sin falsa modestia que no los merezco.

—¿Qué le queda por hacer?

—Creo que mucho. Por los que me rodean y por mí mismo. La vida ofrece retos que merecen la pena. Lo que más, el amor. Sin duda alguna. El amor hacia las personas por las cuales seríamos capaces de dar nuestra vida.

—¿Duerme usted con el doctor Salvatierra o consigue desconectar cuando regresa del hospital?

—Intento ser el mismo en un sitio y en otro. Un cierto sufrimiento es normal que te lleves a tu casa. Y, a veces, un gran sufrimiento. Y no lo puedo negar. Eso nos hace humanos.

—¿Qué más nos puede pasar en 2020?

—Yo quiero ser positivo. Me he preguntado qué vamos a aprender de esto. Y creo que nos va dar humildad. Mucha humildad. Ser menos materialistas. Individualmente no somos nada.

—¿Sueña con el Puerto de Santa María?

–Sí. Y sueño literalmente. Veo, huelo y siento al Puerto en mis sueños. Es mi íntimo rincón, el sitio donde vuelvo a mi niñez y a mi inocencia.

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