Luto en las letras
Adiós a Pablo, el poeta que raptó a la belleza
Un recorrido vital y literario por el mejor alumno que tuvo Góngora
![Investidura comoo «honoris causa» de Pablo García Baena](https://s2.abcstatics.com/media/andalucia/2018/01/14/s/doctor-honoris-causa-kpsF--1240x698@abc-kAED--1240x698@abc.jpg)
Su figura parecía tan unida a la esencia de Córdoba que muchos en la ciudad no se acostumbrarán a echarlo de menos. Mucho se puede hablar de su condición de alma del grupo Cántico, de los premios de poesía, de la admiración que se ganó de los amantes de las letras, pero en Córdoba era y seguirá siendo por encima de todo Pablo, un eterno paseante de su propia ciudad a la que los suyos respondieron con el mismo aprecio que él derrochó. En Córdoba, donde nació el 29 de junio de 1921, ha muerto este domingo 14 de enero Pablo García Baena , el mejor discípulo de Góngora, uno de los poetas fundamentales para comprender la lírica en lengua española de la segunda mitad del siglo XX y una de las mejores miradas a su ciudad. Su larga longevidad y la admirable lucidez y vitalidad que conservó hasta el final harán más difícil hacerse a la idea de que falta en las calles.
Sus 96 años largos fueron de vida exprimida hasta el final. Había nacido en la calle Pa rras , en el barrio de San Agustín, y era el menor de una familia numerosa de la que sobrevivieron cuatro hermanos. Recibió las primeras letras en el colegio Hermanos López Diéguez y luego se formó en otros centros. Su afición a las letras fue temprana y ya desde niño elaboraba poemas y libros ilustrados gracias a su habilidad artística.
Su consagración como escritor llegaría con la revista «Cántico», cuyo primer número vio la luz en 1947. Allí, junto a Ricardo Molina, Juan Bernier, Mario López, Julio Aumente y los pintores Miguel del Moral y Ginés Liébana (el único miembro del grupo que sigue vivo) dio carta de naturaleza a una estética muy personal en la poesía española de aquel tiempo por su cercanía a la tradición, sin renunciar a las últimas aportaciones del 27, y su cuidado de la palabra.
Por aquellos años publicó «Mientras cantan los pájaros», «Antiguo muchacho», «Junio» y «Óleo», en que mostró una estética de verso muy cuidado, con gran amor a la palabra y verso de una musicalidad exquisita, donde cada palabra parecía cincelada. Sobrevino después un largo silencio que para él fue también de cambios, cuando se estableció en el Arroyo de la Miel (Málaga) con una tienda de antigüedades. Parecía que el mundo de Cántico se había diluido y que de él no había quedado memoria, pero en la década de 1970 se rescataría su figura y la de sus compañeros gracias a estudios como el de Guillermo Carnero, que luego secundaría Luis Antonio de Villena .
De entonces datan los libros «Almoneda» y «Antes que el tiempo acabe». En 1984 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y poco después el título de Hijo Predilecto de Córdoba y la Medalla de Oro de Andalucía. Para entonces los poetas y los amantes de las letras ya se habían rendido a la calidad de su obra, que creció a cuentagotas pero con piezas de gran calidad como «Fieles guirnaldas fugitivas» y «Los campos elíseos». Era su estilo, vivir y luego escribir, y antes leer mucho. Primero, San Juan de la Cruz y después, «pisándole sus pies descalzos», Gongora. A principios del siglo XXI regresó a Córdoba donde vivió unos últimos años en que se le sucedieron homenajes y publicaciones que agradecía con naturalidad y una disposición permanente en su casa de la calle Obispo Fitero, junto a una sobrina, donde atendía entrevistas con amabilidad incansable.
Su huella quedó impresa en el mundo de las cofradías. Fue fundador de la hermandad del Remedio de Ánimas y siempre se felicitó por el hecho de que hubiera conservado el sello tan particular que tenía desde su fundación, con elementos como el velo de tinieblas y los faroles de viático de sus nazarenos. Su pregón de la Semana Santa de Córdoba, en 1979, titulado «El retablo de las cofradías» , es un texto ya clásico sobre las hermandades, y dedicó poemas a muchas imágenes, como la Virgen de las Angustias. Su gran devoción fue la Virgen de los Dolores, a la que visitaba con frecuencia, y no era difícil encontrarlo el Viernes de Dolores o el Viernes Santo a sus pies. Su «Letanía de Córdoba a Nuestra Señora de los Dolores» es otro texto fundamental sobre la devoción a la Señora de Córdoba. Fue un creyente sincero. «Creo que al morir nos encontraremos con Jesús», dijo en una entrevista, y lo mostró en sus poemas, sin por ello renunciar a la sensualidad.
Su prodigiosa memoria y fina sensibilidad lo convirtió en uno de los mejores conocedores de su propia ciudad. Siempre se lamentó de la destrucción de su patrimonio, como en aquel texto que terminaba diciendo «Oh flor pisoteada de España» . Muchos homenajes después, la voz física de Pablo termina pero su obra y su palabra no dejarán de sonar en su Córdoba.
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