Rafael Ruiz - CRÓNICAS DE PEGOLAND

Andalucía

La metonimia definitiva. La parte por el todo. La masa envuelta a la bandera pagando la fiesta. Disculpen pero paso

DESDE aquí lo digo con toda la vergüenza. Que sobre mi prole caiga la desgracia a raíz de estas palabras. Tengo el mismo espíritu andalucista —entendido como este nacionalismo andaluz de baja intensidad y obligado cumplimiento— que un buzón de Correos. No es que no me guste mi tierra, que sí. Ni que considere sus particularidades, sean éstas las que sean, dignas de elogio y belleza. O que reclame justicia social para los más desfavorecidos. Que no es eso. Es que no considero a Andalucía sujeto de derechos políticos específicos que la diferencien de Cáceres, Salamanca o incluso Murcia. Como no creo que un amigo catalán, vasco o mexicano sea esencialmente distinto por no haber nacido en mi pueblo. Es por ello que esto de los días autonómicos, como que plin. Sobre todo, porque los conozco por dentro. Mucho golpe de pecho por Blas Infante —cuya obra han leído cuatro— pero yo los he visto irse a la playa en vez de llegarse a la Gota de Leche, en la carretera de Carmona, donde el notario fue fusilado. A Andalucía la adoran, en este tipo de jornadas institucionales, quienes viven de ella.

Lo sé. He de asistir a un campo de reeducación andalucista o algo. No se es nadie en estos tiempos sin que se te caigan dos lágrimas como dos almendras con el himno autonómico. Que conste: aplaudo cuando mi niño me lo toca con la flauta del cole —que se habla poco del daño que hacen—. Me repatea, sin embargo, el andalucismo «soft» de consumo obligatorio decretado con un autogobierno al que le encanta gastar y le da mucho miedo recaudar. De ahí a usar en vano la palabra Andalucía, usando la metonimia autonómica, hay un trecho. «Andalucía seguirá levantando la voz para conseguir mejor financiación», le ha dicho la delegada Rafaela Crespín al compañero Rafa de la Haba. Mientras escribo, tengo al personal dando voces reclamando más pasta para gastar en observatorios como es lógico. Incluso en salarios de cargos como el Crespín, cuya utilidad está por demostrarse. Uno pensaba que la gente —dicho de forma colectiva— levantaba la voz para pedir libertad, empleo, que no le roben, servicios dignos, un trato justo ante la ley. Quien es capaz de hablar por la Andalucía toda dice que toca lo que toca. Aplaudan.

No, no es el 28 de febrero de todos. Es el suyo, el del PSOE. Por eso pagan y reparten unas encuestas que les dan ganadores —¿de verdad se creen que estos estudios no los financia nadie?—siguiendo la vieja tradición de confundir témporas y culo. Sondeos que son la prueba del nueve de la peor de las corruptelas que asolan a esta tierra. La que nos ve como andaluces, una masa compacta tras la autoridad competente, en vez de como Juan o María, ciudadanos libres de un territorio occidental. Un pueblo detrás de un liderazgo  envuelto en una bandera. Masa, y en tanto masa, acrítica. Caminando hacia el horizonte con la barbilla alta tras la blanca y verde. Reclamando nuestro lugar en la historia sea en versión de tragedia o de farsa.

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