ARISTÓTELES MORENO - PERDONEN LAS MOLESTIAS
Agujeros negros
Hay calles cuyo esplendor se apaga como una lumbre bajo la lluvia. Es el caso de la calle Almonas, uno de los pulmones de Córdoba hace un siglo
La calle Gutiérrez de los Ríos fue un pulmón de Córdoba durante el segundo tercio del siglo pasado. Desde el Realejo a la Plaza de la Almagra, un reguero de establecimientos comerciales de toda especie jalonaban lo que entonces era una de las vías centrales de la ciudad. Cientos de personas hormigueaban cada día en aquel dédalo de callejuelas que conectaban con el costado este de la Plaza de la Corredera.
Córdoba respiraba aquí. En el eje de la ciudad histórica. Antes de que la urbe se abriera definitivamente extramuros y una nueva plaza corrigiera el centro de gravedad hacia el oeste. Esa plaza estaba a punto de germinar, como resultado de la demolición de algunas calles, también del hotel Suizo, y se convirtiera en la columna vertebral indiscutible del casco urbano. Hablamos de las Tendillas.
La calle Gutiérrez de los Ríos se llamaba, en realidad, calle Almonas. Y por esas razones estúpidas de la vida se le sobrepuso esa otra denominación en homenaje a un letrado cordobés, de quien, en toda lógica, nada tenemos en contra. Lo cierto es que esa tendencia incomprensible de dedicar calles a personas que hoy ya se han perdido en la memoria ha sepultado cientos de nombres bellísimos que esconden el verdadero ser de los lugares. Es el caso de la calle Almonas, un vocablo de origen árabe que alude al considerable número de fábricas de jabón que animaban esta noble vía.
El bullicio de la calle Almonas venía prestado, en cierta medida, del mercado central de la Corredera. Luego, con el paso de los años, los mercados centrales dejaron de ser el epicentro de la vida comercial de las ciudades en beneficio de una constelación incesante de negocios periféricos, pero entonces constituían el alma insustituible de la urbe. Ahí están los numerosos testimonios gráficos que lo atestiguan.
Sea como fuere, la calle Almonas era un río de aguas turbulentas y tiendas de época. En su bravo caudal, pescaba Blanco, el relojero; Aroca, el sastre; Miguel, el barbero; el estanco de Casa Elvira; la arropía de la Sultana; la Taberna El 6; Casa Rafalito; o Enrique Cachinero con su Casa Venancio, uno de los últimos supervivientes de aquella Córdoba en blanco y negro. Todos ellos inmortalizados por Paco Muñoz en su blog «Notas Cordobesas». También abrió aquí negocio en 1923 la Casa de las Medias, conocida como la Casa de los Niños, cuya línea de venta se consignaba en lo que entonces se denominaban artículos de paquetería.
Lo que sucedió después, a finales de los sesenta y principios de los setenta, fue uno de esos misterios difíciles de explicar. Como si un huracán barriera la Plaza de la Corredera y sus calles aledañas, toda aquella área que había sido el pulmón de Córdoba se apagó como una lumbre bajo la lluvia. Los negocios echaron el cierre, el gentío desapareció y un silencio espeso se cernió sobre el barrio como un manto pesado y gris.
Hoy la calle Almonas apenas presenta señales visibles de su esplendor. Algunas persianas desvencijadas informan de un pasado venido abajo. Casas malheridas, solares tapiados, ventanas cerradas a cal y canto. En su atmósfera deshabitada es imposible adivinar que aquí, alguna vez, la ciudad ancló su centro de gravedad. La Plaza de la Corredera, la mayor y más hermosa de la capital andaluza, se sumió en un enigmático agujero negro de abandono y soledad. Esa extraña clase de fenómenos inquietantes que suceden algunas veces en el interior de las ciudades.