PERDONEN LAS MOLESTIAS
Aceitunas negras
La última embestida del inefable señor Trump ha sido contra uno de nuestros productos estrella. ¿Qué será lo próximo?
Francisco Torrent Terol era un señor de Alicante que se afincó en Córdoba a finales del siglo XIX. En 1898 fundó en la Avenida de las Ollerías una tonelería para transportar y conservar aceite y aceitunas, uno de los negocios más prósperos de la Andalucía de entonces. Tanto que justamente a su lado se levantaba el imperio Carbonell. La avenida de las Ollerías se había convertido en el polo industrial de la ciudad a extramuros del casco histórico y antes de que el crecimiento urbano sembrara de viviendas el costado este de Córdoba.
Hay una fotografía que muestra aquella industria en blanco y negro de una Andalucía que pugnaba por escapar de la miseria rural del latifundismo endémico. Sobre la pared, se amontonan desordenadas cuatro hileras de toneles. Un señor con gorra se encuentra sentado sobre un artilugio de madera manipulando los listones del barril. Otros dos lijan los toneles apoyados en el suelo terrizo. Y el resto mira a la cámara con el semblante perplejo de quien observa una nave espacial.
Pocos años después, la firma Torrent abandonó la tonelería y mutó a la manufactura y distribución de aceitunas de mesa. En ese producto han sido bandera nacional. Y han logrado cimentar una marca que ya sobrevive a cuatro generaciones. Que no es un dato baladí. Hoy se encuentran radicados en Aguilar de la Frontera, hacia cuyos territorios han sido empujados previsiblemente por el abaratamiento del coste del suelo industrial.
La familia Torrent ha logrado sortear los empellones de la crisis financiera abriendo canales en el exigente universo del mercado exterior. Producen 15 millones de kilos, facturan 20 millones de euros, dan empleo a 70 trabajadores y exportan a 70 países de todas las latitudes del planeta. Incluido los Estados Unidos de Trump y su terco empeño en defender ardorosamente a su país cerrando las puertas al mundo.
La última ocurrencia del presidente americano ha sido imponer aranceles a las aceitunas de mesa negras. Un gravamen que bascula entre el 2,47% al 7,24% del precio del producto. No es un detalle menor. La aceituna española representa el 36% del total de exportaciones en EE.UU. con un volumen global de 32.000 toneladas y 71 millones de dólares. Y aquí viene ahora la gracia. El 80% del total se produce y manufactura en Andalucía. Quiere decirse que 300 empresas, 8.000 empleos y dos millones de jornales se encuentran amenazados por esta nueva impertinencia del magnate neoyorquino.
La del señor Trump es la historia del hijo de inmigrantes que desprecia a los inmigrantes. Su proyecto de país, según vamos viendo, consiste en defender la nación levantando muros y rompiendo puentes con el mundo exterior. Ha vetado la entrada de ciudadanos de media docena de países por el execrable crimen de ser musulmanes y ha triturado las relaciones diplomáticas con otros tantos estados gracias a su exquisito sentido fraternal.
Ahora ha puesto el punto de mira en la aceituna de mesa negra. No sabemos si debido a su color o a su procedencia hispana. Con el imprevisible multimillonario de origen teutón nunca se sabe. Lo mismo embiste contra los acuerdos del cambio climático que empitona a la Unesco. Para esta nueva arremetida, se excusa en que la aceituna española hace competencia desleal a la americana al recibir subvenciones de la Unión Europea. Pues vale. Lo dice el presidente de un país con una larga trayectoria en ayudas agrícolas a la producción. Pero claro. Estados Unidos es Estados Unidos. Y Donald Trump, un señor que mata moscas con el rabo cuando no tiene otra cosa que hacer.