Francisco Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO
Andrés Ocaña
Ocaña nunca fue impostado. No tenía término medio. Pasional y político en chaqueta o en pijama
El presentismo político de Córdoba aún le hace más justicia. Y eso que hay presuntuosos que pretenden hasta compararse con él. La estupidez humana no tiene límites. Aún existe un sinuoso escalofrío que me recorre el cuerpo desde que a la luz de nuestra pasión cofrade en ABC descolgué el teléfono el jueves al borde de la medianoche y recibí el mensaje de la muerte de Andrés Ocaña. No pude evitarlo. El primer flash en mi mente fueron los enganchones intensos pero respetuosos en aquellas ruedas de prensa bravas y tensas en los tiempos duros de la Gerencia de Urbanismo. De Sandokán y las naves, de las licencias, los expedientes, el personal por la gatera, los Koolhaas, la comisión de investigación, los líos de Ana Morales en Venezuela, Hurtado... y Rosa, siempre Doñarrosa. A mí me curtían como periodista y a él, creo que sí porque alguna vez me lo dijo, le hacían más exigente consigo mismo, aunque a veces no me entendiera y prefiriera echarme a los leones. El periodista mejora así, el político también. Porque cada uno hace su trabajo. Uno controla. El otro explica, aclara o intenta gestionar nadando y guardando la ropa. Ambos quieren servir a los mismos. Cada uno sabíamos dónde estábamos y tal vez ese explosivo choque —como sucedió con otros compañeros de esta Casa— era un paso para intentar que Córdoba avanzara en buena lid.
El siguiente flash fue ya de alcalde. Otro talante. Diferente rol el de un servidor al otro lado de un almuerzo. Como una luna de miel para quien nunca se veía de novia. Un aplomo desconcertante para la refriegas pretéritas. Entonces aparecía un hombre sensible detrás del político clásico, bien armado en el argumentario, incómodo, fijado a posiciones coherentes, vieja escuela en las formas, ricos recursos de estrategia, brega en las profundidades. Mucha cocina y fontanería. Siempre melancólico y nostálgico. Reconozco desde aquí su saber estar entonces, sin sesgos, sin sectarismos aun con una compleja hemeroteca detrás. Encajando la dura crítica como una regla de oro en este juego. Ojo con los que te pasan la mano por el lomo y sonríen con la maquiavélica pose labial de la hiena. O con aquellos otros que te dan la mano blanda. Nuevamente el presentismo político que sufre esta ciudad le hace justicia. Ocaña nunca fue impostado. No tenía término medio. Pasional y político en chaqueta o en pijama. Erizo o cordero. Utópico y pragmático. Pero siempre discreto. A él le tocó sujetar el foco que debía brillar para el rosismo. Y aquel foco pesaba demasiado. Aunque la apuesta era la única posible.
El tercer rebote mental que me golpeó venía de un pasado más reciente. Él fuera de la pomada. Un servidor en el refugio familiar. Una taberna cualquiera. Cruce de miradas y saludos corteses. El corazón ya le había presentado sus credenciales. Entonces vi lo que en el fragor de los días no se le tiene en cuenta a un político: su desgaste. Lo dijo muy bien Nieto este viernes: «Él se dejó literalmente parte de su vida en esta Alcaldía». Esa tara ya no te la reconoce nadie. Sólo el tiempo y aquellos que vengan a ocupar tu sitio por el acierto o el fracaso de sus hechos podrán almidonarla. En cierto modo, así ha sido. Su intensa tarea en el Ayuntamiento de Córdoba durante dieciséis años aún se agranda más en este presentismo.
Siempre me quedará la duda de si hubiera fraguado un currículum similar en la otra política rutilante de cámaras y senados, importantes departamentos, carteras de piel y más distancia entre las cosas. O si en realidad estaba hecho para tropezarse con el vecino de turno en las escaleras del Ayuntamiento para que le echara la bronca. Nadie puede dudar de un compromiso tan evidente como el suyo. Con sus grandes errores y sus grandes aciertos. Con fidelidad al servicio. Llevar la sala de máquinas de una ciudad, con todos sus resortes, no es moco de pavo. Y al menos debe quedar el rastro de la honestidad en su manejo. Le echaremos de menos, señor Ocaña.