EL ESTILITA
Aguilar de Alba
A mi antiguo profesor no puedo despedirlo mas que exclamando: ¡Oh capitán, mi capitán!
Sabernos alumnos nos ayuda a no despreciarnos del todo. No podemos ser tan ínfimos si alguien dedicó su tiempo a enseñarnos. Sentirnos parte de una secuencia infinita de preguntas y respuestas que vuelven a ser preguntas es el único consuelo de nuestra miserable existencia. «La vida es lo poco que nos sobra de la muerte», reconocía Walt Whitman . Aunque sea breve y con frecuencia nos parezca absurda, debe tener un valor por sí misma . Buscándolo trasladamos a los que nos suceden la necesidad de encontrarlo . Es lo que hicieron con nosotros nuestros maestros.
Singularizo entre ellos a Juan Carlos Aguilar de Alba . Lo recuerdo en las vísperas de la Navidad . Hacía poco que había llegado y ya le hablábamos de tú. Ahlzahir fue el primer colegio de Córdoba en que los profesores trataron a sus alumnos como iguales . Ahora lo hacen todos, pero al revés. Es decir, que los alumnos tratan a sus profesores como iguales. La diferencia es de matiz. Probablemente en ese matiz resida el efecto más pernicioso de la modernidad. Cierto es que cada generación tiene la suya. Pero también es cierto que no todas las generaciones mejoran la sociedad, algunas la empeoran, incluso la destruyen.
La mía es la heredera de la generación de los adolescentes de la guerra, una especie de club de poetas muertos de hambre que tuvo la osadía de inventarse el desarrollismo a fuerza de creerse que en España empezaba a amanecer. La generación intermedia fue la de nuestros maestros , que hicieron posible la Transición y nos transmitieron la responsabilidad de consolidarla . La verdad os hace libres, dice la divisa del que fue mi colegio rememorando al apóstol San Juan . Y no hay enseñanza más digna.
Somos muchas cosas y nos vienen de aquí y de allá. Pero las mejores solemos atribuirlas a la genética y al ejemplo de nuestros padres y al empeño de nuestros maestros. Respecto a aquellos somos necesariamente subjetivos , no así respecto a los segundos. Las cosas que fueron buenas s on mejores en el recuerdo . Existe una objetividad esencial en reconocer a quienes nos proveyeron del arte de vivir mediante la funesta manía de pensar. Solo medra el engaño en la memoria del doctrinario , no del intelectual.
Si das una consigna a un hombre, te seguirá un día; si lo enseñas a pensar, será libre toda su vida . Lo supe cuando Juan Carlos nos regaló El Principito . Ese libro puede leerse de niño, de adolescente, de joven, de maduro y de viejo. Cuando más aprovecha es de adolescente y de maduro . Son las dos etapas en que un hombre es capaz de preguntarse seriamente por su vida y responderse con la misma seriedad. Lo leí de nuevo esta semana, por la muerte de Juan Carlos . Pero estoy entrando en la vejez y solo me ha servido para recordar lo que un día pude ser . Las personas mayores son muy extrañas. No pueden ver un cordero dentro de una caja, ni percibir la rosa única del jardín .
Juan Carlos pasó un poco como un príncipe por nuestras vidas . Si algo imperecedero nos dejó, fue la exquisita melancolía de los señores . Y yo no puedo despedirlo mas que subiéndome con dificultad al pupitre y exclamando: ¡Oh capitán, mi capitán!...