CONTRAMIRADAS

Ángel Ruiz: «Cada vez que me cruzaba con Vicente Amigo me temblaban las piernas»

El guitarrista cordobés, criado en Fuensanta, lleva ocho años en Panamá donde expande la fuerza del flamenco

El guitarrista Ángel Ruiz ABC

Aristóteles Moreno

Lo peor que puede ocurrirte, si quieres ser guitarrista flamenco y pulirte un nombrecito en la vida, es criarte en la misma calle que uno de los genios de nuestro tiempo. Eso es, precisamente, lo que le pasó a Ángel Ruiz . Creció frente a la casa de Vicente Amigo , en el popular barrio de la Fuensanta , y cuando empezó a dar los primeros pasos en el instrumento de las seis cuerdas, el virtuoso guitarrista cordobés ya era dios (con permiso de Paco de Lucía ). Tal era la devoción que el joven Ángel Ruiz sentía por Vicente Amigo que cada vez que se topaba con él en la calle se cruzaba de acera. Muchos años después, y luego de haber forjado ya una larga amistad, Ángel Ruiz se lamentó ante su ídolo con su ácida socarronería: «Vicente, qué mala suerte he tenido, que no he podido ser ni el mejor guitarrista de mi barrio».

Y eso es una verdad inexorable. Pese a lo cual, Ángel Ruiz ha logrado cimentar una carrera notable como guitarrista de acompañamiento. Ganó en 2002 el primer premio de Jóvenes Flamencos , trabajó más tarde para la Compañía Andaluza de Danza bajo la dirección de Antonio Gades y José Antonio Ruiz , y, en conjunto, ha podido coronar una larga carrera profesional con artistas de la talla de Cristina Hoyos, Javier Latorre, Daniel Navarro, Chapi Pineda o Farruquito. Hace 8 años recaló en Panamá , donde ha alumbrado una familia, que ha terminado por enraizarlo en Centroamérica. Allí se ha hecho un nombre artístico en el incipiente ecosistema flamenco regional y mantiene una fluida relación profesional con Estados Unidos . Justo ahora está trabajando en Santa Fe (Nuevo México, EE.UU.), con la Compañía Entreflamenco , dirigida por los jerezanos Antonio Granjero y Estefanía Ramírez. Estamos a 8.570 kilómetros de distancia, con el abismo oceánico en medio, y el rostro y la voz de Ángel Ruiz llegan nítidos a través de la webcam.

Por lo que se ve, los flamencos no son profetas en su tierra.

Ganarse la vida en Córdoba es muy difícil porque no hay para tantos artistas. Hay una cantera flipante. Cuando yo era chico, raro era el cantaor que cantaba a compás. Pero ahora hay un soniquete que no veas. Por ejemplo, Lin y Nani Cortés o el Panki. Hay chavales que tocan la guitarra espectacular. Es difícil ser profeta en tu tierra cuando hay tantos guitarristas buenos.

Ángel Ruiz le debe a su padre, aficionado al cante y policía nacional, su inmersión en el mundo flamenco. Con 12 años le compró una guitarra para apartarlo de las tentaciones callejeras del barrio y, de vez en cuando, se lo llevaba a la Cata de Montilla para que hiciera oído. Sin demasiado entusiasmo al principio, Ángel Ruiz empezó a tomar clases de Phillippe Donnier , primero, y de Merengue de Córdoba, después, hasta que se fue abriendo camino en las peñas flamencas para adiestrarse en los palos fundamentales. El primer cantaor al que le tocó se llamaba Antonio el Sirena, conductor de ambulancias. Y su primer sueldo como guitarrista acompañante lo ganó con 14 años: Bartolomé Castillejo, joyero aficionado, le regaló un juego de cuerdas y lo invitó a «unas tapillas» en la taberna.

Ropa negra

Una noche se le acercó Rafael Rodríguez «Merengue de Córdoba» en la peña flamenca y le dijo: «Oye, sobrino, ¿tú tocas para baile?». Y el guitarrista cordobés, maestro de maestros, se lo llevó a su academia donde Ángel Ruiz se formó en los secretos del compás. Tres semanas más tarde, se le acercó nuevamente Merengue y le dijo: «Oye, sobrino, ¿tienes ropa negra?». «Dúchate y te vienes esta noche al tablao». Tocar en el Cardenal , la sala flamenca junto a la Mezquita, era para cualquier joven guitarrista una oportunidad impagable de proyección. Eso sí: no le puso micrófono a su guitarra. La primera noche que tocó en el tablao se le acercó y le metió 5.000 pesetas en el bolsillo de la camisa. Y le susurró: «Tú, sobrino, mientras, para la foto». Estaba empezando. Luego, la vida profesional de Ángel Ruiz ha dado mil vueltas, todas ellas con el estuche de la guitarra en la mano.

¿Lo suyo en Panamá es exilio o destino?

Destino. No me encuentro exiliado porque me puedo volver cuando quiera. Y en el futuro me gustaría. Lo que no quiero es tener 70 años y no haber cotizado nada. Aquí tengo mi contrato y mi seguridad de que voy a tener una jubilación. Dentro de 25 años habrá gente que haya estado toda su vida en un tablao, tenga las rodillas reventadas y haya trabajado siempre en B.

Su proyecto es el regreso.

En el futuro sí, pero después de haberme sentido realizado con una vida profesional razonablemente buena. Aquí he tocado para gente muy buena. Al no haber tantos guitarristas, tiran de ti. Allí es difícil. El bailaor Jesús Carmona, por ejemplo, no me habría llamado nunca si estuviera en España.

En Japón, hay 650 academias de flamenco y más de 60.000 personas aprendiendo. ¿El duende hoy vive en oriente?

Siempre ha vivido en oriente. La cultura que mejor ha sabido entender el flamenco han sido los japoneses. Desde la copia, que es la mejor manera de aprender, y el respeto. Han sabido entender que no solo es una música sino la cultura de un pueblo. Hay muchísima afición y una afición envidiable. Se ponen a estudiar y no sabes qué enseñarle. Hay algunos que cierras los ojos y no sabes si es un andaluz o un japonés.

¿A qué suena una soleá en el Caribe?

Tratamos de luchar para que no se nos vaya el soniquete. Que no te tires al abandono. Allí hay un guitarrista mayor que se fue a Venezuela muy joven. Le llamaban El Curri y se hizo súper famoso. Llegó a tocar la guitarra con Frank Sinatra en Las Vegas. Es incansable. Siempre me decía: «No te abandones, sobrino. Estudia». Hay que estar al día. Con You Tube si te sales del juego es porque quieres. Ahí puedes ponerte las pilas.

¿Se siente una isla flamenca en Centroamérica?

Aquí no hay mucho flamenco. Y la verdad es que lo echo de menos.

Teme anquilosarse.

Sí. Veo a la gente joven tocar y da miedo. La técnica de guitarra ha cambiado mucho. Cada generación la ha marcado un disco de Paco [De Lucía] o de Camarón. Hoy hay un virtuosismo enorme. Cualquier niño de 17 años toca la guitarra que te mueres.

¿El flamenco triunfa en Panamá?

Podría triunfar perfectamente si hubiera un intento de las instituciones de fomentarlo. Rítmicamente la gente está pasada en Latinoamérica.

Si le digo Vicente Amigo, ¿qué me dice?

Me tiemblan las piernas. Cuando empecé a tocar iba para clase y me cruzaba de acera cuando lo veía. Me ponía muy nervioso. A veces me hablaba y no sabía qué decir. Su figura es para mí que no veas. Pero, como es un tío tan sencillo, ya lo he superado. Para mí, es dios.

¿Y si le digo Merengue de Córdoba?

Maestro es la palabra que se me viene a la cabeza. Pero también amigo y compadre.

¿Qué guitarrista le remueve las entrañas?

Paco de Lucía toca cada día mejor, pero los antiguos también me gustan mucho. Antes había una expresión en la guitarra antigua que es muy bonita.

¿Tradición o ruptura?

Yo diría tradición y ninguna ruptura. No se puede romper con algo que no has tenido nunca. Es importante deshacerse de los prejuicios que te marcan. Las cosas nuevas están de puta madre pero tiene que haber una tradición.

Rosalía: ¿revolución o fraude?

Revolución.

¿Se le atraganta?

No. Al principio un poco quizás. La primera vez que la escuché dije: «¿Esto qué cipote es?». Pero no creo que sea un fraude. Para empezar, tiene una voz muy bonita. Va a servir para que mucha gente se meta en el flamenco.

¿Sueña con Córdoba?

Sí. Un montón.

¿Qué echa de menos?

El arte. Los dos amigos que llevan treinta años peleándose en la barra del bar. Los fichazos de dominó en la mesa. Los amigos de tu padre que te cogen de una oreja y no te dejan pagar en los bares. Los colegas. La Corredera. Una fiesta.

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