Mirar y ver

Altares en los patios

Toda tradición recuperada es una forma de preservar nuestra identidad

Patio de Córdoba de 1930 en la calle Conde de Arenales Archivo ABC
María Amor Martín

María Amor Martín

Esta funcionalidad es sólo para registrados

«Las personas que corrieron sobre el pasado el velo impenetrable del olvido, atentas solo al presente […], no hallarán solaz alguno en mis artículos». Son palabras de Ricardo de Montis al inicio de su obra ‘Notas cordobesas. Recuerdos del pasado’. No es el caso, porque recurro a él para acercarme a la tradición de los altares, que se recupera con acierto, en esta Semana Santa, vinculada a los patios. Este hecho coincide con el 150 aniversario del nacimiento del periodista y poeta cordobés, por el que la Red Municipal de Bibliotecas ha posibilitado el acceso a sus 445 artículos, publicados en el Diario de Córdoba, entre los años 1911 y 1930, y en los que recrea la Córdoba del XIX.

Ayer, Jueves Santo, diez patios retomaron la tradición cordobesa de los altares, después de más de cien años. Ya De Montis, en un artículo de 1911 sobre ‘La Semana Santa’, siente su pérdida, conservada solo en los barrios bajos de la ciudad, sobre todo en Santa Marina y San Lorenzo : «Hace treinta años eran pocas las familias que no instalaban altares, para pasar en ellos la noche del Jueves Santo velando al Señor». Es coincidencia como recoge en otro artículo de 1925, que el Ayuntamiento de entonces, igual que ahora, propusiera restablecer esta costumbre.

Siguiendo las descripciones del autor, los altares se preparaban en una habitación con ventanas o balcones a la calle, normalmente de la planta baja de las casas, para poder ser contemplados desde fuera o detenerse en ellos para cantar saetas. Las paredes se cubrían con colgaduras y colchas de damasco. En una de ellas se disponía el altar revestido de telas rojas y manteles blancos y en su centro la imagen de Cristo Crucificado , rodeado de fanales y adornado con candelabros, velas, jarrones y vasos llenos de varas de alhelíes y lirios, «un templo en miniatura -dice De Montis- erigido por la fe del pueblo, siempre arraigada, siempre inquebrantable». El techo se decoraba con lámparas y gasas, y el suelo con olorosas alfombras de juncias, mastranzos, hierbas aromáticas y pétalos de rosas. Preciosa tradición, en todas sus dimensiones, devocional y cultural, y acertada decisión de recobrarla. Mantener las tradiciones es preservar nuestra identidad y una responsabilidad hacia las generaciones venideras.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación