Patrimonio
El altar de San Rafael de Córdoba | Avatares de un rincón de arte y fe popular
El Ayuntamiento intervendrá en este retablo callejero, restaurado en 1924 por los Romero de Torres, destruido en 1931 y recuperado durante la Guerra Civil
TIENE Córdoba su peculiar y castiza geografía «sanrafaeliana», en la que el arcángel se le revela al paseante en formas diversas. Lo hace en la Puerta del Puente, en el Potro, en la Plaza de los Aguayos , en el Puente Romano o en La Compañía , casi siempre en forma de escultura alada y de perfil clásico. En otro tiempo tal presencia fue sin embargo mayor, pues San Rafael era venerado en varios altares callejeros y en los humilladeros que había por la ciudad, desaparecidos en el siglo XIX . De ellos, aunque no esté hoy en su momento de mayor vistosidad, queda en la Córdoba del XXI un testimonio: el altar que se alza en la esquina de la calle Lineros con la de la Candelaria, para el que el Ayuntamiento de Córdoba, titular del mismo, estudia su restauración.
Una reforma demorada
Prevista ya en su día en el Plan del Casco Histórico , llegará después de las reclamaciones lanzadas por el PP durante sus últimos años de oposición y por VOX hace apenas unos días. Con esta intervención, de producirse, se hará justicia al fin a un rincón patrimonial cargado de fe popular, de historia sencilla y avatares, y que hoy es un signo de identidad de una vía, la de Lineros , que antes fue pulmón comercial de Córdoba y que hoy se cuela en la rutas habituales de los turistas.
La historia de este retablo supera los dos siglos, pues ya estaba ahí cuando, a inicios del XIX , entraron la tropas francesas en Córdoba. Su construcción se origina en el primer año de la centuria, pues en el mismo mes de enero se cuenta que fue destruida la imagen que existía previamente en el lugar. Este hecho dio pie a que los vecinos se organizasen para captar fondos y de ese movimiento popular surgió el actual retablo, cuya pinturas le fueron encargadas a uno de los mejores artistas del periodo en la ciudad, el baenense Antonio María de Monroy . Lo que se diseñó entonces es algo parecido a lo que hoy conocemos, con los cuadros del pintor sobre San Rafael, que ocupa el centro, y los de San Acisclo y Santa Victoria en los laterales, a lo que se une una imagen de la Virgen en una hornacina inferior.
«Baxo la sombra de tus alas protegenos», se puede leer en el friso, al que se une otra leyenda, « Medicina Dei» . Se completa el retablo con dos lápidas de mármol con citas del L ibro de Tobías en las que se ensalza la oración, el ayuno y la limosna o se advierte al caminante de que quien comete pecado es enemigo no ya de los demás sino de la propia alma. Una lápida externa, en la calle Candelaria, da cuenta por último de las razones que llevaron a la construcción de este altar.
Un elemento inequívoco
El retablo de San Rafael , hoy convertido en un elemento inequívoco del barrio, corrió el riesgo de ser cosa efímera, pues en 1841, apenas cuatro décadas después de su construcción, el jefe político de Córdoba en ese momento, el liberal gaditano Ángel Iznardi, decidió que este tipo de altares y humilladeros fuesen eliminados bajo el argumento de que era la mejor forma de evitar los destrozos y profanaciones que se sucedían con cierta frecuencia. Sólo se salvaron de este designio los triunfos de San Rafael y las imágenes que existían en el exterior de las iglesias.
En el caso del altar de San Rafael se cuenta que la excepción se hizo gracias a la mediación del escritor, periodista y político palenciano Modesto Lafuente y Zamalloa , uno de los autores más exitosos del momento y que se encontraba en la ciudad por esas fechas. El autor de la célebre publicación satírica «Fray Gerundio» habló con Iznardi y finalmente se decretó que el retablo de la calle Lineros se quedase donde estaba desde hacía cuatro décadas. A partir de entonces la historia del altar es la historia de las creencias de cuantos por allí pasan y rezan, pero también de los largos olvidos administrativos y de nuevos destrozos.
Un siglo después, en 1924, se denunciaba en la prensa del momento que el retablo se había convertido en un nido de telarañas, lo que dio pie a una restauración importante bajo alcaldía de José Cruz Conde al año siguiente. Dirigió los trabajos Enrique Romero de Torres , mientras que los cuadros de Monroy fueron sustituidos por otros realizados por Rafael Romero Pellicer , sobrino de Enrique e hijo de Julio Romero de Torres, fallecido cuatro años antes.
Se cambió también la candelería y posteriormente se procedió a su inauguración con gran boato y procesión incluida. La alegría de los devotos del lugar fue sin embargo efímera, pues como ha estudiado el historiador militar Patricio Hidalgo Luque , el retablo fue destruido con los furores anticlericales de mayo 1931 , en los albores de la II República y en el contexto de lo que se conoce como «la quema de conventos». Fue destrozado concretamente un 10 de mayo, jornada en la que, según explica Hidalgo Luque, también se lanzaron piedras contras el Seminario San Pelagio , la casa de los Jesuitas o el Palacio Episcopal y se causaron daños al Cristo de los Faroles o a la Virgen de los Plateros del Compás de San Francisco . La revuelta seguiría en los días siguientes y concluiría con una declaración del estado de guerra y varios muertos y fallecidos.
Segunda República
La restauración del altar de San Rafael se postergó luego durante todo el periodo republicano y no llegó hasta 1937, cuando se reinauguró después de los trabajos que se realizaron con la colaboración del pintor y restaurador Rafael Díaz Peno . El barrio recuperó de ese modo, en pleno conflicto civil, uno de sus elementos más emblemáticos, al que los años, pese a algunas intervenciones puntuales, fueron sumiendo de nuevo en el olvido administrativo que llega hasta nuestros días. En esta noria de brillos y sombras quizá haya llegado hoy el momento en el que altar de San Rafael vuelva a iluminarse como ya lo hizo en 1925 y en 1937 . La fe sencilla de las gentes que allí paran un instante su camino seguirá sin embargo como lo ha hecho durante más de dos siglos haya sido el olvido municipal mayor o menor.